sábado, 26 de junio de 2010

Renacer

Desde el día en que le arrancaron la vida a una amiga me prometí vivir. No solo basta respirar ni hacer lo de siempre, tampoco permitir que aparezca una arruga sin saber cuál es la experiencia que le dio origen, mucho menos estancarse en el crecimiento interior. Ahora que cumplí años, las amistades cuestionaron qué haría para celebrarlo, reí y dije: “No tengo planes, los cumpleaños para mí son internos”. En realidad no comparto la idea de salir al bullicio de un bar o dejar que otros decidan la forma de cómo festejarlo juntos, prefiero estar con las personas indicadas, compartir el tiempo con quien decida en ese momento o simplemente conmigo misma; no suelo esperar un aniversario para pasarla bien. Hace cinco días renací. Mudé de piel como reptil, reparé de heridas y liberé ataduras. Dejé algunas amistades que no crecieron conmigo,-seguro también se despidieron de mí sin saberlo. .Callé para no enfrentar al amigo y decirle:”Por más que intento disfrutar lo mejor de ti y tú de mí, las direcciones que buscamos ya no coinciden”. Dejo atrás y llevo pedacitos de historias en los personajes que ayudaron a esculpir quien soy, agradezco a la deidad que se a terca a que viva por algún fin, la única encomienda que tengo es ser feliz.
Naces y mueres, mueres, para renacer. Naces en silencio o entre llanto, vives con dolor que a veces genera placer; ríes a carcajadas, y gozas por costumbre.
Hay vidas enteras que se desperdician: Las que más se usan llevan crítica, la gente juzga por reprimir los deseos de romper el hilo de la cordura, no hay términos medios, vives o solo dejas pasar el tiempo.
Me gusta escuchar las olas del mar por la noche, ver a los pelícanos guarnecerse en alguna embarcación; hundir mis pies bajo la arena, desenterrarlos y bañarlos de sal; buscar la constelación “los ojos de Santa Lucía” sin encontrarla nunca; beber vino tinto y brindar por la felicidad de ese instante.
Dicen los escritores y poetas, “para escribir primero se debe vivir”. Quizá sea verdad, nadie puede expresar las emociones sin haberlas vivido, pero el lector puede trasladar su imaginación hacia la imagen que el autor intenta plasmar en letras. Sucede lo mismo en la cotidianidad de un hombre que debe despertar a las cinco de la mañana para alistarse e ir a trabajar a una empresa maniobrista en puerto de Manzanillo: El reloj suena a la hora, despierta, apaga la alarma, se levanta de la cama, va al baño, mira su rostro soñoliento en el espejo, sonríe un poco, se desnuda, abre la llave de la regadera, el agua sale fría, a él no le importa, deja escurrir la tristeza por la coladera, suspende el cauce del río, unta shampú en la cabellera, jabona su piel, la talla fuerte con un estropajo, hace brotar la lluvia de la campana metálica, se enjuaga, la piel brilla, sale de la ducha , alcanza la toalla casi transparente del perchero, la toma, seca la cabellera, el rostro, las orejas, el pecho, la espalda, sus partes nobles, las piernas, las pantorrillas, los dedos de los pies, luego enrolla la tela en la cadera, el reflejo de su cara vuelve al espejo, guiñe el ojo derecho, ahora se gusta, sale del baño, va hacia cuarto, mira el reloj , arroja la toalla sobre la cama, descuelga el uniforme de jornalero. En una cajón de madera busca ropa interior y calcetines, los encuentra, acerca el calzado, se viste, va al tocador toma el desodorante de barra que tiene enfrente, moja sus axilas con el, lo deja en el mismo lugar. Alcanza el peine de dientes largos, lo desliza sobre sus risos, toma un poco de gel en sus manos de un frasco de plástico , lo distribuye en la cabeza, se peina hasta darle armonía, dirige sus pasos a donde dejó las botas negras, se las pone; hoy no tiene ganas de usar perfume, para qué si lleva varias noches sin dormir, hace dos días enterró a su madre. Ella le pidió a su hijo de veinte años que disfrutara cada instante de su vida, que sea siempre valiente, que ayudara a ver a la gente con los ojos del alma y renaciera en cada segundo que respira.
A las seis de la mañana, el joven se persigna al cerrar la puerta de su casa, va a la parada de los camiones urbanos, espera unos minutos a la ruta especial que lo conducirá al puerto interior, llega el camión y lo aborda.


