jueves, 10 de julio de 2014

Experiencia


La poca experiencia que he tomado al impartir un taller de creación literaria y lectura con los internos del Centro de Rehabilitación Social, en compañía del amigo profesor Tonatiuh, ha sido muy grata.


Una hora y media frente a un grupo de 18 hombres, con edades de 20 y tantos a 50 años, me hace recordar momentos de mi adolescencia. Es verdad, no es fácil instruir a personas de distintos niveles educativos que en su mayoría sólo tienen secundaria o preparatoria.



Al preguntarles enseñanzas de nivel básico, el uso de las esdrújulas, graves, agudas, mayúsculas y un poco de ortografía, puedo percatarme que tanto ellos como los estudiantes que he guiado a nivel superior, padecen los mismos vicios, o mejor dicho, hicieron poco caso en aprenderlo; lo peor es que no les importa en absoluto.



Por otro lado, al revisar los textos que los chicos hacen como parte de la tarea, puedo leer historias interesantes y hasta graciosas, por supuesto, también confieso que he percibido la habilidad de escribir en algún compañero.



A veces pienso que el grupo aprenderá más cosas de las que yo aprendí dentro de una institución educativa; además, la intención no es sólo estar de guía, hablando de literatura o haciendo lecturas, sino escuchar más voces, otras experiencias, y realizar dinámicas. Por eso, programo invitaciones de amigos que puedan compartir sus conocimientos en distintas áreas: arte o humanísticas.



En una ocasión, les presté el libro Cuba para principiantes, de Rius, donde habla sobre el embargo comercial de Estados Unidos de Norteamérica a la isla; luego hablé sobre mi viaje a ese país. Por equis motivo, comenté que me había tocado ver cómo se llevaban preso a un joven en la Feria del Libro, por haber robado libros; no faltó la exposición de los rostros de los detenidos en el día, transmitido por televisión, y la compra de varios discos compactos grabados en la clandestinidad, al igual que los habanos Cohiba.



“Me sentí delincuente al entrar con cautela, al cuarto donde grababan los discos”, argumenté. Sin pensar que a más de uno, incomodaría con la expresión. Lo supe al oír: “Ah, gracias”. Qué podía hacer , desconocía cómo omitir la palabra “delincuente”.



Lo que no saben es, quien esté frente a ellos –al menos a mí me pasa– no los ven como delincuentes, sino como seres humanos con caminos equivocados.



Más de una ocasión les he dicho que deben de aprender de todo esto, los errores son del pasado y deben tratar ser mejores personas cada día.



Analizando la situación de los talleristas, me doy cuenta que muchos llevan bien puesto el término “delincuente”. Entonces, pienso: ¿Qué más castigo puede tener una hombre está privado de su libertad? Es cierto, el Cereso tiene sus carencias, castigos y, por qué no decirlo, beneficios para quien delinquió.



El programa de desintoxicación dentro del centro es llevado a cabo, gracias a los voluntarios independientes, de asociaciones civiles, trabajadores del mismo plantel o dependientes gubernamentales, incluso hasta de agrupaciones religiosas. El proyecto es buenísimo, sin embargo, hacen falta más actividades por impartir. Los chicos tienen la disponibilidad y actitud de aprender todo lo que se desee enseñar.



En la primera visita que hicimos Tonatiuh y yo con los 18 varones, nos dimos cuenta que dos de ellos no sabían leer ni escribir; en la tercera, uno ya estaba aprendiendo. A ambos nos sorprendió escucharlo leer unas palabras.



Hacen falta músicos que les compartan sus conocimientos en su arte, tal vez en tocar el violonchelo. Menciono ese instrumento porque hay uno dentro del cuarto donde se imparten los talleres; así como sería fenomenal impartir clases de baile, seguro los pies izquierdos se convertirían en derechos; la existencia de un cine club semanal con largometrajes bien elegidos.



Por eso mismo, me atrevo a convocar a todas las personas que profesan el amor, la paz, cultura, educación y obras sociales, a que volteen a ver hacia otro lado; dejen la comodidad, los miedos, y compartan su tiempo y conocimientos con los grupos marginados.



Seamos inteligentes, no podemos taparnos los ojos frente a infinidad de hombres y mujeres que salen de las cárceles sin haber obtenido dentro días menos tristes con ayuda de la sociedad.



Recuerden la trillada frase: todos somos uno. En verdad, es una excelente experiencia ser parte del programa , ¿quién dice yo?




Elsa I. González Cárdenas
Este texto, pudo haber sufrido alguna modificaciones.

