jueves, 29 de mayo de 2014

Me late dejar las adicciones

Andy arribó al Centro de Reinvidicación Social a las 10. Días antes del evento, programó su mente para no sentir pena, si es que llegaran a revisarla a detalle. Por lo mismo, ese día se vistió lo más conservadora posible. Antes de entrar al edificio, fue sorprendida por un joven militar, quien con amabilidad le dijo que en la entrada del inmueble podrían informar dónde sería la clausura de la segunda generación del módulo “Me late dejar las adicciones”.

No esperó mucho tiempo para ser atendida; tampoco la revisaron. Cuando cuestionó por la persona que la había invitado al evento, el personal del Cereso la condujo hasta encontrarla.

Andy transitó frente al estante de guarda-objetos, permaneció muy cerca de los cuartos de revisión femenil y menores, leyó las indicaciones de cómo comportarse dentro del centro y la forma en que son sometidas las personas a la inspección. Durante la espera, vio un rostro conocido, al contador de una agencia naviera, y a una mujer de quien sintió su mirada interrogante: ¿A quién vienes a visitar?

La trabajadora social condujo a Andy hacia donde se encontraban los invitados especiales y parte del pódium. La visitante se presentó con el director del plantel. Él, sin conocerla, adivinó quién era: “Ah, usted es la maestra”. Contenta saludó de beso al contador que tenía a pocos centímetros de distancia. Un toldo plástico los protegía de los rayos del sol, el calor de mayo es casi insoportable, de 33 grados centígrados.

Más tarde se trasladaron al lugar donde se efectuaría la ceremonia. Los andenes estaban desiertos. Del lado derecho, una fila de 14 hombres, vestidos de color verde, caminaban a paso acelerado hacia un costado del auditorio; en sentido contrario, otros chicos llegaron calzando tenis negros, con la inicial “R”. La audiencia estaba conformada por instructores del módulo de desintoxicación: voluntarios, trabajadores de instituciones de gobierno e integrantes de asociaciones civiles y familiares de los internos. No sumaban más de 60.

El techo, semidesnudo, no tenía enjarre. Gracias a eso y a la altura, un par de golondrinas buscaban espacio para hacer su nido. Se inició la ceremonia con honores a la bandera. Los invitados saludaron de la manera en que creen que deben hacerlo. Andy escuchó la banda de guerra y el canto jubiloso del Himno Nacional.

La fila de hombres del lado derecho eran quienes se graduaban; los del izquierdo, la primera generación, y al final llegaron 20 hombres más con camisetas amarillas que se quitaron y quemaron en una herramienta tipo asador de forma cilíndrica, y en seguida se pusieron playeras verdes para pertenecer a la tercera generación.

Andy había leído bien las instrucciones pegadas en un rótulo de la pared: “No hacer actos de proselitismo”, decía. No pudo evitar reír al ver que el color de los árboles predominaba en la ropa de los internos, la palabra “Me Late” forma parte de la propaganda política del Gobierno del Estado y, lo peor, es que vio a un joven de camisa blanca y manga larga traer el logotipo de un partido político.

Los personajes del presídium tomaron la palabra de manera breve. El representante del Gobernador argumentó dos veces, dirigiéndose a los internos: “Recuerden que el estado les proporciona este apoyo, aprovéchenlo, porque en otro lugar tendrían que pagar y es carísimo”, pero Andy en silencio, desde su silla, imaginó decir: “Nos referimos al estado como parte conjunta de la sociedad. Gracias a la recaudación de impuestos que paga tu mamá, papá, hermanos, cada ciudadano que trabaja y adquiere productos y servicio de consumo”.

Ella iba en son de paz, en plan de no formar juicios, de disfrutar el evento, conocer las instalaciones del Cereso y, sobre todo, a los próximos talleristas de un curso de creación literaria y lectura que impartirá.

Le emocionó escuchar las palabras de un graduado, oír cantar a los 14 y escuchar a dos tocar la guitarra y un violonchelo.

La ceremonia terminó en menos de hora y media. Se retiraron dos hileras de hombres. Quedaron los conmemorados, quienes rompieron fila y abrazaron a sus familiares. Las aves siguieron ahí, buscando el lugar exacto donde construirán su nido, y Andy se marchó a su trabajo, contenta con la ilusión de compartir.


