Los músicos ensayan la canción Magia Blanca: “Magia blanca tú tienes,/ me has hechizado a mí,/ con tu mirada coqueta,/ con tu manera de hablar cuando pasando caminas,/ todos te miran a ti”, mientras Gary, la instructora del taller literario del Instituto Municipal de Cultura en Manzanillo, en la cabecera de la mesa en salón argumenta: “El arte surge de los acontecimientos políticos y sociales de un lugar”, concluye el tema. Empiezan las lecturas de textos literarios de cada integrante. El chico nuevo reparte copias de su trabajo a los compañeros, luego comienza a leer lo que considera “poemas” para la madre y de aniversario. Las ojos de algunos se fijan en las letras; otros buscan el rostro del vecino para reír en secreto. Al concluir inicia la crítica: “Así empezamos todos, falta sacar las emociones; corrígele aquí, van comas, sugiero le quites esto”; él asiente, sin timidez saca de la carpeta otro juego de hojas y las comparte. Lee Te quiero, ¡oh, sorpresa!, la pedofilia está presente en el escrito. Las miradas inquietas buscan al creador para preguntar: “¿Te gustan las niñas?”, “Yo he andado con alguien mayor, pero otra cosa es pensar en el infante para enamorarlo”. “Déjalo, cada quien sus gustos. Y qué si tú eres necrófilo”. La polémica surge hasta que la guía los calla.
En el taller literario de cada lunes, a las siete de la noche las personalidades de los talleristas salen a flote; los comportamientos juguetones entre compañeros, bromas, sarcasmo y diferencias son comunes. Lo interesante es identificar los estilos y temas de escritura que toman: Silvia escribe narrativa al estilo costumbrista; Jetzabeth, poemas de amor; Marthita, de soledad; Imelda, sobre erotismo; José, de la vida; Miguel, de la muerte; Félix, sobre protesta; Julián; del deporte y pasión; Sergio, poemas de ausencia, y Ricardo, sobre la infancia. Las edades de los asistentes es alrededor de 26 a 70 años. Los únicos requisitos para entrar al taller es aceptar las críticas de los compañeros y crear.Los talleres literarios en el puerto surgieron hace más de 15 años. El cronista Horacio Archundia tenía uno, la maestra Rosa Delia Bravo Magaña también en el antes Museo Universitario de Arqueología e Historia, campus San Pedrito; el poeta Avelino Gómez Guzmán en la antigua Biblioteca Municipal –ahora Archivo Histórico–; la maestra Guillermina Cuevas en Casa Malagua en la calle Colhuas, y posteriormente el poeta Carlos Ramírez Vuelvas, en las instalaciones viejas del Instituto de Cultura –López Mateos–. Regularmente estos grupos mueren antes de producir. Las reuniones las convierten en convivios, la gente deja de ir por falta de motivación o deciden intentar en otras expresiones artísticas. La formalidad y seriedad en guiar a los talleristas a escribir es clave de la buena formación, aunque no hay pretexto para dejar de hacerlo, los libros son los mejores maestros. Este taller promete publicar una antología de trabajos como se hizo en el taller anterior. Aunque poca atención cause para muchos la existencia del taller literario en el puerto, podría ser bien aprovechado el recurso creativo por parte de quienes pudieran interesarse. Imaginar al tallerista en la difusión de la cultura en el municipio, en las escuelas, cárceles, hospitales, asilos de ancianos, en el nacimiento de ideas para el eslogan de un producto a vender a través de la radio o medio impreso, en consulta de opiniones para llevar a cabo programas de festivales y eventos, en hacer alianzas de talleres en otros estados de la República mexicana como lo hace el Instituto de Cultura de Aguascalientes con Zacatecas y San Luis Potosí para tener apertura al intercambio de conocimiento, incluso revisar oficios mal redactados por profesionistas titulados.Sigue la melodía de fondo: “Porque eres así, fíjate en mí, no me hagas sufrir, oh magia blanca, magia blanca que te embrujo. Magia blanca tú tienes, me hacer llorar con tu castigar”. Silvia canta a coro, sus manos y cuerpo bailan; Miguel dice que ya le hartó esa canción luego de escucharla media hora sin interrupción; Gary pide auxilio: “Cállenlos”; los demás ríen tarareando la letra a excepción de Julián, quien discreto se levanta de la silla, sale del salón, regresa pronto. Hay silencio. “¿Fuiste a callarlos?”, le cuestionan, él sereno dice: “Sí, ya se habían pasado, estamos tallereando”. Las risas son largas.
Elsa I. González Cárdenas
Publicado el 09 de septiembre de 2010Elsa I. González Cárdenas
En el Diario de Colima
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