Publicado en el Diario de Colima
El 10 de julio de 2014
Manzanillo, Colima, México 

sábado, 5 de julio de 2014

Sin mangas el chaleco


La iniciativa de la “ley chaleco”, hecha por el gobernador de Colima, según declaraciones del diputado Arturo García Arias, fue aprobada por el Congreso local; ésta obliga a todos los motociclistas a portar un chaleco que en la espalda muestre el número de la placa de circulación.

El argumento manejado es porque se han cometido delitos en los últimos meses, de personas a bordo de motocicletas, por lo que es importante reglamentar.

Siendo objetivos y congruentes, dicha medida de seguridad para los motociclistas no es favorable ni desfavorable; en cambio, para las autoridades es muy positiva. Tal vez para los conductores pueda pensarse que es una ley antisegura, debido a la situación de inseguridad que se vive en el estado de Colima y en todo el país. Ellos quizá crean que perderán su privacidad, por llamarlo de alguna manera. Siendo razonables, no hay pretexto, porque toda la información personal está registrada en el departamento de Tránsito y Vialidad de cada municipio.

Por otro lado, los empresarios del área de Comercio Exterior en el puerto de Manzanillo, en específico agentes aduanales, navieros y transportistas, deberían establecer en sus cláusulas de contrato laboral del personal operativo, que se apeguen a la “ley chaleco”. Los tramitadores, embarcadores y mensajeros de oficinas, la mayoría tiene como forma de desplazamiento la motocicleta.

¿Cuántas veces hemos visto transitar por las calles a padres de familia en el vehículo de dos llantas, acompañado de su bebé y mujer, sin que sean multados por las autoridades? En estos casos, sería excelente la aplicación de la “ley chaleco”, por obvias razones: no sólo pone en riesgo la vida de los tripulantes, también a quien resultara ser el victimario; portar el chaleco con la placa, sería más fácil identificar al conductor y, por supuesto, proceder a la sanción correspondiente. Negarse a portar el chaleco por razones antiestéticas es inaceptable; expresar que no es un elemento de protección como el casco, es válido.

Sería conveniente dialogar con el sector conformado por motociclistas, antes de empezar a multar a quienes no porten tal chaleco, así como hablarles de estadísticas en otros países que presumen se han favorecido gracias a su uso, pero no imponerlo sin razón explicativa.

Sobre la marcha que hubo el sábado 28 de junio, en la cual participaron cientos de motociclistas, cuyo recorrido fue del crucero de Las Brisas hasta la Presidencia Municipal, con el fin de protestar contra esta ley, tuvo éxito. Según no hubo distinción alguna sobre las marcas de los móviles, aunque en realidad el conductor de una Harley o Shadow no tiene los mismos fines para estar en contra de la nueva ley; éstos practican el motociclismo por placer, en cambio, para la mayoría, es una herramienta de trabajo.

Lo interesante de todo es saber que no es la primera vez que la sociedad motorizada organiza en conjunto una marcha. Lo hizo hace años, cuando un policía conducía, según recuerdo, en estado de ebriedad, una camioneta de trabajo, la cual se impacta con una pareja de jóvenes que montaban una motocicleta. Ambos –al menos uno lo sé de cierto– era –aún lo es de medio tiempo– dependiente de una agencia aduanal; otra es el recorrido que hacen cada mes de marzo a visitar a la Virgen de Talpa, sin olvidar la participación en la peregrinación en las fiestas guadalupanas del municipio.

Hace tiempo, le cuestioné a un tramitador, un señor que tiene muchos años en el medio, por qué no forman una asociación civil para que todos los asociados puedan apoyarse en futuros accidentes, enfermedades, gastos funerarios, en caso de muerte e indemnización a la familia del acaecido; la respuesta fue: “Estamos en eso, para allá vamos”.

Hasta la fecha, sigo contemplando desde lejos la excelente labor que hacen los tramitadores aduanales, pues gracias a ellos, portamos todo tipo de ropa, consumimos alimentos, accesorios de limpieza, higiene, calzado, textiles, juguetes y hasta tornillos de 5 milímetros, pero sigo pensando que les falta solidarizarse para armar un gremio por el bien de ellos.

Ojalá el gran poder de convocatoria que tuvieron los motorizados, la semana pasada, sea el principio de una asociación, y no sólo sea para protestar. Y que algún día un tramitador diga: “Sin mangas el chaleco, por favor”, llevando el rótulo de una asociación civil.



Elsa I . González Cárdenas
Publicado en el Diario de Colima
El 4 de julio de 2014
Manzanillo, Colima

Primera lección

Dedicado a Martha Leticia Martell Cárdenas, 
por abuso de confianza y robo.




