domingo, 15 de diciembre de 2013

El abuso perjudica al prójimo

A Osiris Andrew (qepd).
Desconozco qué está sucediendo hoy en día, o tal vez sea yo quien está pasando por estas situaciones.

Tuve una formación poco conservadora, con pensamientos liberales. Gracias al mal tino de mi padre, respecto a la decisión del sexo, nacimos puras mujeres en la familia. También, tiene parte de culpa el origen de mi madre, que es de Michoacán. Ambos, sin tener plena conciencia, hicieron un experimento de pensamientos. El resultado no fue tan bueno, debo aceptar que soy quejumbrosa, criticona y poseo un carácter de los mil demonios cuando la gente se pasa de lista. De las cosas buenas, si es que las poseo, no hablaré.

Volviendo al punto inicial. En casa, mi mamá me instruyó a no abusar de los demás y papá a ser justa, pero sobre todo, a no ser servil, cosa que con los años se da uno cuenta que existen muchos en este puerto.

Mi educación la recibí en escuelas públicas. Puedo sentirme orgullosa que la básica era de buena calidad; los profesores hicieron su trabajo lo mejor posible. Al llegar a la universidad, tuve la fortuna de contar con docentes que decían: “Siempre da un extra en tu trabajo”, algo parecido a la frase de la familia: “No seas medida en la comida, cuando la ofrezcas”.

Ahora pienso en lo que solía decía Osiris Andrew: “Amiga, usted vive en un mundo de caramelo, salga de su burbuja, vea la vida real”. Reía de su frase, después lo mandaba a volar, porque él gozaba discutir conmigo.

Qué razón tenía. Me resistía a aceptar que muchas personas buscan su propio interés a costillas de los demás. No deseaba contaminar mi mente con eso. Estaba programada a encontrarme, de vez en cuando, ese tipo de humanos, pero nunca a estar rodeada de los mismos.

Ahora surgió el problema en el ámbito laboral. Un subordinado prepotente cree que es mejor elemento que mengano, y exige un aumento de sueldo, si no se va. Al momento de partir, deja a su servidora con una vacante importante. Sé que los elementos pueden ser sustituidos, mas no es conveniente dejarlo ir cuando se acerca un proyecto importante. Lo peor es que anunció a los clientes donde laboró, su posible salida.

La deslealtad no se paga con perdones. El daño se resarce con buenas acciones constantes. Es educación formativa, elemental, que en los hogares debe de enseñarse a los hijos. El abuso perjudica al prójimo.

Muchas veces uno desea ser paciente, ir por el buen camino, pero cuando se encuentra con individuos mañosos, lo importante es ser más inteligente que ellos.

Pero ¿cuál es el caso de ser más qué, si al final todos somos uno? Lo que le afecta a él o a ella termina perjudicándonos. Es una bola de nieve pequeña, rodando en el suelo, haciéndose grande al paso, hasta quedar quieta en algún lugar.

Es común encontrarse a ese tipo de personajes en el ámbito político. Parece un requisito primordial. De ahí, el ejemplo es consentido por los ciudadanos, luego adquirido. Tal parece que el siguiente paso es la iniciativa de ley.

Hace días, le cuestioné a una conocida de secundaria sobre su hijo. Ella contestó que había fallecido en un accidente automovilístico. Después vino una de mis preguntas más inoportunas de mi vida: “¿Viajaban por carretera?”, la contestación fue de inmediata: “No, yo iba con mi hijo –de casi 20 años de edad– en la moto, delante de nosotros estaba un camión urbano, llegó otro a gran velocidad y no le fue posible frenar y nos prensó. Estuve en el hospital de Guadalajara, internada. No me habían dicho nada sobre mi hijo, hasta que estuve recuperada. El chofer del camión duró 3 días en la cárcel, luego salió libre”. En seguida, pregunté sobre su otra hija, para cambiar de tema. Minutos más tarde, nos despedimos.

Al retirarme, en silencio cuestioné la razón de la libertad del asesino. Di en el clavo. En el puerto de Manzanillo, muchos de los dueños de las concesiones de transporte público, ya sea camionetas urbanas o taxis, pertenecen a funcionarios, mismos que jamás en su vida han trabajado en esta área.

Por esa razón y otras más, prefiero encapsularme en mi mundo de burbujas. Donde la naturaleza y las obras artísticas tienen demasiada belleza para no apreciarlas. Aunque debo agradecer a la infinidad de personas mal formadas, por darme motivos para encontrar a las buenas almas. Lo siento, amigo Osiris, seguiremos discutiendo en distintos mundos: tú desde el cielo y yo en el de caramelo.



Elsa I. Gonzalez Cardenas
Publicado en el Diario de Colima 
El 12 de diciembre de 2013
Manzanillo, Colima, Mexico

Letargia


Juan y Luis me dieron el remedio para quitar la gripe: tomar unos tragos de tequila derecho.

No concebía la idea de consumir medicinas, por lo que decidí beber alcohol, sólo que había un pequeño problema: en casa no contaba con tequila ni ganas de ir a comprarlo, por lo que opté en abrir la botella de mezcal oaxaqueño que tenía en la vitrina desde principios de año.

