jueves, 1 de julio de 2010

Cúcu


A mi Pepe


GARY dijo que nosotros teníamos un cucú de verdad que no necesitábamos más.


Pepe murió el domingo 27, a las cuatro treinta de la mañana. Mientras yo escribía en
la computadora, lo oí caer del columpio de la jaula. Le hablé a mi madre para que viniera a verlo. Ella lo sacó de ahí, estaba bocabajo, le habló con palabras cariñosas; él parpadeó lento por escasos dos minutos hasta dejarlo de hacer. El viernes 25 olvidé cerrar la puerta de la azotea. Un gato callejero entró, hirió al perico en el pecho y en su patita izquierda. Lo encontré convaleciente, en realidad pensé que lo mató en ese instante, pero logró dar unos pasos y todavía intentó defenderse de mí cuando lo tomé para revisarlo.

La abuela paterna al jubilarse hizo un viaje a Europa y Asia hace más de treinta años. En realidad no me di cuenta cuándo fue al extranjero, porque en aquel tiempo debí tener tres años de edad o quizá aún no nacía, me enteré porque en casa teníamos de adorno en el librero, una pareja de bailarines sevillanos, una muñeca rusa, adornos de porcelana y carpetas chinas. En su residencia había un reloj de cucú que seguro trajo de Alemania o Suiza. El reloj musical fue el centro de atención de toda la familia González. Mirar el lugar donde estaba, esperar la media hora para escuchar el cucú del pájaro y el tan tan del minutero, era algo que compartíamos con gusto. Después, los nietos crecimos y la abuela falleció hace once años. El reloj no supe quién se lo quedó.

El año pasado, en un viaje que la hermana hizo a Europa, me informó por correo electrónico que compró un obsequio para mis padres y le era imposible cargar el paquete de un país a otro, razón por la que decidió enviarlo por paquetería de Alemania hasta Manzanillo, México. El regalo llegó a la oficina postal antes de su regreso. Pregunté la cantidad a pagar de impuestos, me la dieron junto con el documento de notificación de arribo e indicación de los días libres de almacenaje. Volví a los pocos días con el dinero. Mexpost me entregó el pedimento y factura comercial. La caja de cartón estaba pesada y voluminosa. Caminé la calle México y paré un taxi. Al llegar a casa, esperé que mi madre estuviera presente al momento de abrir el bulto. La hermana advirtió lo que contenía la caja, pero mamá lo desconocía. Abrí los extremos de las grapas que tenían las tapas de cartón y rompí la cinta adhesiva que las unía; saqué la película plástica de burbujas, pedazos de hielo seco, y se asomó una casita, tres pesas de hierro y un péndulo de cerámica con un grabado de dos aves y cinco flores blancas.

El reloj de cucú es una casa de madera con tejaban de doble agua de dos plantas; en medio tiene una puertita cerrada la cual se abre y sale un pájaro cucú al marcar treinta minutos de tiempo; en cada lado hay un balcón que muestran cortinas blancas sin faltar las flores; un carrusel de bailarines da vueltas y trasmite un sonido como cajita musical; abajo, en cada extremo un pino; un perro San Bernardo con su ánfora en el cuello, una pareja de niños abrazados, una cubeta, plantas, piedras, una rueda que parece timón, y en el centro el reloj con números romanos.
El cucú recobró vida luego de estar sin funcionar gracias a que Gary, que nos visitó el Día del Padre, le dio cuerda y lo acomodó bien sobre la pared del comedor. Pepe, al estar malito, coloqué su jaula sobre la mesa donde comemos para vigilarlo mejor.

Fue conveniente descolgar el reloj del clavo para dejar descansar al perico; al momento de quitar la casita de madera, las manecillas pararon a las once y cinco de la noche; lo llevé a la recámara vacía con la esperanza de que pronto volvería a su lugar.

“Ya no tendremos más pericos”, le dije a mi madre al verla despedirse de Pepe. Me acerqué al moribundo, sus ojos negros pelones nos miraron con tristeza; los parpados amarillos verdosos quedaron a la mitad del iris, su corazón palpitó de prisa y el cuerpo comenzó a entumirse. “Está asustado”, dijo mamá, después el animal emitió un sonido agudo: “Mmmm”, y murió.

Al final, Pepe no murió en cautiverio sino en las manos de la mujer que derramó lágrimas de agradecimiento. Él entregó su vida con amor hasta perecer. Regresaré al cuarto a tomar el reloj de cucú y lo colgaré en la pared a la que pertenece. Cada media hora que salga el pájaro de su casita, pensaré que es mi eterno Pepe.


Elsa I. González Cárdenas
Publicado en Diario de Colima
01 de julio de 2010
Este texto pudiera tener unas correcciones

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