Aborda el camión urbano o el taxi para ir al lugar donde se encuentran los Chicos In. Carga su libro de Federico Cambells –cree ocuparlo esa tarde cuando esté frente a ellos–; su libreta está empastada con la portada de Frida Kalo. Llega al edificio. Mira el reloj, es tarde. Los profesores deben llegar temprano, antes que los alumnos, piensa. En recepción, saluda, entrega sus pertenencias, se quita los aretes con el gusto de ser libre, los lentes y un billete de 50 pesos dentro de un monedero de Machupichu. Le dice su nombre completo al hombre que lo atiende, la edad, proporcionar la credencial de elector. Él, lento pero amable, pregunta si viene de alguna institución o dependencia. Lupita contesta: “Soy voluntaria”. El hombre anota los datos. Después, ella pasa a través de una puerta de herrería. Camina, baja 17 escalones, transita por un pasillo largo y ancho donde intenta contar los pasos; no puede, se distrae al pensar que se adentra a un mundo distinto al que vive. Piensa en los Chicos In, en los demás varones que no entraron por gusto o no pudieron ser parte del taller. Cuenta 60 y tantos, pierde el número. Voltea a ver las cámaras, sabe que la están observando. Su rostro se transforma, deja de ser rígido para ser flexible. Empieza a sentir alegría al imaginar a los talleristas esperando su arribo. Ríe. Deja el andén. Toca una puerta de metal. Un guardia abre. Lupita da su pase de entrada, accede, camina pocos metros, detiene la vista en una pared que desea convertirla en mural, en frente hay una cancha deportiva. Retorna el andar. Pasará la última puerta. Timbra. Otro guardia da las buenas tardes con una sonrisa. Ella responde feliz de haber llegado. Entra al salón, pide una disculpa por la demora. Los Chicos In se paran del suelo o las sillas, vuelven a ser niños, gritan, saludando con desentono. Unos se le arriman para hablarle sobre la tarea de la sesión anterior. Los tranquiliza con voz seria: “Chicos, a ver, quien desee ir al baño, a la tienda a comprar palomitas o refresco, háganlo de una vez, por favor”. Se escuchan algunas risas, otros callan desconcertados.

Lupita desconoce si lo hace bien o no. Se limita a mejorar la escritura, a escribir cuentos, leer literatura y trata de persuadirlos para que lean cualquier tema que les guste.

A veces, los Chicos In quieren ganarle la discusión de determinado punto, pero ella no se deja, siempre sale con otro conocimiento nuevo para ellos. Hay dos chicos que no saben leer ni escribir. Uno de ellos cuestiona cómo va a hacer la tarea. Lupita contesta: “Haz un cuento con dibujos, como en el cine, el story board”, e inicia a contarles qué es eso; todos ponen atención.

Los Chicos tienen alrededor de 20 y tantos años a 40 y tantos, aunque hay uno muy serio de 5 décadas; dos le han encargado libros específicos. Al término de la clase, se acercan a ella para preguntar si ya lo tiene. Lupita, apenada, argumenta: “Lo voy a conseguir”.

Antes de marcharse, se despide del guardia, del Chico In que solicita apoyo para aprender a escribir y escucha una voz: “Guardia, otra vez trajeron la comida bien medida”. Ella se hace la disimulada, sale del salón satisfecha y apenada.

Lunes por la mañana, la mujer encuentra anomalías administrativas en las notas de remisión de un gimnasio donde trabaja. Lety es la responsable. No hace del todo bien su trabajo, falsea información en las notas, ya sea en las fechas y cantidades pagadas por los clientes, y ve un infinidad de errores. Lo peor, se pone a pedirles dinero a los clientes sin regresarlos, también vende productos ajenos dentro del establecimiento, aunado a que le encantan los chismes.

Lety chismea con un entrenador de rutinas de ejercicios. Se pone a mandar mensajes por el famoso WhatsApp. Lupita los descubre en la jugada. Le pide copia del mismo para leerlo al día siguiente, ya que esté más tranquila. Ambos aceptan su culpa. Ella no tiene vergüenza, quiere seguir apoyando en el gimnasio, aunque no le paguen. Él ofrece disculpas de mil formas, tiene pena, sabe que hizo mal. Lupita ríe y dice: “No estoy enojada, ya enseñaron su yo verdadero, el monstruo, ni modo. Sé cómo debo de actuar, sin embargo, les diré una cosa, gracias a los Chicos In que me han dado una lección: aprender a perdonar sus acciones, borró mi cuenta nueva”.

Lety y él se sorprenden, tal vez piensen que Lupita es tonta, pero no, ella aprendió bien la a primera lección de los Chicos In: perdonar.




Elsa I. González Cárdenas
Publicado en el Diario de Colima
El 19 de junio de 2014
Manzanillo, Colima, México