viernes, 25 de febrero de 2011

Escribir y leer

Van ellos y ellas –escuderos de luz–
arando en la superficie para sembrar
canto, palabras…

Víctor Manuel Cárdenas


Cuando Alfa le contó a Amada que los viernes va a la escuela primaria “Padre Hidalgo” a leerles a los niños, 15 minutos antes de la hora de entrada, le fascinó la idea para ir a visitarla.
Amada llegó a la primaria 10 minutos antes de las 8 de la mañana. Alfa no estaba. Preguntó por ella a la directora y ésta dijo que pronto llegaría. La visitante exclamó que casi era hora de dar el toque de entrada y no habría lectura si no llegaba la promotora, a lo que argumentó la dirigente: “Aquí todo empieza tarde”. Tenía razón, los pequeños arribaban lentos a la puerta de la escuela, algunos solos; otros en compañía de un adulto.
Alfa forma parte de las salas de lectura en el puerto. En ocasiones la invitan las escuelas para que vaya a leerles a los estudiantes. No tiene sueldo. Lo hace por amor. Dice que quiere inculcar el hábito por la lectura. A sus casi 40 años de edad estimula a los infantes y adolescentes a leer.
El año pasado, Amada le envío la convocatoria de proyectos municipales de desarrollo artístico para tener la posibilidad de obtener un apoyo. Alfa le hizo caso, lo metió, pero su proyecto fue para un cine club en la colonia Bonanza. Cotizó todo el material nuevo: proyector, sillones de espuma, pantalla y gastos mínimos de botana para ofrecer a los cinéfilos. De cincuenta y tantos mil pesos solicitados le dieron 11 mil. La excusa fue que ya había otro proyecto igual con un apoyo de 20 mil pesos, cuyas actividades de la becaria beneficiada hasta ahora son un fantasma. De cualquier forma, 11 mil pesos es mucho.
Amada le dio tips a Alfa de cómo podría hacerle para aminorar gastos, ya que tiene la experiencia en la gestión cultural y es integrante del Cine Club Casa Malagua, en la calle Allende 110, colonia Centro, donde un grupo de chicos exhiben películas y cortometrajes de ficción y documental todos los jueves a las 8 de la noche, sin costo.
Algo debe pasar en Manzanillo que lo hace carecer de suficiente creación, difusión y gestión cultural. Ahora el taller literario en el municipio tiene poca audiencia, en cambio, en 2009 los talleristas publicaron una antología de cuentos y poemas, Manual para escapistas. La portada del libro tiene un grabado del pintor y grabador Guillermo Huerta.
En la actualidad, al Instituto de Cultura sólo le basta ser sede de lecturas de programas que organiza la ciudad capital. Tal vez desconozcan que existe germinación de talentos en las letras y guión de cine que trabajan de manera independiente, no por elección, sino por falta de oportunidades en su tierra. Miguel Ángel Álvarez Alcaraz, de nombre artístico Seth, intentó ser becario del desarrollo artístico municipal; el consejo, juez calificador, no aceptó su proyecto, optó por darle la beca de manera ilegal a un compañero del consejo con dos proyectos distintos, de 40 mil pesos cada uno; sin embargo, él no desistió en seguir su sueño: crear arte.

Este año el Fondo Estatal de Cultura y las Artes (FECA) y la Secretaría de Cultura lo becó con 48 mil pesos en la categoría Creadores y Ejecutantes con Trayectoria.

Tal vez haga falta más lectura dentro del órgano municipal, si al menos hubiesen leído que Seth se ganó una beca el año pasado para estudiar 2 meses guión para telenovela en la Ciudad de México, otorgado por la televisora TV Azteca, y fue finalista en el Primer Certamen de Poesía Fantástica Minatura 2009 en España, todo podría haber sido distinto. Por cierto, hace pocos días regresó de un curso que la misma marca le pagó en la Escuela Internacional de Cine y Televisión en Cuba.
Lo bueno es que tanto Alfa como Miguel aman lo que hacen y será muy difícil que claudiquen en la lucha constante de enseñar el gusto por la lectura, la creación de letras e imágenes, en este desierto de sal.
Alfa no llegó a la primaria “Padre Hidalgo”. Amada aprovechó el tiempo para recorrer la escuela donde aprendió a leer y a escribir. Vio con cariño el espacio que tienen de biblioteca, se prometió regresar a leerles e instruirles a escribir cuento.


