viernes, 30 de septiembre de 2011

Nana

Una de la mañana con 10 minutos. La tía no puede dormir. Quizá sea por el café amargo que bebió o la desilusión que tuvo al leer en la etiqueta del frasco de pastillas un ingrediente que no le pareció.

20 minutos después, frente a la pantalla de la computadora observa los nombres de las personas conectadas en el chat de una red social: Carlos, Alejandro, Julio y María. Carlos reside en Madrid, allá el horario es 8 horas más tarde que aquí; Alejandro y Julio son nocturnos de profesión, editores de periódicos, y María suele curiosear unos minutos por internet mientras labora en un banco ruso, en Moscú, pero Sophie no tiene por qué estar despierta.

El insomnio es común para ella. Las ojeras y la paciencia se apoderaron de la mujer. Sobre la cama, boca bajo, mira a través de la persiana, gotas de agua sobre el mosquitero gris y escucha el oleaje que la acompaña. Sophie es tía y nana a la vez. Vive y trabaja en una casa frente al mar, donde hay arrecifes, serpientes y flores.

Los sábados a mediodía y los domingos enteros son sus días libres. Cuando decidió apoyar a la hermana en cuidar a la sobrina de 13 meses de edad, nunca imaginó la gran responsabilidad que tendría.

La tía Sophie sabe que cuidar niños de tiempo completo es una tarea titánica aunque a veces quisiera tener tiempo para preparar comida casera, no le hes posible. La casa es de un hombre norteamericano que le gusta tener la alacena repleta de productos envasados, harinas, panes, aderezos, refrescos y agua embotellada. La mujer prefiere comer alimentos sin condimentos y frescos.

Es tarde. Se resiste a dormir porque aún no termina de leer las noticias de los periódicos digitales ni ha visto el final de la película Al filo de la navaja, del director Edmund Goulding, de 1946. Sí, a veces pierde el tiempo por el placer de observar la quietud de la noche y disfrutar su soledad.

Prefiere no pensar en qué cosas nuevas le enseñará mañana a la sobrina porque tiene llena su agenda en compromisos cercanos. De todos modos, imagina lo estupendo que sería que la niña aprendiera a leer a los 3 años de edad como Sor Juana. “No forzar a los infantes a aprender. Todo a su ritmo”, se repite. Luego, recuerda las letras que la sobrina distingue: “A, B, C, D, E, G, M, N, O, P, S, T y O”, y ríe al haberle inculcado el cuidado el respeto por la naturaleza.

3 de la mañana. Los ojos de la tía parpadean lento, las piernas se aferran al colchón de la cama, los dedos en el teclado de la computadora están calientes. La espera de un correo electrónico la mantienen despierta. Llega el e-mail. Lo abre con el entusiasmo de leer una carta. El remitente es un hombre que conoció hace tiempo. Él le cuestiona a ella la razón de su tristeza y la invita a tomar un café fuera de la ciudad. La propuesta le suena atractiva, pero tendrá que esperar porque su prioridad es ser nana las 24 horas al día. Da doble clic al ícono responder, redacta unas palabras: “Espera la taza de café a finales de octubre”.

Sophie sólo es una simple nana que enseña lo mejor que puede y tiene, aunque la madre del infante tenga la idea de que la paga es la recompensa por el cuidado.





La tía ahora comprende la entrega de las mujeres que son nanas. A ellas se les deben consideraciones, días libres, apapachos y reconocimientos. El dinero no compra afecto ni una buena educación, mucho menos la dignidad de una persona. Lo único malo de ser nana es que los niños siempre se extrañan.



Elsa I. González Cárdenas
Publicado en el Diario de Colima

El 29 de septiembre de 2011
Este texto tiene algunas modificaciones

Manzanillo, Colima, México

jueves, 22 de septiembre de 2011

Central camionera y los mercados

SEGÚN la nota de la prensa local del pasado 19 de septiembre, el administrador de la Terminal de Autobuses de Manzanillo, Iván Herrera, afirmó: “Sin incidencias qué lamentar como robos a pasajeros que son drogados para cometerles algún acto ilícito. Se ha trabajado bien en cuestión de seguridad hacia los usuarios, lo que habla no solamente de los altos estándares en la materia en la ciudad porteña, sino además los acertados dispositivos de vigilancia dentro de este inmueble”.