Tampoco encontré caballito de tamaño estándar para vaciar el líquido transparente donde yacía un gusano, pero eso no fue impedimento, ya que di con otro de doble capacidad. Lo lavé, serví el primero, partí dos limones, los vestí con sal de grano y pronto lo bebí. Al inicio el sabor fue fuerte, quemó mi garganta, pues la fruta ácida y las piedras cristalinas provocaron gesticulación fácil. Bebí el segundo y en el tercero, el ardor desapareció. La sensación de calidez que sentí dentro de mi cuerpo fue menguando mi tono de voz ronca, los movimientos se hicieron más lentos, mientras los ojos dejaron de parpadear al mismo ritmo. Durante 20 minutos permanecí sentada frente a la mesa del comedor bebiendo mezcal. El estado en letargia que experimentaba en ese momento no era nada cómodo. Recordé lo mala que soy para tomar alcohol y la rapidez con que puedo embriagarme. Lucía, o al menos así lo creía, como una marioneta.

Tuve que llamarle al hermano –que estaba de visita– para apoyarme sobre sus hombros e ir a la recámara a dormir.

Despacio era la percepción del tiempo en estado de embriaguez. En mi letargia, cuestionaba una y otra vez por qué el gusto de las personas en embriagarse, si el estado de ánimo provocado puede darse al estar sobrio. En ese minuto entendí a los alcohólicos. Todos tenemos problemas, los asimilamos de manera diferente y actuamos de igual. Recordé la experiencia que tuve hace tiempo con la ayahuasca.

La ayahuasca en el Perú, Ecuador y Brasil es un bejuco –planta trepadora de la selva–, cuyas hojas se prepara un brebaje de efectos alucinógenos, empleado por chamanes con fines curativos.

Antes de la ayahuasca no había probado ningún producto o planta alucinógeno, estaba completamente limpia. Durante la adolescencia y juventud escuché y hasta vi compañeros fumando marihuana frente a mí, pero nunca tuve la curiosidad de probar hasta que, en la edad adulta, el brebaje curativo resultaba atractivo para saber los deseos que habitan en mí, dejar al subconsciente hacer las pases con el consciente.

En la primera ocasión no tuve ninguna respuesta o al menos estuve demasiado tensa para dar con ella; en cambio, la segunda, tuve un excelente regalo: muchas puertas se abrieron y un espectáculo de luces brillantes iluminó la mente. Hubo llanto, sonrisas y felicidad.

El domingo pasado, la vecina Lulú hablaba con la hermana sobre su nieto que embarazó a la novia, y es drogadicto. El chico apenas alcanza los 20 años de edad; su padre es uno de los médicos más prominentes del puerto y la madre, una mujer pretenciosa y sociable.

El consumo de las drogas entre los jóvenes en Manzanillo es muy común. No sólo se ven en los centros nocturnos ni en las esquinas de las calles populares, sino también en las instituciones educativas, tanto a nivel secundaria como universidad.

Algunos profesores lo saben, también los directivos, sin embargo, poco o nada se hace al respecto. Nadie quiere comprometerse en desenmarañar la bola de estambre por miedo. No desean demandar a sus estudiantes, consumidores de drogas dentro de los planteles, pues se meterían en asuntos delicados. Tendrían que cuestionar quiénes son los vendedores y a éstos los nombres de los distribuidores. Aunque al final sabemos todos que en nuestro país, el mercado de las drogas es negociado con el Gobierno mexicano.

Por desgracia, el descuido de los padres hacia sus hijos de saber en dónde están y con quién se juntan puede conllevar a tomar el camino equivocado.

La comunidad de El Naranjo se encuentra cerca al Aeropuerto Internacional de Manzanillo. Es un lugar lleno de hermosa vegetación y pocos habitantes. Antes, con tan sólo nombrarlo, se creía que era una zona poco civilizada. En la actualidad, pensar en él conlleva a suspirar con tristeza y pronunciar que ha habido robos por más de tres ocasiones durante un mes en una misma casa. Las autoridades policíacas lo saben, también el Presidente Municipal, mas no dan solución al problema. Jóvenes drogadictos se apoderan de las pertenencias ajenas sólo para tener dinero y comprar drogas.

Después, no lamentemos las muertes vanas de los hijos. Todo está claro a la luz del día.

El estado de letargia lo sufrimos los ciudadanos por el mal Gobierno que elegimos cada 3 ó 6 años. De nosotros depende en qué estado queremos estar: ebrios o sobrios.




Elsa I. Gonzalez Cardenas
Publicado en el Diario de Colima
El 21 de noviembre de 2013
Manzanillo, Colima, Mexico

Al norte sin sueño 2 de 2


EN Riverside arribaron en un automóvil que se encontraba en el estacionamiento; después se fueron a un restaurante a cenar. El platillo que pidió Rufino fue una crema de papa con trozos de pollo, dentro de un tazón con fondo de pasta de hojaldre. Al terminar todos de comer, se dirigieron a Orange, California, un condado cercano, a 45 minutos de distancia. La diferencia de horario entre México y ese lugar es de 2 horas.

Al transitar por las afueras de la ciudad, Rufino pudo percibir que en Estados Unidos de Norteamérica –al menos en esa zona– se percibía un completo orden. Conoció el famoso freeway: son ocho carriles vehiculares, cuatro de ida y cuatro de regreso, pero cada uno cuenta con un espacio llamado “car only pools”, cuya traducción en español es “compartir auto”. En pocas palabras, sólo pueden pasar automotores con más de dos pasajeros dentro. El freeway es la vía más rápida para transitar; los conductores tienen acceso a él, previo recarga de tarjeta.