Elsa I. González Cárdenas
Publicado en el Diario de Colima
Manzanillo, Colima, México
24 de febrero de 2011

viernes, 18 de febrero de 2011

El abandono del jardín del rey Midas

Elena gustaba de ver la hilera de personas afuera del Centro de Salud, antes de las 7 de la mañana. Entre más temprano menos gente veía, eso lo tomaba como señal para saber que pronto llegaría a la primera clase de matemáticas del profesor Chulines, si es que no se lo topaba en el camino.
Su escenario cotidiano de lunes a viernes era observar señoras con niños en brazos, infantes tristes, hombres de cuerpos débiles, perros con mecate o cadena alrededor del cuello, parejas de novios, estudiantes universitarios, meretrices alegres… y en la entrada estaba don José, el panadero de San Pedrito que conocía desde la infancia, siempre le daba los buenos días.
El personal transitaba a prisa: los pasantes de médicos orgullosos portaban su bata blanca, enfermeros sonrientes saludaban, médicos indiferentes pasaban entre los pacientes, dos jóvenes simulaban barrer bien la banqueta larga, cambiaban de lugar la tierra del concreto y la arrojaban a la calle; en cambio, los jardineros se esmeraban en mantener vivas a las plantas: palmeras de ornato y de cocos, crotos, obeliscos, jazmines, copa de oro, pino, arbustos de hojas verdes y amarillas; árbol de mangos, en el pasto al brotar el agua del rehilete las aves bajaban a beber y a mojar su cuerpo.
Durante cuatro décadas, pacientes de las comunidades de Manzanillo iban a citas médicas o a hacer trámites para obtener certificados médicos, tanto personales como requisitos internacionales de productos a importar.
Tras el terremoto del 9 de octubre de 1995, el Centro de Salud sufrió daños en parte de su estructura, por lo que fue necesario improvisar consultorios médicos en el jardín del inmueble; mientras lo reparaban, chozas de madera con cortinas abrigaron a los visitantes. Cuando el riesgo de movimientos telúricos culminó, el inmueble volvió a funcionar normal.
En 2010 la institución de salud cambia de domicilio, donde antes era el Hospital Civil en San Pedrito. La propiedad queda en abandono total, sólo por las noches un velador vigila a media luz desde la caseta de seguridad, pero del jardín que muchas veces acogió a los ciudadanos y dio vida a los animales, está en completo desamparo.
Los árboles y plantas esperan las lluvias del verano para no perecer; casi una decena de bolsas negras de basura desde el mes de noviembre del año pasado siguen en el mismo lugar; vecinos de la colonia sacan la escoba para limpiar el pedazo de acera con la intención de que las hojas secas no caigan frente a sus casas.
En la avenida teniente Azueta no hay más movilización de brigadas para las campañas contra el dengue, autos estacionados sobre el rótulo de azul, exclusivo para personas con discapacidad; venta de flanes y arroz con leche, o bolillo; filas antes de las 6 de la mañana, bardas chuecas por pintar; sólo queda el ánimo de los pájaros, plantas, árboles, para no rendirse al abandono; polvo, basura y un jardín del rey Midas, sin más infantes que puedan apreciarlo.

Es irónico que una institución de esta índole venda salud cuando al mismo tiempo se deslinda de su responsabilidad. A fin de cuentas, sólo es naturaleza, pues ¿a quién le importa respirar menos oxígeno y la vida de unas cuantas aves?
Elena recuerda las instalaciones del actual edificio del Centro de Salud, ahí nació ella cuando el ISSSTE daba atención a los derechohabientes; además, los primeros 7 años de vida asistía con frecuencia a emergencias o a veces tenían que internarla para recibir oxígeno. En el día disfrutaba subir de la mano de mamá el cerro de cemento, ver las ambulancias pasar, oler a medicina y a antisépticos. Lo que más gozaba era llegar a la sala de espera, ya que inquieta veía a los pacientes, imaginaba historias o las escuchaba. Al crecer no tuvo más ISSSTE, pero volvió para recibir el cuerpo de un amigo muerto.