Elsa I.González Cárdenas
Publicado en el Diario de Colima
El 24 de junio de 2010

viernes, 18 de junio de 2010

Cautiverio


Los primeros halagos del día los recibo de Pepe, un perico de tres años. Vive en una jaula blanca que cuelga en la pared de los escalones que dirigen a la azotea de la casa. Dicen que los animales se parecen a sus dueños, no lo dudo. Es torpe, tragón, de plumaje verde, azul y amarillo. Tiene poco gusto por el agua, siempre se entretiene con semillas de girasol, trozos de brócoli, elote o una almendra roja; dice fiu fiu y un repertorio de palabras. Hoy dejé la puerta abierta de la jaula, puse un pedazo de pan, mitad hacia adentro y la otra hacia fuera. El perico tomó con las garras el alimento, subió a su columpio para ingerirlo. Pepe, aunque tenga alas no sabe estar en libertad. Insistí en lograr que saliera. Saqué por completo la vasija de comida, la coloqué cerca de las rejas; el animal dio giros en el aire, voló sin dirección hasta caer al sofá de la sala. Contenta por la hazaña, tendí una colchoneta en el piso junto al sillón para descansar mi columna y ver las reacciones del animal. Ahora aquí lo tengo, frente a mí, sigiloso, atento a cada movimiento que hago. Su entorno es el ruido de la calle, los ecos de la casa y la frialdad de una celda. “Vete, vuela”, le digo. Parece decir algo, salen sonidos de la garganta.

Debo confesar que a veces me introduzco en la jaula del perico y soy él. Veo pasar los días sin hacer un cambio trascendental en mi vida. Lejos de las ocupaciones cotidianas, olvido por completo el sentido de la libertad. Temo redescubrirme día a día. No soy la misma en el segundo que acaba de morir. Tengo miedo de ir más allá de lo que soy capaz, decir “ésta soy y me acepto”. No suelo romper paradigmas, vivo las líneas que otros trazan para llegar sin titubeos.

Mi formación fue convencional donde lo correcto se diferencia del “no está bien”. ¿Qué debo hacer cuándo las situaciones se presentan diferentes? ¿Dónde saco el instructivo del “bien y del mal”? ¿Acaso adorar a Dios es la salvación? Desconozco si gozo de plena libertad en tomar mis decisiones. Debo hacer lo que indique la conciencia y no mi alma. Es cómodo tener una vida resuelta donde el alimento debe ser más que suficiente, la seguridad indispensable y la compañía un requisito.

Hay momentos en que salgo de la jaula y vuelo hasta el jardín de la casa. Detengo mis alas en árbol de guanábanas, huelo el alba, pico la flor del fruto, la como y veo a las demás aves darse baños de tierra. Para mí eso es libertad.

El ensayista regiomontano, Érick Vázquez, argumenta: “Cómo negar que la soledad trae consigo una libertad de movilidad que es la que la hace tan atractiva. Estar libre suena a eso, se vive así también: Estar libre de ataduras. La libertad se vive exactamente como el amor. No es algo del todo inalcanzable y no significa necesariamente ser feliz”. Y hablando de política coincido con él. “En Cuba, los ciudadanos no tienen libertad, ése es el argumento para decir que la vida en esa isla debe cambiar, que no puede seguir como es y que debe mejor ser como la nuestra, que estamos afuera; la vida de las opciones, la vida del capitalismo, un sistema económico que justo como el comunismo no se separa de su sistema ideológico. Pero en Cuba la gente no está del todo advertida que viven una vida de opciones que nosotros los de afuera no tenemos. El capitalismo me parece una maquinaría que deliberadamente ahoga al sujeto en su libertad acosándolo con opciones”. Tenemos el tatuaje del capitalismo desde el primer milésimo de segundo que respiramos y olvidamos por completo ser libres.

Hay “libertades” condicionadas, aunque la verdadera libertad es un vuelo interior donde no existen ligaduras y uno sabe a dónde ir.

Cada domingo le abriré la puerta a Pepe para que vuele. Aunque sé que morirá en cautiverio, quiero que sus alas toquen el aire y olvide que alguien lo arrancó de la periquera al poco tiempo de nacer y lo vendieron sin el menor remordimiento. A diferencia de los hombres, los pericos no se reproducen en cautiverio, quedan muertos en vida.



Elsa I. González Cárdenas
Publicado en el Diario de Colima
el 17 de junio de 2010

martes, 15 de junio de 2010

Mentira

Quien dijo la primera mentira
fundó la sociedad civil.
Oscar Wilde


Jacinta y Pedro caminaron por las calles empedradas del pueblo mágico, Comala. Detuvieron sus pasos frente a una barda que sirve de mural con una estrofa de la novela Pedro Páramo, de Juan Rulfo. Los caminantes la leyeron. Él un poco molesto argumentó: “Es mentira. Ese pueblo del que habla no es Comala. Miente quien le da el crédito a la tierra que no es”. Jacinta dijo: “Sé que el lugar de comales no es el que describe Rulfo en su narrativa. Sólo le puso el nombre porque por aquí pasaba toda la gente que iba a Tuxcacuesco”. Lo comentó luego de recordar algo de la conversación que tuvo con el amigo Julio en el viaje que él hizo por esa “geografía rulfiana”.

El escritor Juan Rulfo plasmó su obra en otro pueblo que no es Comala. Eso pudiera ser loable para los colimenses, pues dio vida y reconocimiento a un rincón de Colima. En la literatura puedes crear la fantasía con una mezcla de realidad, pero en la vida real quien no dice la verdad se le nombra mentiroso.