Cuando la leía, repasaba en la mente los espacios de la Terminal para encontrar a algún vigilante o cuerpo de seguridad. Busqué lento detrás de la barra, donde venden los boletos, el andén previo a la sala de espera, el baño de mujeres, las salas de los autobuses de las líneas de primera y segunda, los carriles de los camiones y la solitaria tienda.

En el recorrido imaginario no logré ver a ningún vigilante en el inmueble. Los únicos filtros de vigilancia que hace el personal de la Central Camionera –así se le conoce en el puerto– son para la revisión de boletos. El primero lo realiza una señora que suele estar sentada en una silla de plástico antes de entrar a la sala de los camiones de primera y, por último, la señorita que los solicita para cotejar el número de asiento y misma que entrega a los pasajeros algunos alimentos para ingerir durante el viaje –manzana, torta, barras integrales, cacahuates o galletas, y bebidas gaseosas o agua embotellada–, junto con un par de audífonos para escuchar el televisor o música.

Al terminar la lectura olvidé recordar si existen cámaras de video ocultas en lugares estratégicos. Quizá a eso refiera la declaración como dispositivos de vigilancia. Lo que sí puedo asegurar es que la Central Camionera de Manzanillo se encuentra en magníficas condiciones y siempre la conservan limpia, además, es más bonita que la terminal de Colima, Puerto Vallarta, Guadalajara, México Norte, entre otras.

Lo único cierto es que los viajeros se cuidan en no aceptar de personas desconocidos pastillas, bebidas o comida sin que exista una campaña de educación sobre el tema.
Unos opinan que a los habitantes de los pueblos o ciudades se les conoce por lo que comen. Por esa razón, algunos turistas y lugareños tienen el gusto de visitar los mercados, además de querer elegir lo mejor para comer. En el puerto sólo existen tres: mercado 5 de Mayo, en Manzanillo; mercado Valle de las Garzas, en la misma delegación, y el mercado El Colimense, en Santiago. El más grande es el 5 de Mayo. En la planta baja se encuentra en la primera sección el área de verduras; del otro lado, contiguo al altar, carnicerías, pescaderías y pollerías. En la segunda planta el área de comidas. Entre el pasillo y el balcón central se colocan cantantes con un teclado, bocina y micrófono. Al mercado de El Valle le falta los colores diversos de las verduras, el papel china o crepe de las piñatas listas para venderse, los mandiles puestos sobre los pechos de los dependientes; las carnes rojas y blancas carecen pronto, el sonido que se escucha es el bullicio de la gente; en los locales exteriores, los comensales llenan sus barrigas con carne de puerco bañada de manteca, tacos de cochinita pibil, agua de coco, de frescas o refrescos. La venta concluye pronto.

El mercado El Colimense, el más pequeño de todos, es el que recibe a más turistas nacionales y extranjeros. Éste posee de todo en cantidades efímeras. Verdulerías en lados opuestos, zapatería y ropa dentro y fuera del inmueble, fondas en el centro, un desorden con relativo acomodo e higiene. La ventaja es que todo se puede encontrar. Basta caminar pocos minutos para ubicar la pollería donde despachan tres mujeres que mastican chicle con la boca abierta, o salir a comprar un raspado en la esquina con el señor que deja que las abejas coman un poco de sus jarabes, porque argumenta que ya no tienen miel las flores y por eso van con él. El Colimense es un adolescente eterno que no crece, pero tiene carisma.

Los tres mercados no alcanzan los 20 años de antigüedad, y aunque parecen pocos para los 161 mil 420 habitantes, son suficientes para los pobladores, pues las grandes tiendas de autoservicio acaparan las ventas.

