Cuando quise conocer el concepto de la palabra trípode, escrito en un manifiesto de carga marítima, corrí a tomar el diccionario y la busqué: “Armazón de tres pies, para sostener instrumentos geodésicos, fotográficos”, etcétera.
Jamás me hubiera imaginado que 7 días más tarde, el trípode posaba frente a mí en el hospital, sosteniendo una bolsa con suero y una manguera incrustada en mi brazo izquierdo, a través de una aguja. El diagnóstico del médico fue: “Dolor de lumbago”.
En aquel tiempo, al pintar la sala de la casa, caí de una escalera metálica por pisar mal un escalón. Tremendo golpe sentí en la cadera, espalda baja y el vientre. Recuerdo que me levanté molesta conmigo misma y caminé hacia el cuarto a llorar. En menos de 10 días, antes de salir del baño, luego de la ducha, levanté el pie derecho, apenas unos 50 centímetros, lo coloqué en la taza de baño para secar los dedos, incliné el cuerpo, y de pronto una ráfaga caliente de energía se apoderó de mi espalda y dio vida a la aflicción.
Horas después, salí del nosocomio con una lista de medicamentos. Apenas podía caminar, y al hacerlo, el inmenso malestar hacía pagar todos y mis futuros pecados. Así permanecí cerca de 2 semanas, semiinválida, tiesa. No apetecía probar alimento, ni hacer nada, el único deseo era estar en cama acostada boca arriba; dolían el músculo y el alma.
Horas después, salí del nosocomio con una lista de medicamentos. Apenas podía caminar, y al hacerlo, el inmenso malestar hacía pagar todos y mis futuros pecados. Así permanecí cerca de 2 semanas, semiinválida, tiesa. No apetecía probar alimento, ni hacer nada, el único deseo era estar en cama acostada boca arriba; dolían el músculo y el alma.
Ahí aprendí a valorar cada parte de mi cuerpo, a amar la libertad del movimiento: el poder sentarse en una silla del comedor, levantar el brazo, ordenarle a la mano tomar un cubierto, llevarlo a la boca y masticarlo; desplazarme de un lado a otro sin pedir ayuda, a amar a mis ojos, el habla, intelecto, la capacidad de imaginar, de oler, a agradecerle a la deidad por el regalo de estar sana y completa.
Durante 15 años he cuidado un poco el músculo lumbar, y aunque a veces aparecen pequeños golpes de calor en la espalda, suelo tomarlos como señales para aminorar las actividades que en esos momentos realizo, pero sigue en mi mente las cuestiones sobre la falta de cultura para tratar con personas con capacidades diferentes.
El pasado 3 de diciembre se celebró el Día Internacional de las Personas con Discapacidad. De acuerdo a datos de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), la población mundial cuenta actualmente con más de siete mil millones de personas; más de mil millones (el 15 por ciento) viven con algún tipo de discapacidad, la mayor parte en los países en vías de desarrollo.
La Real Academia Española define discapacidad como “cualidad de discapacitado”. Discapacitado, dicho de una persona que tiene impedida o entorpecida alguna de las actividades cotidianas consideradas normales, por alteración de sus funciones intelectuales o físicas; el término de personas discapacitadas lo cambiaré por personas especiales.
En Manzanillo no existe suficiente cultura para un trato digno que deben recibir las personas con capacidades diferentes. Carecen de espacios propicios para que puedan conducirse en la ciudad, sin limitaciones.
Ineficiente es el transporte colectivo, e impensable que una persona especial pueda ascender a uno, pues no hay rampas ni asientos adecuados, si a caso, los contiguos al piloto, de color amarillo, son usados por usuarios que desconocen para quiénes están asignados. El año pasado, en la capital, el gobierno del estado sumó al gremio de taxistas, vehículos incluyentes, adecuados para su porte; el puerto también fue beneficiado con algunas unidades.
La falta de consciencia de las autoridades locales y empresarios, dueños de empresas transnacionales en la construcción de cajones especiales en los estacionamientos públicos, fuera de plazas comerciales, es absurdo. Cuando algún estacionamiento cuenta con el rótulo azul y una silla de ruedas, creyendo cumplir, es una burla darse cuenta que al bajar del vehículo, cualquier persona roza su cuerpo con la puerta del coche de lado. En el municipio, la mayoría de las banquetas están cuarteadas y estrechas, es una misión imposible para que un anciano camine auxiliándose de su andadera con ruedas.
Respecto a expresiones artísticas, si carecemos de una buena obra de teatro, es inimaginable pensar que la Secretaría de Cultura pueda enlazar a Manzanillo enviando teatro de sordos, tal como la puesta en escena en 2010 en el Teatro Hidalgo, llamada Uga.
En educación, es grato saber que se cuenta en una sección de Manzanillo, con cinco escuelas primarias incluyentes, una de ellas es la Primero de Junio, donde estudiantes especiales asisten a clases todos los días, y en nivel preparatoria, el Instituto de Capacitación en Educación Profesional (ICEP) no se queda atrás.
Nacer con una capacidad diferente, adquirirla durante la juventud, madurez o en etapa senil, no debería ser causa de exclusión en la sociedad, sino de inclusión.
Nadie está exento de no padecer alguna capacidad diferente, la vida cobra factura tarde o temprano, y más vale pronto adquirir un nivel de consciencia, antes de estar del otro lado de la moneda.
ELSA I. GONZÁLEZ CÁRDENAS
Publicado en el Diario de Colima
El 06 de diciembre de 2012
Manzanillo, Colima, Mex.
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