domingo, 11 de julio de 2010

Metástasis

Las ganas de ser donadora de sangre se quedó solo en intenciones. El doce de septiembre de 2001 a las ocho de la mañana, un enfermero presionó mis venas del brazo derecho e izquierdo con una liga, los hilos verdeazul de mi piel se asomaron. “No puedo sacarte sangre, tus venas son muy delgadas y podría lastimarte”, dijo. Cabizbaja salí del cuartito que fungía ser Banco de sangre del Centro de Cancerología de Colima. Los años pasaron, desconozco si la chica a quien le daría un poco de mi mar vivió. Por alguna razón algo hizo que regresara.

El tratamiento semanal de Esperanza era a las nueve de la mañana en el Centro de Cancerología de Colima. La mujer espero sobre una silla de plástico en el pasillo contiguo al cuarto de aplicación de quimioterapia. Los segundos se escurrieron entre las hojas de las plantas hasta llegar a una hora y media de espera. En el tiempo muerto, Esperanza entabló conversación con Milagros, una señora que apenas conoció a quien le habló con voz alegre, río y susurro el nombre del ginecólogo negligente que ayudó a padecer el cáncer metastásico- extendido- y comentó “Las amigas cancerosas en las reuniones rezamos: Padre Pipo que estás en los pinos, santificado sea tu nombre, vénganos a nosotros los dineros, que no nos falte o cancelen el programa de gastos catastróficos, danos hoy nuestra quimo como nuestra radio, no nos dejes caer en el ataúd y líbranos de la fosa común, no nos dejes recaer en el cáncer y líbranos de los malos médicos juntos con sus diagnósticos. Amén.

La mayoría de las personas que vamos al Centro de Cancerología, es debido a una negligencia médica. Si los anuncios de televisión dijeran visiten a su ginecólogo oncólogo la detección del cáncer sería de inmediato y no pasaríamos por los errores. Gracias a mi insistencia hubo cirugía, el tumor fue mal extirpado, no lo quitó de raíz ni unos centímetros más del tamaño real; por rutina las muestras se canalizaron al laboratorio y el diagnostico fue cáncer”, comentó.

Los médicos concluyeron la junta de los lunes a las diez y media sin pedir disculpas por la demora, pareciera que la vida de los pacientes la tienen en sus manos. De inmediato las enfermeras empezaron a nombrar a las personas que iban a recibir tratamiento.

El cuarto de aplicación es amplio, no muy grande, suficiente para caber un promedio de quince sillones individuales, un espacio pequeño a los lados, un tripoide que carga una bolsa con medicamento y una manguerita transparente en el que bajará hacia el catéter. La administración de los fármacos a través de el para la destrucción de las células cancerígenas, puede durar de tres a cinco horas dependiendo del tratamiento que requiera el paciente, sin olvidar que a las tres de la tarde paran la aplicación de las quimioterapias en el Centro.

Esperanza, Milagros y otras mujeres entraron al cuarto y tomaron asiento; una muchacha de ropa blanca, se acercó a colocarles la vena artificial dentro del catéter, sella el derredor con gasas y cinta adhesiva. Después se retira. Cada convaleciente debe cuidar el fluido del medicamento para evitar posibles derrames, a su vez tiene que ir en compañía de algún familiar, este permanece en la terraza y da sus vueltitas con el para esta al pendiente de lo que se le ofrezca. Tres horas después, Esperanza termina el tratamiento semanal, está lista para partir. En el pasillo su amiga Crucita la recibe con una sonrisa, le dice“¿ya?, ahora vamos a comer”. Las dos se marchan a empezar el día.

A las tres de la tarde salí del Centro de Cancerología. Ahora estoy aquí sobre el colchón de la cama con el cuerpo pesado, los hombros y la espalda tensa, quiero levantarme pronto para ir a la cocina a preparar comida; tengo cansancio, tal vez sea buena idea tomar café y leer un libro o cerrar los ojos para abrirlos mañana.





Elsa I. González Cárdenas
Publicado en el Diario de Colima
08 de julio de 2010

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