jueves, 18 de noviembre de 2010

Vamos al ancla


Oscar muestra a la tía su cicatriz que lleva en la rodilla derecha, ésta pregunta: “¿Cómo te la hiciste?”, él responde: “¿Recuerda que fuimos a pasear al ancla cuando tenía tres años de edad en el carro de carreras? Usted arrempujaba, le dio muy fuerte, el auto se volcó y terminé lastimado. Aquí tuvieron que coserme”. Ella dice sonriente: “No le di tan rápido, lo que ocurrió es que quitaste los pies de los pedales, además ibas contento, cómo iba a saber que no sabías conducir”.


Claudia era la adolescente pinga de la calle. Las vecinas Laura, Vero, Taide, y Gladis la seguían mucho. Por las noches solían jugar en el edificio federal junto al canal de San Pedrito. Subían a toda prisa las escaleras interiores hasta el tercer piso, si tenían suerte llegaban a la azotea a contemplar la vista y corrían al escuchar los pasos del velador que las echaría fuera.


Ramona, a inicios de los años noventa citaba al novio en el ancla, así le nombraban a la explanada de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes, porque en la pared contigua al asta bandera una ancla daba la bienvenida a los visitantes. El encuentro de las parejas era ahí, pues el lugar tenía poca luz, era tranquilo, había bancas con jardineras, estaba apacible y la brisa del mar bañaba los rostros de los enamorados.


A Fernando en los años ochenta le tocó vivir un huracán que inundó la colonia Burócrata. Él junto con algunos vecinos pasaron la noche en el edificio de ventanas oscuras y paredes grisáceas en compañía de su familia. La vida del inmueble setentero por las noches era totalmente distinta.



De ocho de la mañana a tres de la tarde, empleados de gobierno suben las escaleras para dirigirse a las oficinas a trabajar.Al atardecer, el abandono es inminente, a menos que haya guardia o trabajo por adelantar, alguna luz permanece encendida.Las carencias de arreglos en los espacios públicos o incluso los excesos son distintivos que la mente capta a través de la vista, los almacena en personajes visuales. Quién podría imaginar que debajo del cerro de tierra donde las bugambilias florean estaba una fuente que nunca fungió de fuente sino de alberca para los infantes durante la temporada de lluvias; la base del asta bandera era el estrado de los artistas de televisión, y en el estacionamiento los niños se asomaban a ver si alguna patrulla de la Policía Federal de Caminos tenía las ventanillas abiertas para meterse con la finalidad de conducir.El color natural del inmueble, cemento o quizá piedra, duró más de veinte años. Parecía la réplica en pequeña dimensión del antes Seguro Social en Salagua, el que ahora es “El Barco Hundido” del fotógrafo Pedro Cota, en su cuaderno de fotografía y literatura.Por alguna razón, todo el edificio lo iluminaron de blanco y rotularon las iniciales de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes. Luego vino la grandiosa idea de crear accesos adecuados para las personas con capacidades especiales o adultos mayores, nacieron rampas azules y pasamanos de fierro.


Recientemente están por concluir la colocación de la cerca de metal en las orillas de la explanada. A principios de octubre de este año, a las 4:20 de la madrugada dispararon con armas largas AK-47 y lanzaron una granada calibre 40 al Complejo de Seguridad del puerto, después del acontecimiento restringieron el acceso a los carriles de la avenida Elías Zamora Verduzco. La gente cree que es una medida preventiva. La reja divide lo público de lo privado, limita la realidad, no la elimina. Las fronteras locales ofrecen protección ante el arribo de la inseguridad. El gobierno teme que sus dependencias sean un blanco fácil para los delincuentes, pero ¿quién salvaguardará a los ciudadanos no preparados, a los jóvenes que no canalizan sus energías en actividades productivas por ignorancia, falta de motivación o porque sus padres modernos no saben educarlos?El problema es el origen, no la consecuencia. Mientras continúe la postura proteccionista encima de la educación ningún esfuerzo tendrá éxito. Guste o no la idea de unir esfuerzos entre la ciudadanía y los gobernantes, ésta debe existir. Los mismos porteños tendrán que salvaguardar sus vidas y las ajenas como sucede en los barrios bajos de la ciudad, entre ellos se protegen.


Ojalá no leamos en la prensa tiroteos de armas de fuego en las escuelas, porque ahora, desafortunadamente, todo es creíble.


Óscar, Claudia, Ramona y Fernando emigraron de la colonia y no han vuelto a pisar el adoquín del ancla aunque lo desearan, tendría que ser únicamente en horarios de oficina.



Elsa I. González Cárdenas

Publicado en el Diario de Colima

11 de noviembre de 2010

Manzanillo, Colima,México

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