domingo, 18 de mayo de 2014

Ejercicio al aire libre


Cuando se trata de convocar a la gente a realizar algún ejercicio al aire libre, no todos levantan la mano para decir: “Me apunto”, o “Voy”. Muchos relacionan el ejercicio con el dinero y tiempo; en realidad, no del todo es verdad.

Asistir a un gimnasio es gran estímulo para sudar en colectivo, es un club donde se puede activar el cuerpo de manera grupal, hacer nuevos amigos, estrechar el vínculo de amistad con quienes ya conoces, trabajar de manera específica algún músculo; sin embargo, no existe pretexto para no estar en movimiento. Ejercitarse en casa, cerro, jardín, playa, plaza, unidad deportiva o hasta en la azotea no implica gran inversión económica, sólo voluntad.

La pregunta sería: ¿Se tiene la voluntad suficiente para adquirir buenos hábitos en la vida? Comer bien, dejar ciertos vicios, hacer ejercicio, leer y un sinfín de cosas. Eso depende de cada ser. No es necesario envejecer o enfermarse para iniciar con el plan.

Invertir en uno mismo es lo único que se tiene. Si eres padre de familia, los hijos no son excusas. Si eres soltero, con mayor razón hay tiempo; administrar las horas es la clave.

El domingo pasado, convoqué a algunos chicos de un gimnasio para ir al Cerro del Toro. Quienes hicieron la propuesta, no fueron; quienes deseaban ir, confirmaron que no podían porque trabajan ese día.

Por fortuna, invité a T, profesor de una escuela rural. Éste a su vez invitó a sus alumnos de sexto año de primaria y a los papás de los niños.

Fuimos un total de 15 personas: tres padres de familia, el profesor, los chicos, dos guardianes (perros) y quien narra el texto.

Al principio, todo era felicidad; al paso del camino, también, sólo que en distintas etapas.

Antes de salir de casa, decidí usar de los dos zapatos deportivos que tengo, el menos nuevo. El tenis del pie izquierdo guardaba una ligera ranura en el interior de la plantilla, tal vez se hizo porque camino chueco. Nunca imaginé que cometería un error enorme. Claro, sabía lo cómodo de portar calzado para montaña, pero no tenía. T se fue vestido con su conjunto sport de color blanco, los demás como pudieron. Una madre de familia llevó huaraches con tacón. No fue por falta de ideas, más bien por la carencia de tenis. Un papá argumentó que los zapatos que llevaba puestos eran de su cuñada, se los había pedido prestados.

Los 15 fuimos platicando sobre la vegetación y fauna del lugar: “Esos animalitos son niños; el fruto naranja se come; la flor extraña es pasionaria; por allá es el terreno de fulanito; ¡miren, hay una pata de venado en el suelo!; por aquí pasó una serpiente larga; traje el palo para cortar guamúchiles”… V no paraba de hablar, mezclada sus ocurrencias con cultura general; K estuvo al pendiente de mí en todo momento; A llevó a su mascota y a D le siguió un desconocido can.

Subimos, bajamos, evadimos veredas resbalosas, temimos a las vacas y toros sueltos, anhelamos encontrar las antenas como referencia para arribar a la cima y a los puercos para saber que pronto llegaríamos al inicio; nos refrescamos con el ojo de agua que nace por ahí; comimos y bebimos los alimentos que cargábamos desde casa, caímos, tomamos fotografía y posamos frente a la cámara.

Desde la cumbre, la vista es espectacular. Puede apreciarse a Manzanillo colorido por las construcciones, la sequía de la laguna del Valle de las Garzas, el azul de mar, las cuencas del pacífico, la contaminación generada por la termoeléctrica, la vegetación en los cerros, los trazos de la ciudad.

Hicimos muchas horas de camino, más de las que un deportista de condición media podría hacer, aunque la intención no era acortar los minutos, sino convivir. Es una lástima que no siempre haya personas dispuestas a hacer ejercicio al aire libre.



Elsa I. González Cárdenas
Publicado en el Diario de Colima
El 15 de mayo de 2014
Manzanillo, Colima, México 

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