Orange es un condado rodeado de casas, estilo años 20; muchas de ellas aún conservan la arquitectura. Es hermoso apreciar las casas de madera con techos de doble agua, tallados en forma de teja, fachadas pintadas de blanco, gris o café. Ahí no existen las cercas. Todo es tranquilo. Los dueños de los inmuebles cuentan con alarmas de seguridad; las más grandes tienen caballerizas. Es común observar a las personas montando a caballo en los andenes especiales.

Arribaron a la casa. Desempacaron la ropa de cama y pronto se fueron a dormir. En 2 días el calendario del año marcaría el cuarto jueves de noviembre, fecha en que se celebra el Día de Acción de Gracias.

Al día siguiente, cometieron el error de visitar Disneylandia en plenos días de fiestas. Había mucha gente de varias nacionalidades haciendo fila, mínimo de 45 minutos para subirse a algún juego mecánico; claro, todos valían la pena. Era un placer ver el espectáculo de luces de colores de un castillo sobre el agua o adentrarse al mundo de los piratas. Hubo una función de teatro, el que más que actuación fue una amenización musical, acompañado de jóvenes bailarines con un vestuario tropical, personajes caricaturescos en vivo y una pantalla digital enorme, sincronizada con el protagonista principal: Micky Mouse.

Pasó algo curioso, a los pocos segundos que Rufino y su acompañante abordaron un carro del juego mecánico de Peter Pan, éste se descompuso. No tuvieron más remedio que esperar el rescate. De ahí surgió la frase: “Hasta en Disneylandia sucede”.

En los consecutivos días, visitaron Brea, otro condado de California; ahí todo es distinto. Las casas siguen siendo bonitas, pero el diseño es contemporáneo. Durante la época decembrina, los vecinos de una colonia visten sus jardines exteriores con adornos navideños. Hoy en día, es un atractivo de la ciudad, pues acude gente de otros lugares a hacer recorridos por la zona. Por la noche se pueden apreciar infinidad de luces de colores, figuras de Micky Mouse, Charlie Brown, hombres de nieve, renos, Santa Claus, Pato Donald, trenes, Hello Kitty, entre otros.

También Los Ángeles es una ciudad bien distinta a la inicial. LA tiene un poco de parecido a la Ciudad de México, no en las megaconstrucciones, sino en el desorden, la escasa pulcritud y el ambiente tenebroso; eso sí, los enormes rascacielos impresionan. Es un espacio lleno de contrastes. Hay personas de todas las nacionalidades tomándose fotos en la avenida donde estén los nombres de sus estrellas favoritas, en el piso; civiles disfrazados de Elvis Presley, Charles Chaplin, Ironman, Spiderman, deseosos de ser fotografiados con la intención de recibir un dólar.

En LA se encuentra la famosa ciudad de Beverly Hills, una área donde vive la gente más adinerada del condado. También donde se han filmado infinidad de series y películas de televisión. Es tal cual como se ve en las imágenes de la pantalla chica: hermoso y cálido.

A su alrededor cuenta con cafeterías, tiendas, cines y todo lo extra necesario para que la gente común y los residentes puedan permanecer ahí, sin salirse del lugar. New Port es otro condado, sólo que es playero. Sí hay playa y los rayos del sol se reciben con gusto, pues el aire es frío y es frecuentado comúnmente por los jóvenes. Muchos van a jugar, a correr o caminar en invierno.

A Rufino le costó más de 10 días para acoplarse a Estados Unidos de Norteamérica. No hizo ejercicio, no por falta de ganas, sino por el tremendo frío que sintió. No le sufrió tanto en la comida, pues pese a estar acostumbrado a hacer cuatro en Manzanillo, sólo hacía dos. Lo que sí noto fue un exagerado servicio en los platillos, es decir, mucha comida, abundante. Así que comida que no te lleves a casa, la tiran.

Tal vez Rufino regrese al Norte, sólo procurará hacerlo con un sueño: conocer New York y San Francisco.





Elsa I. Gonzalez Cardenas
Publicado en el Diario de Colima
El 5 de diciembre de 2013
Manzanillo, Colima, Mexico

Al norte, sin sueño 1 de 2


El tablero de la aeronave indicaba mil 600 pies sobre el nivel del mar. Rufino intentaba tomar el tiempo de tránsito de su ciudad natal, Manzanillo, hasta el país vecino, Estados Unidos. La hora exacta la desconocía. Apagó el teléfono celular antes del despegue. Luego le fue imposible encenderlo por seguridad. Él estuvo de copiloto por 2 horas de camino.


Los números blancos y rojos permanecían en aparatos digitales, el motor funcionaba a la perfección; el piloto se comunicaba en inglés a la base del aeropuerto cercano. Rufino leía con dificultad los nombres de lugares que aparecían en el display: San Patricio, La Huerta, Barra de Navidad, Tomatlán, Puerto Vallarta, Mazatlán, Puerto Peñasco, Guasave, Ciudad Obregón; después olvidó los siguientes.