La Central Camionera y los mercados son lugares claves para el turismo. Si son del gusto de los visitantes, éstos regresan, si no optan por otras alternativas. Siempre los comerciantes deben ser cuidadosos para que la gente vuelva.


Elsa I. Gonzalez Cardenas
Publicado en El Diario De Colima
El 22 de septiembre de 2011
Manzanillo,Colima, Mexico

jueves, 15 de septiembre de 2011

Detrás

HABÍA leído la nota hace días en el periódico, sobre que se transmitiría una videoconferencia del Dalai Lama en un lugar que no recuerdo.

El sábado 10 de septiembre fui a la ciudad de Colima a un curso de cine con la intención de aprender un poco lo que hay detrás de la pantalla grande. Por no organizar bien mis tiempos perdí la clase de grabado en Manzanillo.

Le pedí posada a Raymundo, quien renta una casa en Villa Izcalli, en Villa de Álvarez. Ya en casa intenté dormir a media noche, pero no lo logré sino hasta las 4 de la madrugada porque los vecinos de enfrente de la calle Coyotlán convivían de una manera muy peculiar.

Una decena de jóvenes estaban “divirtiéndose” entre alcoholes, sandeces, vagancias, juegos de manotazos, preguntas necias y gritos. El escándalo era inminente. Con mucha lástima escuchaba el lenguaje tan vulgar que manejaba el líder del grupo –no sé si era un tal Muñoz–.

Quise levantarme de la cama y callarlos, también tuve la idea de grabarlos en un video para denunciarlos con sus padres al día siguiente. Cuestionaba en silencio por qué los demás vecinos o Raymundo no hacían algo para correrlos. Ganas no faltaron de salir a ponerlos en su lugar, no lo hice por estrategia, sería poco inteligente de mi parte retar a una pandilla de chicos que no sólo el alcohol pudiera estar en su organismo, sino una sustancia tóxica.

Lo único que hice fue buscar –en la oscuridad y sin lentes– en internet del teléfono móvil la página web de Villa de Álvarez; llamé tres veces a la policía local. La primera vez fue como a las dos de la madrugada, la segunda fue 20 minutos más tarde, y la tercera a las 3:10 de la mañana. Quien descolgó el auricular del otro lado del teléfono tomó las llamadas con amabilidad, pero el reporte que le pasó a la patrulla B50 nunca llegó.

En la última llamada que hice le di las gracias por la nula respuesta que tuve y puntualicé que la sociedad deja de confiar en ellos por la misma razón. El hombre, sin olvidar su amabilidad, argumentó que él cumplía con su trabajo, de pasar los reportes a las patrullas en turno, pero desafortunadamente sólo contaban con cuatro unidades para todo el municipio y que sus compañeros toman prioridades, pues hacía un rato que habían recibido una llamada de auxilio, pues la gente había escuchado unos disparos, pero que de todos modos le pasaría la queja al comandante Martínez. Antes de despedirme, agradecí la atención telefónica, y al cortar, la bendición.

Después surgieron dudas en saber cuántos habitantes existen en el municipio, con cuántas patrullas debería contar Seguridad Pública para poder movilizarse sin contratiempo, cuál es el sueldo de los policías si el director de Seguridad Pública gana 14 mil 109.08 pesos –periodo mensual–; luego recordé a la adolescente sociable con espinillas en el rostro y frenos en los dientes que solía comer a la salida de la escuela secundaria Mariano Miranda Fonseca, en Manzanillo, si aún conservaba esa chispa de estar enterada de los asuntos personales de sus amigos, ahora convertida en presidenta municipal, Brenda Gutiérrez.

No es que desee que sepa la vida de sus amigos o conocidos, pero es importante saber cómo está trabajando el personal a su cargo con tales carencias y, peor aún, por qué lo permite.

Ya iban a dar las 4 de la mañana cuando el cansancio del día anterior empezaba a vencerme. Dormí.

El domingo desperté más tarde de lo cotidiano. Al mediodía fui a escuchar una videoconferencia que transmitieron en vivo del Dalai Lama en el auditorio del profesor Crispín Ríos Rivera, de la Sección 39 en la capital. La cita era a las 13 horas.