Elsa I.González Cárdenas
Publicado en el Diario de Colima
El 29 de mayo de 2014
Manzanillo, Colima, México 

Lo bueno y lo feo de los proyectos

Son 130 pasos de oscuridad en el andén, pasos de medio metro quizá, en un andar firme. Así suele transitarse por la avenida Teniente Azueta, de la colonia Burócrata, después de las 8 de la noche. Cuidarse de las banquetas destrozadas, descender con cuidado para cruzar la acera, levantar bien los pies entre el calzado y las montañas de arena, cuidarse de los monstruos que salen del hombre libidinoso, evadir las vallas plásticas naranjas de lo que alguna vez fue camellón.

En crucero de San Pedrito, tres hombres contratados por la constructora que realiza obras del distribuidor vial, del proyecto túnel ferroviario, dan instrucción a peatones y conductores automovilísticos para transitar de manera “segura”; otros dos son empleados directamente de la dependencia de gobierno, éstos se ubican frente al banco Banjército.

La imagen diaria es evidente: los dos varones en la misma esquina coordinando el tráfico; la amorosa pareja trabaja en equipo, a corta distancia uno del otro, instruyen en la vialidad, descuidando por completo a los peatones que apenas pueden ver la circulación de los carros metálicos a medio día. Un total de cinco cuidadores mal distribuidos en el corredor.

Hace menos de una semana, los caminos que conducen hacia las colonias Burócrata y San Pedrito fueron tapados por largas paredes de madera; dentro colocaron un recipiente enorme, similar a un tinaco, varillas y en la esquina de enfrente, un baño público para los trabajadores de la construcción.

Mucho material disperso yace en la ciudad; hay carencia de espacio digno para los manzanillenses. El ciudadano común sigue fomentando la cultura del silencio, de la no denuncia; mientras los involucrados en el desarrollo de Manzanillo se les ve en sus coches con aire acondicionado encendido, sin importarles nadie. Es posible que crean en su diminuta conciencia que los inconvenientes temporales son necesarios para el progreso del puerto.

Violeta reaccionó mejor de lo esperado. Desde hace meses, Andy había maquinado la idea de hacer algo con la población marginada. De hecho, fue en 2011 cuando estaba dentro de una asociación civil y propuso al grupo ir a leer al Centro de Rehabilitación Social. No quiso tal grupo, tampoco tuvo suficientes ganas de hacerlo sola. Ahora el panorama es distinto, suele ocurrir en la vida que lo deseado algún día se cumple, llega el momento de tenerlo ante los ojos.

Después de una llamada telefónica, donde Andy se presentó, luego mandó correo electrónico a Violeta para expresar la inquietud de dar un taller de creación literaria y lectura con los internos; se entrevistaron las dos y el proyecto va en camino, aún no arranca.

La futura tallerista conocerá a los chicos que se graduarán el viernes 23 de mayo de un módulo llamado “Desintoxicación”. Consiste en mantener a los chicos 109 días en constante aprendizaje, aislados de la población. Permanecen dentro de un programa de instrucción en diversas actividades, todo el tiempo están ocupados. Al final, los internos se gradúan y se reencuentran con los familiares.

Andy tiene la encomienda de tallerear con los de nuevo ingreso. Aún no inicia, y ya siente nervios y le emociona el proyecto.

El jueves pasado se inauguró la segunda parte del Centro Cultural Salagua. Lo interesante del proyecto realizado no sólo es haber seguido a pie de la letra los trámites necesarios para lograr bajar los recursos federales y así conseguir la creación del centro; también el ahorro económico que el ayuntamiento municipal tendrá, gracias a que ya no pagarán más renta del edificio contiguo a la CROM, donde por años laboró el personal y se encontraban los talleres artísticos.

Andy sabe que todo proyecto se inicia con un sueño. No hay proyectos malos, sólo caminos equivocados, aunque al final, todo tiene un lado positivo; sobre los proyectos del puerto, habrán muchos en marcha de manera insostenible, para beneficios de pocos.


Elsa I. González Cárdenas
Publicado en el Diario de Colima
El 22 de mayo de 2014
Manzanillo, Colima

domingo, 18 de mayo de 2014

Fotos desde el Cerro del Toro

El Cerro del Toro queda  en la Central, Colima, una comunidad cercana al Aeropuerto Internacional Playa de Oro. 

La distancia del cerro de origen hasta la cima es de 6 kilómetros, con una altitud aproximada de 780 metros sobre el nivel del mar.

Su camino es muy bueno, amplio, pero no deja de ser un cerro empinado. La vegetación es bella. En la cumbre se ve la pequeñez de Manzanillo.