El paisaje lucía fantástico. Las nubes blancas los acompañaron en el vuelo. Cerros verdes y nacimientos de agua dulce y salada estuvieron siempre presentes hasta el territorio mexicano. El cielo en los estados de Colima y Jalisco mostraba una ligera capa café. En 2 horas, la tonalidad cambió a un azul hermoso. Volaban sobre Mazatlán. Rufino estaba fascinado por la limpieza de la atmósfera; luego entristeció al recordar que en ese mar los cruceros norteamericanos no regresarán por un tiempo, debido a la alta inseguridad que se vive en toda la República Mexicana.



En Ciudad Obregón, Sonora, frontera de México con Estados Unidos de Norteamérica, descendieron para ser revisados por la Aduana, aunque en realidad no se hizo la supervisión del equipaje, sólo la documentación: visa, pasaporte y pago de impuestos.



A partir de Sonora, el escenario cambió. No hubo más trópico, sólo montañas, mar en algunas orillas. Apreció el Mar de Cortés o Mar Bermejo, a su derecha. Conoció todo el Océano Pacífico desde las alturas. Al volar cerca de Arizona, vio montones de arena diminutas, vistas desde el cielo –era el desierto. El piloto le dijo que eran dunas, aunque en realidad no eran nada pequeñas.



Rufino veía, a través de la ventanilla, pasar muchas nubes blancas. A veces pensaba que el avión no se movía, que en realidad eran ellas quienes jugaban carreras unas con otras; pero en cuanto veía abajo, en tierra firme, los lugares fijados los iba dejando atrás.



Perdió por completo el conteo de horas que llevaban de vuelo. Desde el cielo, el tiempo no es el mismo que el de tierra. Vio el bello atardecer, rodeado de algodones blancos, un cielo coloreado de tonos naranjas y rosas. Apenas el reloj de su compañero marcaba las 4 de la tarde. A las 5, estaban en completa oscuridad.



Rufino no tenía sueño ni hambre, pues había dormido como una hora al estar en la cabina. El panorama lo relajó tanto, que recordó el conteo de los mil borregos cuando la gente no puede conciliar el sueño. Lo que sí tenía de sobra era la inquietud de llegar a su destino. Estirarse, comer algo y descansar, ya que sus malos cálculos le indicaban cerca de 7 horas de vuelo.



Descendieron en Caléxico, la frontera norteamericana. Ahí no fueron los únicos en arribar. También iba una pareja de gringos setenteros; ellos regresaban de visitar a unos amigos en Puerto Escondido, Oaxaca.



En Caléxico, Rufino fue interrogado por dos agentes migrantes. Un moreno con rasgos latinos y rostro marcado por el acné mal cuidado en su adolescencia, y una mujer joven, obesa, con cara de pocos amigos, le cuestionó en español si con frecuencia visitaba el país.



Él respondió que esa era su primera vez; la gorda quedó conforme con la respuesta y se marchó junto con el hombre, quien enseguida regresó con el pasaporte de el viajante e indicó que hasta mayo del siguiente año podía permanecer en Norteamérica; éste agradeció, pensando que con una semana era suficiente.



En la pista revisaron las alas de la aeronave con unos artefactos de mano, parecidos a los que se usan para medir los límites de velocidad en los automovilistas.



Al terminar ese episodio, todos abordaron el avión. El frío estaba presente y más para un manzanillense acostumbrado a estar bajo sombra a más de 30 grados centígrados.



Por fin, arribaron a Riverside, su destino final. Esa vez no hubo más aduanas ni interrupción alguna. El descenso estuvo perfecto. Todos bajaron de la aeronave, después guardada en una depot grande. (Continuará),




Elsa I. Gonzalez Cardenas
Publicado en el Diarioi de Colima
El 28 de noviembre de 2013
Manzanillo, Colima, Mexico

El negocio por encima del cliente

“Para que sea negocio, se debe de buscar la forma en que lo ofertado te resulte más barato, si no, no es negocio”. Esa fue la respuesta que dio un microempresario a Dani, cuando le comentó que la telera que proporcionaban en el restaurante donde comían tenía menor costo que un bolillo de panadería. Al escucharla, se puso pensativa por unos segundos; después, echó a volar su imaginación con esa filosofía. Recordó el precio de un platillo de comida a la carta, se trasladó a los lugares donde ha comido, cuyos menús oscilan en más de 120 pesos; vio a un panadero vendiendo en triciclo o moto, a hombres con mandil de pecho y cintura, llenos de harina en las manos; y por una razón descabellada, la imagen de los agricultores y ganadores permaneció en su mente, sembrando semillas modificadas, o dándole alimentos de engorda a las vacas para acelerar su crecimiento.

El tiempo de crecimiento de un pollo de granja, listo para ir al matadero e ideal para comer, es a los 6 meses de haberlo criado; en cambio, el pollo que solemos comprar en el mercado es de 2 meses. El alimento que suelen darles a los animales de engorda tiene el nombre de “ponedora”. ¿Qué ingredientes contiene?, aún no lo sabe, pero a corto plazo, por salud propia y colectiva, los investigará.

Sus pensamientos la hicieron regresar a la mesa del restaurante, sin comentar nada, no quiso discrepar.

Apenas habían pasado unos cuantos días cuando un cliente que se ejercita en el gimnasio donde ella trabaja le platica que fue al otro gimnasio –el recién aperturado–, cuyo dueño argumentó contar con tarifas más elevadas en comparación a otros, justificando que ellos sí saben cómo hacer las cosas.

