A: Melchor Álvarez Hernández.
La gente ve bien que haya pinturas en el panteón. La otra vez a alguien se le ocurrió poner un botecito con un letrero que decía: “Cooperen para el muralista”. La gente pasa y dejan sus moneditas. El Día de las Madres llegué a juntar 500 pesos.
Recibo del ayuntamiento mil pesos quincenales, y el material fue donado por Chilo, pero la verdad trabajo por puro amor al arte.A los veinte años aprendí a pintar gracias al pintor Carlos Escobar León, él fue mi maestro, aunque claro, ya tenía nociones de los colores. Él me instruyó a pintar de forma ordenada y me dio técnicas. Lo conocí cuando entré a laborar a Migración, él fue mi jefe. Luego, el mismo trabajo requería que estuviera en Nuevo Laredo, Tamaulipas, y radiqué ahí veinticinco años. Uno siempre quiere regresar a su tierra, hacer algo. Desde hace tres años vivo en Manzanillo, pero tengo que volver a Laredo, dejé familia y casa.Tengo que conseguir el material para pintar, aquí no lo hay, sólo en la ciudad de Colima y es caro. La ventaja en Nuevo Laredo es que se puede pasar uno al otro lado y a comprar todo lo que necesites. También puedes exhibir tus cuadros, allá sí aprecian el arte. Algunas pinturas que hice las exhibí en Estados Unidos con amigos. Hice amistades donde radicaba, así aprendí y perfeccioné más la pintura.
En el año 2001 obtuve mi jubilación, ya deseaba dejar de trabajar ahí porque se ven muchas cosas, violaciones, deportados, muertes, sí, la cosa está fea por allá. Nunca me llamó la atención pintar sobre lo que vi, lo que hago son paisajes, marina; el mar me gusta.Estoy pintando en el panteón municipal porque le dije al administrador de ese lugar que yo pintaba, pero como que no creía, hasta que le mostré mis cuadros y parece que le gustaron. Pronto contó el proyecto que tenía pinturas en mural. Antes había cotizado con un pintor, pero salía carísimo y no se logró, conmigo hizo la propuesta y le dije que sí.Trabajo mucho, estoy en el cementerio desde la mañana. Fue muy difícil pintar durante los tiempos de lluvia porque la pintura no agarraba. He padecido dengue dos veces en lo que va del año, hay mucho mosquito. Tengo mis trabajitos pintando casas y la otra vez estuve mate y mate moscos más que darle color a las paredes.
Arribé al edificio municipal de cultura a las trece horas del jueves pasado. Llegué puntual, celebré en silencio. Tomé asiento en el sillón del pasillo. Un hombre de vestimenta sencilla, de lentes ligeramente salpicados de pintura blanca estaba sentado a pocos centímetros de mí. “Buenas tardes”, saludé. Apenas pasaron algunos minutos cuando mi impaciencia comenzó a cuestionar sobre la impuntualidad y falta de respeto que tienen muchas personas en desperdiciar el tiempo de otros. Opté mejor por cuestionarle al compañero de a lado: “¿Y usted, quién es?” Él, con voz pausada y poco titubeante, en saber qué responder, dijo: “Melchor”. “¿Qué hace o a qué se dedica?, y perdón que lo pregunte así, quiero saber si también fue citado hoy a la una de la tarde”. A lo que respondió: “Bueno, a veces pinto”. Comenzó a contar episodios de su vida laboral, y por el año deduje que debía conocer a mi padre, por supuesto indagué: “¿Entonces usted conoce a mi papá?”. “¿Quién es?”. Le di el nombre, él asintió: “Claro, es mi amigo”, y partir de ese minuto se dio unas de las conversaciones más amenas que he tenido en mi vida.
Melchor Álvarez Hernández nació en el año 1949. Creció en Manzanillo, Colima, donde vivió muchos años, por lo que dice que es manzanillense. Después de un cuarto de siglo ausente, regresó por el gusto de aportar algo a la comunidad. Ahora tiene la encomienda de pintar diez murales en el panteón municipal. Cinco están concluidos, llevan por nombre: el primero, La nueva Jerusalén; el segundo, Cristo la resurrección; el tercero, Jesús orando en el Monte de los Olivos; el cuarto, Jesucristo cargando la cruz, y el quinto, El árbol de la vida.
El próximo año iniciará “La última cena”, la barda medirá 16 por 4 metros.Ojalá muchos porteños aprecien su arte, y a quienes tienen la posibilidad de ayudar tanto empresas privadas como gubernamentales le echen chequecitos en abono en cuenta al beneficiario en el botecito que dice: “Cooperen para el muralista”, sin la necesidad de que él gestione apoyo.A las trece horas cuarenta minutos, la persona que nos citó interrumpió la plática. Para despedirnos argumenté: “Iré a visitarlo”, a lo que contestó: “Nos vemos en panteón, ahí estoy desde las ocho de la mañana”. Ambos callados seguimos el camino que aquel hombre nos condujo.
Elsa I.González Cárdenas
Publicado en el Diario de Colima
28 de octubre de 2010
Manzanillo, Colima