Elsa I. González Cárdenas
Publicado en el Diario de Colima
17 de febrero de 2011
Manzanillo,Colima, México

jueves, 10 de febrero de 2011

Estampa de Lázaro Cárdenas



Karla espera que pronto termine la cocinera de prepararle las tortas para abordar el autobús. En silencio se pregunta: “¿Por qué la gente es lenta cuando uno trae prisa?”. Diez minutos antes del abordaje mira a la mujer cortar con delicadeza los trozos de piña, parte a la mitad las teleras, las coloca sobre la plancha caliente, abre el frasco de la mayonesa, mete la cuchara de madera, saca la mezcla de huevo, la unta en los panes, sigue el ritual del orden con los demás ingredientes: queso, jamón, lechuga, aguacate, chile jalapeño y la fruta amarilla.
Lázaro Cárdenas es uno de los 113 municipios de Michoacán. Toma su nombre del expresidente de la República mexicana (1934-1940), el general Lázaro Cárdenas del Río.

Hace menos de una década el movimiento portuario en Lázaro Cárdenas fue el punto de apertura de nuevos empleos. El puerto requirió personal calificado. Hubo ofertas laborales para los manzanillenses. Algunos costeños partieron sin problema por el gusto de explorar otros rumbos, aunque no fue lo mismo para quienes no tuvieron la opción de negativa, pues aceptaban o perderían su trabajo.

En el radiopasillo de las oficinas colimenses corría el rumor de que los lazareños creían que los visitantes les quitarían las fuentes de empleo; en cambio, éstos decían que la gente local era muy floja y no sabía nada.

Todo inicio es un proceso de aprendizaje y acoplamiento. En la actualidad, los michoacanos y los manzanillenses trabajan en conjunto. Los exportadores e importadores tienen dos buenas alternativas para el manejo de sus cargas vía marítima en el Pacífico Mexicano.

El puerto de Lázaro Cárdenas recibe buques de última generación, es decir, con gran capacidad de portacontenedores. En 2010 arribó el buque Taikung con 8 mil 500 teus. Además posee excelentes oportunidades logísticas: tiene un corredor ferroviario que lo enlaza directamente con Estados Unidos y una carretera que lo conecta al interior del país.

La ciudad es un Manzanillo de hace 20 años, polvorienta y desértica. Existen dos plazas comerciales, El Zirahuén, y Tabachines. Detrás de la primera plaza contigua al hotel Casa Blanca está La Fragua, café gourmet y, en la segunda plaza, El Aroma, abierto después de las 6 de la tarde; hay cinco cines independientes: Flamingos, Cine War, Cine Aconcagua, Cine Latino y Cinemas Tikal; el boulevard Las Palmas es la arteria principal del lugar, lleva al Palacio Municipal; las combis y los microbuses son el medio de transporte colectivo. Hay fayuca al descaro, venta de ropa y elotes asados en las calles; la plaza pública La Pérgola –el jardín o kiosco– dista mucho de ser un atractivo provinciano porque está cubierto de telas y lonas de vendedores semifijos ambulantes, que serán reubicados en un edificio sin construir, donde yace la biblioteca pública “Álvaro Obregón”, ésta también será reubicada. Frente al hotel NH Lázaro Cárdenas, hay una glorieta enorme con dos fuentes pequeñas de cantera, las luminarias y el pasto sirven de fondo para la fotografía de los recién casados.

Los convoyes militares hacen sus rondines por el boulevard. La seguridad es controlada por los mismos delincuentes, la tarifa mensual de 2 mil pesos ofrece protección a los locatarios, y aunque los lugareños vistan sencillo no les sorprende leer en la prensa notas rojas ni ver la imagen de un hombre bañado en sangre con los sesos al descubierto.

La estampa de Lázaro Cárdenas, Michoacán, cambiará no sólo por el mejoramiento de las carreteras, ni por las playas hermosas que conducen a ella, menos por la cantidad de muertos que aparezcan al día, sino por el monstruo portuario que llegará a ser. Entonces los manzanillenses querrán radicar allá, pero los lazareños no ocuparán más de su experiencia.


En la lámina de metal la telera se dora, el queso pierde su cuerpo y el aguacate la consistencia. La cocinera toma la mitad de los panes, los coloca en la cima y envuelve las tortas en papel. Karla recibe el alimento, da las gracias, se marcha con la ilusión de que estén sabrosas y pueda alcanzar el camión de las 13:30 horas de Lázaro Cárdenas a Manzanillo.



Elsa I. González Cárdenas
Publicado en el Diario de Colima
10 de diciembre de 2011
Éste texto sufrió algunas modificaciones.
Manzanillo, Colima, México

jueves, 3 de febrero de 2011

Un lunes diferente




En invierno me resisto a dormir en mi recámara cuando es más fría que la sala, a dejar de tomar café, ir los domingos a misa y olvidar al amor que ya partió. Rechazo que las primeras líneas de este texto nazcan en papel virtual, por eso intento escribir sobre el cuaderno de rayas con bolígrafo de tinta roja. Ojalá mi inconsciente no imite estilos, si lo hace, que sea de alguien que tiene gracia; si no logro nada, sólo será algo diferente.