Ahí todo parecía normal, el comentario era válido, considerado, suelen ser competencia, sin embargo, lo peor vino después. No porque criticara al equipo laboral del gimnasio, más bien por abrir la boca de más, vociferar en plan pretencioso, con una mala estrategia para conseguir más miembros.

El cliente cuestionó si fulanito, quien es fisiculturista –y familiar– se inyectaba algo para lucir el cuerpo que tiene. La respuesta fue un sí. También dijo que con él podría conseguir todos los productos deseados, “todo los que te puedas imaginar”.

Al escuchar el cometario, Dani se rió, en seguida salió a flote su voz digna: “Es verdad, no conozco mucho del negocio, no tenemos la experiencia de él. Sabemos que es un negocio, pero considero que ninguno ni alguna profesión debe pasar por alto la salud de los clientes, por eso es importante leer los ingredientes de todo lo que consumamos”.

Recordó las palabras de la entrenadora que practicaba la halterofilia o levantamiento de pesas, representante del estado de Colima: “Miren, tengan cuidado con lo que se meten al cuerpo, no vale la pena estar de tal forma si no es al natural. Estoy hablando de sustancias, no de proteínas. Ustedes, a simple vista, pueden darse cuenta cuando un cuerpo es natural o no. En las competencias nacionales de fisiculturistas no hay ambulancias ni paramédicos, cosa que debería de haber por si un participante se desmaya o le pasa algo. Ha sucedido que después de la competencia, ganan, y al día siguiente, muerte fulminante.

“Ahora los organizadores, en cuanto ven a chicos que se inyectan, de inmediato los bajan del estrado o tal vez los dejen, pero no van a ganar, no pueden arriesgarse. Ah, también les digo que el médico que les dará el curso teórico, lo escuché decir ante un grupo, que si alguien se atreve a decirle en dónde compra tal producto con sustancias prohibidas, con una demanda se cierra el negocio, pero hasta ahora no hay nadie que se anime a decirlo”.

Dani probó los camarones a la diabla que había pedido para comer. Los crustáceos bañados en salsa roja eran un atentado a la receta: demasiada salsa catsup. Lo mejor que pudo hacer fue disfrutarlos en compañía de un cielo lluvioso y con su amigo, el microempresario.



Elsa I. Gonzalez Cardenas
Publicado en el Diario de Colima
El 14 de noviembre de 2013
Manzanillo, Colima, Mexico

Lo que no se habla: violencia familiar y psicológica


¿CUÁNTAS mujeres sufren violencia psicológica o física en México, o mejor dicho, en el puerto? Esa es una pregunta difícil de responder, pues no todas las mujeres están dispuestas a aceptar que la padecen o padecieron.

De acuerdo a la Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia, el término violencia contra las mujeres es cualquier acción u omisión, basada en su género, que les cause daño o sufrimiento psicológico, físico, patrimonial, económico, sexual o la muerte, tanto en el ámbito privado como en el público; víctima: la mujer de cualquier edad a quien se le inflige cualquier tipo de violencia; agresor: persona que inflige cualquier tipo de violencia contra las mujeres.

El portal de Sistema de Indicadores de Género define que la violencia de género se ejerce en función del sexo, es producto del dominio y el poder usado para reproducir y mantener estatus y autoridad. Es una de las principales y más crudas manifestaciones de las inequidades de género.

En una nota periodística publicada en Cimacnoticias, en agosto de este año, se argumenta que en Colima el Centro de Apoyo a la Mujer (CAM) Griselda Álvarez manifestó que no existe un informe puntual y completo sobre las denuncias de agresiones que han hecho las mujeres. La Procuraduría de Justicia del Estado debe dar los datos estadísticos exactos sobre el tema.

Por otro lado, volviendo a la cuestión, su servidora quiso recibir opiniones sobre el tema en su Facebook personal. De los 188 amigos que tiene de contacto, en su mayoría hombres y mujeres profesionistas, intelectuales y artistas en diversas áreas, el resultado fue que ninguno de ellos dijo alguna palabra, a excepción de Érick Vázquez, escritor y ensayista regiomontano, dedicado a la lectura de la misoginia a nivel mundial, puso “me gusta” y comentó por mensaje privado la responsabilidad de la mujer en difundir y hablar sobre el tema, pero sobre todo educar a los niños a tener respeto hacia ellas.

Lo curioso de esto es que por lo menos dos de mis amigas, una dedicada a la educación preescolar y otra al área portuaria con un puesto laboral a nivel gerencia la sufrieron, pero jamás pronunciaron palabra.

La primera la vivió en el noviazgo y lo sigue viviendo, ahora casada y madre de dos hijos. Tolera esta situación. El antecedente que pudiera justificar, de alguna forma, el maltrato psicológico, pudiera ser el carácter débil, la falta de amor paternal, luego de que sus padres se divorciaran; durante la adolescencia, las ganas enormes de tener a un hombre a su lado, la baja autoestima, el miedo a estar sola, pudieran ser los detonantes para vivir con ello.

Tolerar las humillaciones hacia la mujer dentro del matrimonio es muy común. Las frases suelen ser: “Vete en un espejo, estás gorda, fea, nadie te va a querer así, eres una floja, hija de tal por cual”, es tomado muchas veces a modo de chiste o, lo que es peor, por costumbre. Lo malo es que esta situación de violencia no sólo afecta a la madre de familia, sino que también ese comportamiento es heredado por los hijos, futuros adultos que podrían repetir el patrón conductual.