En lo particular, se me hizo extraño que este tipo de eventos lo gestionara el Sindicato Nacional de Trabajadores para la Educación (SNTE), sin embargo, fue un gusto saber que podría sembrarse en los profesores la inquie-tud de una nueva forma de educar a los niños y jóvenes del país. Detrás de las máscaras suele haber sorpresas.

Al llegar al lugar, los instructores imaginaron que sólo duraría una hora la teleconferencia. Les aclaré que serían mínimo 2 horas, no creyeron. Antes de iniciar el enlace vía satelital desde la Ciudad de México, los anfitriones ofrecieron un delicioso almuerzo. Ocho platillos mexicanos y pan casero para los visitantes. Por supuesto, era mucho esperar que no utilizaran platos desechables y no dieran refrescos. En las cazuelas de barro la verdura al vapor no figuraba en el platillo favorito. Estaba casi intacto, contrario a los guisos de carnes rojas. Se podía comer y recomer sin limitación.

La proyección se inició en el auditorio pequeño sin butacas y con sillas acojinadas de metal, en el momento que el Dalai Lama bajó de una camioneta acompañado de su equipo, y el guapísimo actor Richard Gere. Pronto se oyó entre el público de apenas setenta personas, suspiros, voces y risas: “Ay, papacito”.

A media conferencia podía verse que la mitad de personas que se encontraban en el auditorio habían desaparecido. Una de las personas organizadoras del evento durante toda la transmisión estuvo inquieta, iba y venía a su asiento; los demás intentaban entender el mensaje del Dalai Lama; algunos movían la cabeza para decir que estaban de acuerdo con él.

Cuando terminó, la mujer inquieta dijo unas palabras al auditorio: “Muchas gracias por asistir a la teleconferencia del Lalay Dama”. Así le dio el nuevo nombre al líder espiritual del pueblo tibetano en más de dos ocasiones.



Elsa I. Gonzalez Cardenas
Publicado en El Diario de Colima
El 15 de septiembre de 2011
Manzanillo, Colima

jueves, 8 de septiembre de 2011

Productos



Yassir bendice la existencia de los Zucaritas –hojuelas dulces de maíz tostadas–, dice que sin ellas se volvería loco. Zizil afirma que son puras harinas refinadas nada sanas. Él argumenta que tienen zinc; ella desmiente el valor nutricional expuesto en el empaque.

A Xóchitl le da risa escuchar la plática de ambos, pues sabe de antemano que gran parte de lo que nos venden las empresas de productos alimenticios no son nutritivos. La mayoría de los “cereales” de marcas transnacionales se venden bajo ese nombre para que el futuro cliente crea que es bueno. Lo mismo sucede con los panes de caja o los que exhiben en los aparadores de las pastelerías o farmacias, las tortillas de maíz transgénico, embutidos con colorantes, quesos –que no contienen ni un gramo de leche–, yogures de sabores artificiales, jugos, néctares y golosinas con enducolorantes, huevos de gallinas y pollos nutridos con alimentados de engorda. Sin mencionar los químicos de higiene personal de uso diario: desodorante antitranspirantes, shampoo y jabón con aromas y la pasta dentífrica.

Xóchitl piensa que Yassir bromea sobre los Zucaritas, no cree que un intelectual ignore lo que existe detrás de un producto con código de barras. Luego prende el televisor y observa a los actores de rostros casi perfectos en los melodramas con actuaciones inverosímiles; a los pocos minutos aparecen en la pantalla los anuncios publicitarios para bajar de peso, evitar la aparición de arrugas, dolores musculares, bebidas que prolongan la potencia sexual, pastillas antivárices, entre otros. Después, trata de entender la razón de vender engaños. Llega a la conclusión que más que una ganancia monetaria hay una distracción hacia la realidad, un sedante colectivo que es ingerido desde la infancia sin que nos demos cuenta. Ésa es la razón por la que miles de consumidores de todas las edades y clases sociales no logran ver más allá de las marcas.

