A las 3 de la tarde quedé de verme con Sergio, en el Auditorio Juan Rulfo, en la Expo Guadalajara. Ya eran las dos, del día domingo 25 de noviembre de 2007.
Sólo teníamos una hora para visitar algunas editoriales, comprar libros u hojearlos en la Feria Internacional del Libro; el país invitado era Colombia.
Fui a la Editorial Diana, compré Memoria de mis putas tristes de Gabriel García Márquez, para regalo. Aproveché otro que no tenía, El olor de la guayaba –conversación del mismo autor y el periodista Plinio Apuleyo Mendoza– con la ligera esperanza de que me fuera autografiado. Hice fila para llegar a la caja a pagar.
Faltaban 15 minutos para las 3, debía marchar; ese cuarto de hora reí mucho. Me había perdido entre los estantes y la gente. El acuerdo que tenía con Sergio: llegar 2 horas antes del homenaje a Álvaro Mutis para alcanzar buen lugar, además el premio Nobel de Literatura, Gabriel García Márquez, amigo del homenajeado, estaría ahí.
Para encontrar el auditorio, le cuestioné al encargado de limpieza que estaba cerca. Contestó con amabilidad: “No sé”. Entonces cambié la pregunta, porque sus gestos fueron limitados a decir sólo hago mi trabajo: “¿Sabe por cuál camino llego a la entrada de la expo?”. De inmediato respondió: “Ah, sí, hasta el fondo”.
Con esas señas llegaría pronto. Sólo debía doblar a mano izquierda y listo.
Tres con 5 minutos. Llego a la puerta del auditorio, veo hileras de personas esperando sentadas en el suelo alfombrado: “Disculpen, ¿ésta es la fila para ver a Gabriel García Márquez?”, interrogué. Emocionados contestaron: “Sí”.
Con la rapidez de un ladrón miré si había alguien detrás de mí que quisiera enfilarse. Me formé. Sergio llegó minutos después. Tres y media de la tarde, mares de gente seguían llegando.
Entre las pláticas de las personas se escuchaba: “¿Qué libros compraste?, ¿crees que Gabo dé autógrafos?”; “No lo sé, depende cómo ande de humor”. Carlos Fuentes lo hizo sin estar programado. Somos muchos para que nos complazca”. Otros jóvenes comentaron: “¿Puedes creer esto?, desde el Estado de México venimos para ver a García Márquez”. Al menos tendremos algo que contar a nuestros hijos. En la inauguración estuvo Gabriel, pero fue muy privado porque no dejaron entrar a los mortales, estuvo el Estado Mayor. Hubo mucha seguridad”.
Uno, dos, tres, cuatro, cinco… A las 3:48, dos organizadores del evento comenzaron a contarnos. Fui la número 53; éramos un aproximado de mil personas.
Minutos después vimos crecer el auditorio Juan Rulfo. La capacidad de 700 personas era insuficiente para todos y apenas faltaba casi una hora más para el inicio.
Las cortinas metálicas del auditorio fueron desplazadas una por una. A los lectores de la literatura nos causaba alegría y nos veíamos con complicidad ¡Nadie más podía hacer esto, sólo el autor de Cien años de soledad!
Pasados los primeros minutos de las 5 de la tarde, nos levantamos del piso para entrar al auditorio.
En la segunda fila vimos a Ricardo, un chico que el día anterior estuvo presente en las conferencias. Él tenía la encomienda de apartarnos silla si llegaba antes que nosotros.
Él levantó la mano para indicarnos que había dos lugares; nos acercamos. Quedamos en la cuarta fila, frente al pódium. Las tres primeras estaban reservadas. Gabo estaría a poca distancia de nosotros.
Los espectadores desde las sillas veíamos la entrada del salón esperando el arribo del creador de José Arcadio Buendía. “Ahí viene”, gritaron. Ricardo y yo nos paramos para ir al encuentro. La gente se aglomeró en la puerta principal junto con los medios de comunicación. Él y yo nos fuimos a la trasera. García Márquez apareció con la quietud de un niño que sale al escenario bajo los reflectores de un teatro, lo acompañaba un hombre que sostenía su brazo, vestía de traje a rayas negras y blancas, traía anteojos grandes.
Foto por EG |
Al momento que tomaba muchas fotografías, una periodista colombiana suplicaba varias veces con voz dulce: “Gabo, un saludo a Colombia”. El maestro decía: “No”.
Veía a mi autor favorito delante de mí, cargando sus 8 décadas. García Márquez estaba a un metro lejos de mí. Quise saludarlo de mano, como lo hizo Ricardo. Mi brazo no lo alcanzó. Después nos ordenaron regresar a nuestros lugares.
En el pódium estaban Ignacio Padilla, Jorge Volpi, Álvaro Mutis, Gabriel García Márquez, Belisario Betancur, Álvaro Castaño y Paula Marcela Moreno, pero sin duda alguna, muchos íbamos a ver a Gabo.
La audiencia duplicaba la capacidad del salón que tuvo Carlos Fuentes. Un aproximado de mil 500 personas. El espacio entre sillas estaba limitado a no mover el cuerpo. Si estabas cansado de la misma posición, no tenías opciones para cambiar.
Vi el rostro feliz de Ricardo, mirando a Gabo; Sergio muy atento y sereno, oía la lectura que hacía en ese momento Belisario Betancur, presidente de Colombia en 1982-1986, escrita por Gabo, donde narró memorias con su amigo Álvaro Mutis, y yo guardaba escenarios de mi sueño hecho realidad.
Casi al terminar la conferencia, el moderador dijo: “Maestro Gabriel, sé que usted no habla ni hace declaraciones, pero le pido unas palabras para Álvaro Mutis”.
Respondió: “Te queremos, Álvaro”.
La conferencia concluyó pasaditas las 6. Ricardo se despidió de Sergio y de mí, dándonos su correo electrónico. Sergio y yo salimos de la expo para cenar y después regresar a Manzanillo.
Elsa I. González Cárdenas
Publicado en el Diario de Colima
El 24 de abril de 2014
Manzanillo, Colima, México