En el segundo caso, la violencia fue física, en el tiempo en que ella vivía con su pareja hubo golpes y jaloneos de ambas partes. La enseñanza de aceptar la violencia psicológica o física viene de nuestras casas.

El interrogante siguiente sería: ¿Por qué nos negamos en decir que la padecemos? ¿Qué tan grande es la codependencia, la falta de amor propio para no buscar ayuda y salir de ello? ¿Realmente vale la pena vivir sin tener vida propia?

Su servidora, quien esto escribe, después de casi una década de haber roto la relación sentimental con un novio y haber platicado sobre el tema con el regiomontano, se atreve a decir que sufrió, en algunas ocasiones, violencia psicológica en el noviazgo.

Con el tiempo, puedo decir sin censura que me prohíbo volver a sufrirla y espero relatar mi experiencia con otras mujeres para evitar o prevenir que les suceda.

Este tema lo abarcaré más adelante, cuando tenga más información al respecto. Lo que les pido a las y los lectores es una examen introspectivo para reflexionar qué tan bien estamos en ese asunto.




Elsa I. Gonzalez Cardenas
Publicado en el Diario de Colima
El 7 de noviembre de 2013
Manzanillo, Colima, Mexico

Saber comer


Las piernas de Rogelio nunca crecieron en la misma proporción de su cuerpo. En su madurez, época cuando tenía el estómago abultado, unido por dos hilos delgados al tronco, pesaba cerca de 80 kilogramos y medía 1.72 metros, él solía jactarse de saber comer bien. Tan bien que nunca le puso peros a los gusanos de maguey, chapulines, berros, verdolagas, alfalfa y los platillos tan ricos de doña Lupita, su esposa.



Rogelio siempre le dio prioridad a la comida, bebida y parranda. De soltero, era común verlo vestido de traje y corbata en algún cabaret de la Ciudad de México, acompañado de hermosas mujeres y hombres guapos en los años 50. Al casarse, disminuyó la frecuencia de sus diversiones; al paso de los años, dejó poco a poco la parranda y la bebida, más que por convicción, por salud.

El hombre fumó durante 30 años. De un día a otro abandonó la dependencia a la nicotina porque empezaba a tener problemas respiratorios. El único ejercicio que hacía era la caminata. Caminaba largos kilómetros bajo los rayos del sol para desplazarse de un lugar a otro. Nunca aprendió a conducir un vehículo, tal vez por el trauma de haber chocado años atrás.

En casa, la esposa sabía consentirlo. Siempre le preparaba, como primer tiempo, caldos, sopas aguadas o cremas; en el segundo, los guisados, y en algunas ocasiones, postre. El agua fresca –de frutas– era un requisito primordial.

A Rogelio podrían etiquetarlo de avaro por guardar ciertos límites en la vestimenta de sus hijas y mujer, pero nunca de mal proveedor de los alimentos para ellas.

Con el aceite de caguama curó a la primogénita de sufrir asma por el resto de su vida; a la mediana, gracias al buen hábito de consumir agua de coco, la dotó de buenas plaquetas para poder donar sangre cada vez que se requerían; y a la grande, gracias al consumo de chía hasta en la sopa, sus huesos fortalecidos le ayudaron a no quebrarse, luego de haber tenido una caída.

Rogelio siempre decía: “Hay que alimentarse bien para crecer y estar sano”, pero nunca inculcó de lleno el hábito del ejercicio. A lo mucho que llegaba era la caminata. Eso bastó para tener el gusto por la actividad física, aunque no de todos los integrantes de la familia.

La menor de sus hijas, luego de bajar varios kilos de más en la pubertad, tras enamorarse y adquirir la buena decisión de ejercitarse, comenzó a cuidar su alimentación.

Aprendió el concepto de la palabra “caloría vacía”, es decir, caloría sin nutrientes, hueca, que con regularidad encontramos en los productos chatarra. Un ejemplo de ello es la equivalencia de nueve papas fritas, cuyo contenido calorífico es de 100 calorías, mientras que en la tortilla, grupo de alimento perteneciente a los cereales, representa un 68. También se hizo consciente que el ser humano debe de comer 3 horas antes de hacer ejercicio y que no es posible forzar el movimiento de las articulaciones en el sentido contrario a sus funciones.

En la actualidad existe una ilustración didáctica distribuida en los sectores de salud, instituciones y por internet que plasma, en tres secciones, de colores verde, amarillo y rojo, los alimentos benéficos para la salud; al mismo tiempo, marca la frecuencia de cuándo consumirlos.

El color verde indica: frutas y verduras. Si se compara a un semáforo, diría: “Siga, continúe”. Es parecido en la nutrición. La persona debe de consumirlas lo más que pueda, y de preferencia crudas y con cáscara; el amarillo expresa la sección de cereales, es importante comerlos en cantidades moderadas, ahí entra el pan, lo ideal sería optar por los integrales, evitando las harinas blancas refinadas; por último el color rojo aparece, constituido por leguminosas y alimentos de origen animal, su valor principal nutricional es la proteína. Éstas gozan de mala fama en la actualidad, “comer carne roja es mala”. En realidad, no es tan cierto, el daño en sí es la forma en que es alimentado el ganado. Aun así, si se desea prescindir de ello, es importante sustituir bien la proteína con otro nutriente, en este caso, 100 gramos de carne roja equivale a dos huevos.