Xóchitl recuerda la anécdota del señor del departamento de ventas del club de golf deportivo y zona residencial Altozano, en La Capacha, Colima, cuando le mostraba al norteamericano el gimnasio: “Contamos con un gimnasio bien equipado. Los aparatos son nuevos. Aquí hay una vista espectacular. Ah, también tenemos una reserva natural por allá más lejos, al rato lo voy a llevar para que lo vea”.

En efecto, detrás de los ventanales de cristal la zona boscosa pueden percibirse árboles, quizá parotas en medio del campo; en otra dirección lagos artificiales, fuentes, flores, el escenario verde por doquier a 800 metros sobre el nivel del mar.
Ella, quien acompañaba al extranjero, lo único que se le ocurrió cuestionar en silencio es si el vendedor hablaba con profundidad o sólo lo afirmó para lograr una venta mínima de un millón de pesos por un terreno económico.

Indignada se dijo: “Cómo se atreve ese tipo a decir ‘tenemos una reserva natural’ cuando han talado centenares de árboles, ahuyentado a la fauna silvestre –si no es que matado–; además, no dudo en que los propietarios y trabajadores al construir el lujoso inmueble hayan saqueado objetos prehispánicos”. Por fortuna, no se compró ningún terreno, gesto que le alegró a la mujer, pero no tanto como haber logrado sacar de un área cerrada una mariposa azul con puntos rojos en sus alas.

El sedante o droga para reaccionar de manera pasiva lo comemos en los alimentos envasados y los bebemos en el agua natural embotellada o filtrada por las tuberías; los conservadores, sabores artificiales, colorantes, alcoholes, fármacos, hasta la pintura de las paredes del hogar contienen químicos dañinos a la salud del ser humano, aunque las Normas Oficiales Mexicanas y dependencias gubernamentales certifiquen que en pequeñas cantidades no.

Solemos ser títeres de los dirigentes políticos y mercadólogos de nuestro país. El conocimiento es la clave para elegir la forma en cómo queremos vivir. Elige comer y beber bien, ser tú mismo sin cuerpo ni rostro perfecto, esto es un gran paso al cambio. Al tener otra mentalidad comienzas a ver la vida diferente.

Yassir le pregunta a Xóchitl qué opina sobre los Zucaritas, ella no le responde, pues prefiere imaginar que él se dará cuenta que es mejor estar loco que ingerirlos.



Elsa I. Gonzalez Cardenas
Publicado En El Diario De Colima
El 08 de septiembre de 2011
Manzanillo, Colima, Mexico




Recomendaciones para leer y escuchar:


http://www.eluniversal.com.mx/articulos/41481.html
http://www.youtube.com/watch?v=c_6QBIioml8

jueves, 1 de septiembre de 2011

Poco tiempo

A Ernesto Robles


La última vez que vi a Ernesto fue en el hospital del IMSSS, en Colima. Confieso que tenía cierto temor por verlo, pero tengo la idea de que las visitas pueden mejorar el ánimo del enfermo.



Cuando llegué al nosocomio, el vigilante de la entrada acomodaba con rapidez las credenciales de identificación –parecían dos juegos de dominó– que los visitantes le proporcionaban para poder acceder al área de los pacientes. Dejé la mía con la encomienda de relevar a la otra persona que estaría con mi excompañero de clases.




Entré a un cuarto colectivo donde varios convalecientes comparten espacio en un cajón grande de concreto. La cama número cuatro estaba vacía. Pensé que ya lo habían dado de alta porque la vecina de al lado afirmó: “Al joven se lo acaban de llevar en silla de ruedas; córrale, puede que lo alcance”.



Inquieta hice lo que indicó la señora. Antes de dejar el inmueble me dirigí con el vigilante para decirle que debería tener más control sobre las salidas de los pacientes. Fuera del hospital sentí un alivio enorme.