Ocurre a veces que estás frente al papel o al monitor de la computadora dispuesto a crear palabras que pudieran resultar interesantes, surge la emoción por compartirlas, las ideas revolotean en el pensamiento, pero los lugares comunes, las muletillas, faltas de ortografía y mala redacción, están ausentes. La página queda virgen por horas, en espera que esculpan garabatos sobre él.

Hoy para mí es un día de ésos, martes de sequía cerebral. Para colmo, empieza a doler la cabeza. Pongo la palma de la mano en mi frente, trato de equilibrar las energías de mis dos hemisferios. Tengo frío. Voy por el suéter largo de siete botones, cubro mi pecho. Miro la hora en el reloj, a las 4 de la tarde debo tomar las pastillas que el médico recetó, “infección en la garganta”, diagnosticó. Soy delicada de los bronquios, aunque la semana pasada no importó, tomé coñac con hielo en plena desnudez de la luna.
Ayer fui a la Colima luego de llegar de Coquimatlán. El cielo estaba limpio a diferencia de Manzanillo, donde amaneció con un velo sucio; por supuesto que vi los volcanes, lucían hermosos.

En la avenida Madero le marqué por teléfono al amigo colimense para cuestionar sobre la ubicación del banco de logotipo rojo, él respondió: “Casi estoy seguro que en la avenida Felipe Sevilla del Río hay uno y parece que en el centro también”.
Para mí, parecer y creer es sinónimo de ignorancia. Decidí buscar la institución bancaria en el centro, no perdía nada, ya estaba ahí. Caminé hacia el jardín Núñez, por sorpresa algo llamó mi atención: un automóvil estacionado cerca de un hotel, quise distinguir el número de placas, pero la miopía y astigmatismo no lo permitieron.

A corta distancia quise ver el número de placas del carro que suponía era de mi examor, de todos modos no las recordaba y el adorno en retrovisor no era el que él tenía. Minutos después la cordura volvió. Reí por el impulso. Fue curioso, atrás de mí el banco de logotipo rojo estaba ahí. Entré al local, cambié el cheque que en días pasados perdí, al terminar salí. Caminé en busca de la Calzada Galván sin saber cuántas calles debía subir. Fue en la calle Emilio Carranza en la entrada de una casa, el rotulo decía “Bazar de antigüedades”.

Sin titubear me introduje. La recepción la dio el teléfono de metal con disco para marcar los números y cuerda de fibras de hilo; dos relojes cucús de madera sobre la pared de apenas treinta centímetros, la mujer del negocio comentó: “Es original, viene de Alemania, trae su instructivo, debe servir es cuestión de enviarlo a arreglar. Puedo hacerte una rebaja especial o apartarlo con anticipo”; en el muro del lado derecho se asomaron pinturas de escasez belleza, una consola, maleta de madera, abrigos de los años setenta; en el segundo cuarto habían utensilios de cocina en la mesa, cucharas, juegos de té, cafeteras de metal o barro, cubiertas de cerámica; al fondo el molino lleno de óxido y otros fierros que no distinguí; en la tercera división, la silla con respaldo textil y cuerpo de pino robaban gran parte del pequeño espacio, el espejo largo de marco de latón lucía bien y el último rincón del bazar dos cámaras polaroid, cajas artesanales, portarretratos, pero lo más valioso fue ver una máquina de escribir de los años cuarenta en su estuche de piel, teclado limpio y sobre el rodillo un pedazo de papel con el nombre de la dueña del negocio: “Ésta cuesta 3 mil pesos. Llévesela, mire que ya tiene tres posibles clientes”. Ganas no faltaban de comprarla, al contrario, lamenté no hacerlo antes de que fuera tarde. Salí del bazar más antigua de como entré. Le dije a la mujer que le mandaría a mi hermano filatélico y numismático.

Seguí el rumbo hasta encontrar las aceras que conectan la Calzada Galván para llegar a la Secretaría de Cultura. Arribé a la oficina. Esperé varios minutos la firma en mi reporte trimestral, no tuve éxito. En absoluto no me molesté porque para mí fue un día diferente hasta al anochecer.




Elsa I. González Cárdenas



Publicado en el Diario de Colima



03 de febrero de 2010



Manzanillo, Colima