La ingesta promedio del ser humano es de mil 800 calorías diarias. En el mercado de la comida mal sana, el refresco de cola de 600 mililitros contiene 150 calorías. El punto importante no sólo es saber combinar los alimentos para comerlos, pues es primordial hacer ejercicio todos los días.

Rogelio cuenta con 80 años de edad y como es normal, padece de enfermedades como cualquier otro anciano. Hasta la fecha, el gusto por el buen comer lo hace despertar a su esposa a las 2 de la mañana para desayunar; en cambio, su primogénita procura comer cada 4 horas del día.




Elsa I. Gonzalez Cardenas
Publicado en el Diario de Colima
El 31 de octubre de 2013
Manzanillo, Colima, Mexico

Curso de acondicionamiento físico


Las manos de Galy sostuvieron un libro, editado quizá en los años 70. La obra habla sobre los conceptos de las palabras. De vez en cuando lo hojeaba para leer y enseñarle a su familia lo aprendido. Al paso del tiempo, la única palabra que aún memoriza es gimnasio.

A Galy, aunque era una adolescente activa, nunca le interesó hacer ejercicio. Fue hasta su juventud cuando se enamoró y decidió bajar de peso. Para empezar, hizo el propósito de subir y bajar el cerro de La Cruz por las mañanas. De lunes a viernes, a las 7 de la mañana, se le veía sudando, junto con una amiga. Poco a poco la constancia fue arrojando resultados: menos kilos encima. La disciplina se convirtió en un hábito y el hábito en una necesidad.

Al cumplir su objetivo, no sólo logró adelgazar, también cambiar la forma de alimentarse. Dejó la comida procesada por la sana; sustituyó alimentos elaborados con harinas blancas y refinadas por las de trigo, o se abstuvo de ingerir comida en grandes cantidades.

La vida la llevó a ingresar a un gimnasio donde aprendió a realizar rutinas de ejercicio. Algunas mujeres que asistían al mismo, le cuestionaban cómo usar tal aparato. Ella con reserva les decía, pues se considera no apta para instruir en esas cuestiones delicadas.

Meses después, surgió la idea de tomar un curso de instrucción en acondicionamiento físico. Averiguó en la página de internet del Instituto Colimense del Deporte (Incode) cuál sería el próximo. En octubre habría uno, del 18 al 27, en Colima.

Galy se dirigió a la capital del estado a inscribirse. No hubo costo alguno, el Incode lo manejó con el término de “beca”. El ambiente en la oficina de gobierno se percibía en armonía, pese al color verde que le quita la belleza a las paredes de piedra. En Colima, en los últimos años es costumbre que el partido en el poder dé uso a rienda suelta de los colores de su abanderamiento; es una forma de propaganda engañosa.

Los días transitaron hasta llegar la fecha del comienzo del curso. La enseñanza práctica se impartiría en el Gimnasio Paralímpico Hilda Ceballos, a un costado de la Unidad Deportiva Morelos.

Galy, al arribar a éste, percibió la grandeza del inmueble. Cuenta con cancha de voleibol, otra con tres divisiones donde está el salón de tenis de mesa, halterofilia y el gimnasio.

Asombrada y triste, observó el equipo de gimnasio: fierros viejos con tapices rotos, accesorios oxidados dentro de una reja de madera, escasos espejos empañados en lugares poco visibles para quienes se ejercitan, y el piso de cemento inadecuado. En seguida, volteó la mirada hacia la superficie alta del inmueble, leyó el nombre femenino con quien fue bautizado. Se le vino a la mente la imagen de la mujer blanca, elegante, de cabello inmóvil. Al mismo tiempo, cuestionó en silencio si realmente ella sabría las condiciones reales en las que se encuentra el gimnasio. Más adelante, Galy rió, no de felicidad, sino de indignación. Ahí no existe ningún aparato adecuado para que se ejerciten personas con capacidades diferentes. Lo único que hay es una banca ancha donde podrían hacer una rutina de ejercicio con barra.

A las 4 de la tarde, la entrenadora indicada, licenciado Isela Elizondo Ochoa, les enseñó a usar algunos aparatos de gimnasio, nombres de tensión, agarre, posiciones correctas en el ejercicio, entre otras, y la parte teórica la impartió el doctor Miguel Becerra, experto en deportes y ex delegado del IMSS.

El total de asistentes fue de 20 personas de distintas edades, dentro del rango de 20 a 40 años, cuyos títulos profesionales no son, precisamente, encaminados al deporte, sin embargo, poseen el mismo objetivo: conocer más de cerca y desempeñarse en el área del deporte.

Galy tuvo que darse cuenta de la mala educación que tienen los “instructores de gimnasio”. Hombres y mujeres que toman el papel de instruir sin siquiera haber asistido a un curso de acondicionamiento físico; creen que basta con el hecho de tener cuerpo escultural. Entendió que la rehabilitación funciona con aparatos de gimnasio, los jóvenes pueden empezar a ejercitarse a partir de los 14 años, manejando el peso apropiado y a preparar una bebida hidratante para tomarla al concluir la actividad física.