Confiaba que Ernesto mejoraría pronto. Tomé un taxi para dirigirme a una cafetería del andador Constitución. Minutos más tarde recibí una llamada telefónica de una amiga para decir que Neto seguía de interno en el Seguro Social, y que si no logré verlo era porque lo habían llevado al baño a tomar una ducha.



Estaba feliz de poder visitarlo y, al mismo tiempo, nerviosa. Arribé y volví a dejar la tarjeta de idenfificación con el vigilante. En el hospital supe que a mi compañero lo tenían en un cuarto aislado. Así que la primera vez que lo busqué me había equivocado, aunque de todos modos no lograría verlo. Antes de entrar a la habitación debía usar un cubrebocas y adentro una bata verde que nunca logré amarrar en mi espalda .



Hay instantes en la vida en que uno no sabe qué palabras precisas decir, ése fue uno de los míos. Lo único que hice fue saludarlo como si todo continuara igual. Él, al verme, se percibía contento, sus ojos tristes brillaron y no paró de agradecer la visita. Neto siempre fue un joven delgado, pero esa vez pesaba menos de 40 kilogramos. Entre él y yo existía el cariño que se le tiene a un chico con el que convives en toda la carrera universitaria. Era un hombre inteligente, dedicado al estudio, solía hacer bromas fuertes en el salón de clases, las mujeres lo apreciabamos mucho por ser tan ocurrente. Al terminar los estudios creo que no fue a la fiesta de graduación porque no salió en ninguna fotografía. A las reuniones de la generación tampoco solía ir. Le gustaba vivir en soledad.




Fue uno de los primeros compañeros que consiguió trabajo en la misma agencia aduanal donde realizó sus prácticas profesionales. 11 años laboró ahí. Fue jefe de tráfico. Después dejó la compañía. Cuando platiqué con él respecto a la vida laboral en las agencias aduanales argumentó que le encantaba hacer trámites portuarios, sin embargo, demasiado trabajo y responsabilidad por un sueldo poco considerable no valía la pena sacrificar toda tu vida para hacer rico a un empresario foreño que aprecia tu trabajo de acuerdo a lo que logre conseguir de ti.


Me dio gusto saber que Ernesto había comprendido valorar la vida. Él estaba en un proceso de búsqueda interna. Supongo que en ese trance evolutivo de autoconquista lo hizo caer en estado depresivo, quiza por eso, entre otras cosas, dejó de alimentarse bien. Anemia y pulmonía fue el diagnóstico médico.


Ernesto y yo recordamos las anéctodas de estudiantes, de los planes de salir juntos a caminar a la playa, convivir más con su la familia y amigos, ir a desayunar unos deliciosos chilaquiles, el deseo de haber querido ser periodista y le propuse dar clases. A todo dijo que sí, hasta cuestionó cuándo haríamos la próxima fiesta de la generación. Argumenté que no había fecha, pero debía ser este año.



Poco tiempo estuve con Neto y su hermana, quien lo cuidaba, una hora, quizá. Al despedirme quise darle un abrazo fuerte sin lastimarlo. Recargué mi pecho sobre el suyo postrado en la cama, le di un beso en la mejilla y dije: “Hasta pronto”.


En los 3 días siguientes lo dieron de alta del nosocomio. 15 días después fue trasladado en una ambulancia a la capital. En el camino tuvo un infarto respiratorio. Ernesto no resistió, murió. El día de su funeral estuve a un paso de ser atropellada en una calle de tres carriles, no sucedió porque escuché una voz que hizo reaccionara para no cruzar.




Estoy segura que era la de él. Ahora sé que ausentes están más cerca del corazón de los vivos.


Elsa I.Gonzalez Cardenas
Publicado en el Diario de Colima
El 01 de septiembre de 2011


Este texto pudiera tener modificaciones.
Manzanillo, Colima, Mexico

El costo de la educacion

Disculpe, esta pendiente por publicar en el blog debido a que requiero editar el texto en otra computadora.En cuanto este listo se publica en este espacio.
Gracias

Elsa I.Gonzalez Cardenas
25 de agosto de 2011
Manzanillo, Colima, Mexico