Aquí les muestro algunas fotografías que tomó Tonatiuh Quiñonez que sin su permiso tomé de una red social :), sin embargo es mi amigo y no tengo problema con eso. Prometo decírselo al rato que lo vea en el café.

Disfruten las imágenes, y cuando visiten Manzanillo, planeen una ida al Cerro del Toro.














Ejercicio al aire libre


Cuando se trata de convocar a la gente a realizar algún ejercicio al aire libre, no todos levantan la mano para decir: “Me apunto”, o “Voy”. Muchos relacionan el ejercicio con el dinero y tiempo; en realidad, no del todo es verdad.

Asistir a un gimnasio es gran estímulo para sudar en colectivo, es un club donde se puede activar el cuerpo de manera grupal, hacer nuevos amigos, estrechar el vínculo de amistad con quienes ya conoces, trabajar de manera específica algún músculo; sin embargo, no existe pretexto para no estar en movimiento. Ejercitarse en casa, cerro, jardín, playa, plaza, unidad deportiva o hasta en la azotea no implica gran inversión económica, sólo voluntad.

La pregunta sería: ¿Se tiene la voluntad suficiente para adquirir buenos hábitos en la vida? Comer bien, dejar ciertos vicios, hacer ejercicio, leer y un sinfín de cosas. Eso depende de cada ser. No es necesario envejecer o enfermarse para iniciar con el plan.

Invertir en uno mismo es lo único que se tiene. Si eres padre de familia, los hijos no son excusas. Si eres soltero, con mayor razón hay tiempo; administrar las horas es la clave.

El domingo pasado, convoqué a algunos chicos de un gimnasio para ir al Cerro del Toro. Quienes hicieron la propuesta, no fueron; quienes deseaban ir, confirmaron que no podían porque trabajan ese día.

Por fortuna, invité a T, profesor de una escuela rural. Éste a su vez invitó a sus alumnos de sexto año de primaria y a los papás de los niños.

Fuimos un total de 15 personas: tres padres de familia, el profesor, los chicos, dos guardianes (perros) y quien narra el texto.

Al principio, todo era felicidad; al paso del camino, también, sólo que en distintas etapas.

Antes de salir de casa, decidí usar de los dos zapatos deportivos que tengo, el menos nuevo. El tenis del pie izquierdo guardaba una ligera ranura en el interior de la plantilla, tal vez se hizo porque camino chueco. Nunca imaginé que cometería un error enorme. Claro, sabía lo cómodo de portar calzado para montaña, pero no tenía. T se fue vestido con su conjunto sport de color blanco, los demás como pudieron. Una madre de familia llevó huaraches con tacón. No fue por falta de ideas, más bien por la carencia de tenis. Un papá argumentó que los zapatos que llevaba puestos eran de su cuñada, se los había pedido prestados.

Los 15 fuimos platicando sobre la vegetación y fauna del lugar: “Esos animalitos son niños; el fruto naranja se come; la flor extraña es pasionaria; por allá es el terreno de fulanito; ¡miren, hay una pata de venado en el suelo!; por aquí pasó una serpiente larga; traje el palo para cortar guamúchiles”… V no paraba de hablar, mezclada sus ocurrencias con cultura general; K estuvo al pendiente de mí en todo momento; A llevó a su mascota y a D le siguió un desconocido can.

Subimos, bajamos, evadimos veredas resbalosas, temimos a las vacas y toros sueltos, anhelamos encontrar las antenas como referencia para arribar a la cima y a los puercos para saber que pronto llegaríamos al inicio; nos refrescamos con el ojo de agua que nace por ahí; comimos y bebimos los alimentos que cargábamos desde casa, caímos, tomamos fotografía y posamos frente a la cámara.

Desde la cumbre, la vista es espectacular. Puede apreciarse a Manzanillo colorido por las construcciones, la sequía de la laguna del Valle de las Garzas, el azul de mar, las cuencas del pacífico, la contaminación generada por la termoeléctrica, la vegetación en los cerros, los trazos de la ciudad.

Hicimos muchas horas de camino, más de las que un deportista de condición media podría hacer, aunque la intención no era acortar los minutos, sino convivir. Es una lástima que no siempre haya personas dispuestas a hacer ejercicio al aire libre.



Elsa I. González Cárdenas
Publicado en el Diario de Colima
El 15 de mayo de 2014
Manzanillo, Colima, México