El curso aún no concluye. Los instructores hacen su mejor trabajo; los currículum de los profesores avalan su profesionalismo. Galy quedó muy contenta por estar participando en él y está convencida que, obtenga o no su diploma del primer nivel de acondicionamiento físico, ha aprendido algo bueno en su vida, pero sobre todo, le agrada haber conocido a grandes personajes de Colima.



Elsa I. Gonzalez Cardenas
Publicado en el Diario de Colima
El 24 de octubre de 2013
Manzanillo, Colima 

Raya amarilla para los ambulantes


El martes por la mañana, antes de mediodía, Luna hizo su recorrido rutinario. Salir de la escuela del Valle de las Garzas e ir al centro, caminar por la Avenida México, observar a su paso, por unos segundos, a las mamás ver a sus hijos frente al jardín de niños, al personal de una tienda de jugos, licuados y lonches; el hilo de negocios de bisutería, accesorios para dama, cosméticos y lencería; a las empleadas barrer y trapear los pisos, limpiar los ventanales, el local de una casa de empeños, al indigente de un pie pidiendo dinero en la banqueta con la frase estremecedora: “Amiga, caridad, por favor, una ayudadita”, que ni aún así, ella y los demás transeúntes arrojan una moneda al vaso vacío que porta en sus manos.

Más adelante, al retornar en la esquina a la izquierda, yendo hacia el mercado, se detiene para ordenar sus pensamientos: decidir si compra o no la película pirata que el Kruper le recomendó ver: Amour. No lo hace. Transita por el andén lleno de ofertas de comida china, pollos rostizados, aguas frescas, ferretería, agua de coco, zapatería, colchas, miel, hierbas y productos derivados de la miel. Enfrente, en un puesto de la calle, un señor oferta plátanos, a 10 pesos la bolsa. A Luna le encantan las bananas porque le proporcionan energía cuando está ejercitándose, evitan la aparición de calambres. Junto a ella, cuatro personas del ayuntamiento conversan con el vendedor; los ignora y coge la porción del fruto.

El hombre uniformado interrumpe, instruyen que atienda al cliente. La mujer paga, se alinea con ellos y espera atenta escuchar la conversación. Los demás hombres la miran a detalle. El burócrata sigue con la charla. Pronuncia: “Tienen 3 días para acomodar sus puestos, deben acoplarse a la raya amarilla, marcada en el piso; este es el espacio de ustedes, si no hacen caso, los vamos a quitar”.

Luna escucha, baja la mirada a la raya amarilla que amaneció el martes 15 en el suelo. La línea delimita áreas. Unas son más largas, quizá 2 metros, otras uno con 80 centímetros. Termina la plática, los cuatro dependientes de gobierno se marchan.

Ella espera a que estén un poco lejos para cuestionarle al bananero: “¿Qué pasa?”; él le responde junto con otro comerciante contiguo: “Quieren que sólo utilicemos el espacio rayado, ¿pero cómo le vamos a hacer si mi puesto está más grande? Que si no le hacemos caso, nos van a desalojar. Esta pintura debió haberse hecho por la noche o la madrugada, no estaba ayer”. La clienta interroga: “¿No les avisaron que harían esto?”, a lo que responde: “No, apenas vinieron hoy y ya vio con qué actitud”. Luna, con la naturaleza de creerse defensora de la gente, comenta: “Imagino que ustedes no se niegan a pagar su espacio; 15 pesos me dijo que es la tarifa. Es conveniente que les hubieran avisado antes o preguntado si en realidad son los metros que necesitan”. Los comerciantes asistieron. Después argumentaron tener más de 10 años ahí y jamás los habían molestados.

Concluyó con la propuesta de ir al Departamento de Licencias municipal a pedir más territorio para ellos; después se fue.

Varios puestos ambulantes adelante, volvió a ver a los trabajadores. Se acercó al que parecía ser el jefe de todos, el mismo que utilizó las palabras de advertencia con el bananero. “Disculpe, oiga, quiero repórtale un negocio donde los dueños están invadiendo la calle, pues utilizan la vía pública para mostrar los productos que comercializan. Está frente a la dulcería, contra esquina de Comisión Federal de Electricidad, ah, y también el del bulevar Miguel de la Madrid, La Sonrisa. Mire, los peatones tienen que caminar entre las mesas y sillas porque éstas invaden la banqueta. Eso no es correcto. Digo, si está inspeccionando, vaya”.

El uniformado asintió con la cabeza, mostrando una imagen del primer negocio denunciado, del segundo exclamó: “El del bulevar no puedo hacer nada, ahí ya está comprada la vía pública. Si gusta puede ir con el director de licencias, Tapia. A él puede encontrarlo de 8 de la mañana a 3 de la tarde en la Presidencia”.

Luna, sorprendida, agradeció la información. Ambos dijeron adiós. Sólo que ella se alejó repitiendo el nombre del director para tratar de grabárselo e ir a la Presidencia, antes de concluir la semana.

Minutos más tarde, la mujer ya estaba en el mercado, comprando los alimentos para la semana. Al finalizar, tomó un taxi para regresar a casa.



Elsa I. Gonzalez Cardenas
Publicada en el Diario de Colima
El 17 de octubre de 2013
Manzanillo, Colima

Sin teatro no hay actores 2/2