Mentir es una realidad virtual. Quién puede asegurar que su vida no es una farsa. Y no digo que se deba vivir con la idea de qué mentira decir mañana, no, eso es inconsciente, muchas veces nos mentimos a nosotros mismos sin saberlo. El autoconocimiento nos acerca a la sinceridad.

Vivimos dentro de una sociedad donde las reglas civiles, morales y religiosas deben ser acotadas; si nos negamos a cumplirlas viene el rechazo a pertenecer o el castigo.

"No estamos intentando impresionar a otras personas, sino mantener una visión de nosotros mismos que sea consistente con la forma en que nos gustaría ser", dice Robert Feldman, un psicólogo de la Universidad de Massachusett. La aceptación es una de las causas por las que mentimos. Reflejar ser lo que no somos suele ser una máscara de autodefensa.

Conocernos da miedo. Hay temor al sacar el verdadero deseo del alma. Mostrar el diablillo que traemos dentro y ejercitar el lado humano. Solemos controlar las emociones para no abrir el corazón porque conllevaría a que conozcan nuestras fortalezas y debilidades. Es más cómodo vivir dentro de esa piel que cubre el cuerpo a demostrar la verdadera esencia del ser. Lo paradójico es que también nos gusta que nos engañen. Admiramos las imágenes y las palabras. Una mujer guapa o un hombre apuesto en seguida le damos la aceptación para ser parte del círculo de amistad o plano sentimental; elegimos el gobierno que dirigirá el país aunque poco le creamos en sus promesas de campaña; al vendedor de mercancías o servicios que promete resultar una maravilla si le compras; o la frase “hasta que la muerte los separe” si muchas veces la ruptura no es tanto física sino espiritual, y que por alguna razón uno permanece ahí.

Tomás de Aquino distingue tres tipos de mentiras: La útil, la humorística y la maliciosa. Según los tres tipos son pecados. Las mentiras útiles y humorísticas son pecados veniales, mientras que la mentira maliciosa es pecado mortal.

Las mentiras son parte inherente de la vida, algunas pueden destrozar y herir, pero otras albergan esperanzas o motivan a vivir una realidad inexistente. Somos una máscara teatral, persona.

Jacinta pensó que quizá es mejor seguir con el engaño de que el pueblo fantasma es Comala, pero también imaginó que algún día pudieran darle crédito a Tuxcacuesco, Jalisco, porque de cualquier manera fue el sitio que inspiró al escritor y los lectores merecen saberlo. En cambio Pedro volvió a decir: “¿Pero por qué, si es mentira?”. Ambos en complicidad de la falacia se marcharon a Los Portales a tomar una taza de café.


Elsa I. González Cárdenas
Publicado en el Diario de Colima
el 10 de junio de 2010

domingo, 6 de junio de 2010

Insulina

Cada viernes primero de mes, Isla despierta a las siete de la mañana. Toma una ducha, se viste, arregla su fleco de cabello ondulado, lo alacia con el peine hasta permanecer quieto; maquilla el rostro de siete décadas, dibuja unas cejas semicurvas en ausencia del vello que depiló en la juventud; agranda los labios con color escarlata, y aunque las líneas no le queden simétricas, luce una boca espectacular. Sí, debió ser artista de cine en la lozanía de su piel, porque fue tan bella como Libertad Lamarque.

La cita es a las ocho de la mañana en las instalaciones del Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado (ISSSTE). Personal de la dependencia gubernamental imparte pláticas a los enfermos diabéticos e hipertensos sobre el cuidado de la salud. Asisten treinta y cinco personas de los cuales cinco son hombres. La edad promedio es de 58 a 80 años. Bety es la enfermera que los asiste.

La rutina es tomar la presión, pinchar un dedo de la mano para el examen del azúcar, pesarlos y medir la cintura de cada paciente; algunas veces pasan a la sala audiovisual a recibir pláticas en voz del médico Obedo, quien los instruye a comer sano, cuidar el organismo, convivir con la enfermedad, no sufrir depresión y asilamiento de la sociedad. Después ponen un video referente al tema en una pantalla grande; otras veces las llevan al patio donde estacionan las ambulancias para hacer treinta minutos de ejercicio. Al término de las pláticas, la cinta o el ejercicio, les dan un refrigerio que consiste en trozos de fruta, un huevo o un emparedado, una rebanada de pan y café. Por último hay una consulta colectiva. Si los pacientes necesitan medicina, el médico prepara la receta para que vayan a la farmacia interior a surtirla.

Isla dice que va a las reuniones porque padece hipertensión, pero la realidad es que le gusta ir por distracción y para aprender todo lo que tenga que ver con la diabetes, pues Fidel, su esposo de ochenta años la padece.
De acuerdo a Diabetes and Hormone Center of the Pacific, “la diabetes es un desorden del metabolismo, el proceso que convierte el alimento que ingerimos en energía. La insulina es el factor más importante en este proceso. Durante la digestión se descomponen los alimentos para crear glucosa, la mayor fuente de combustible para el cuerpo. Esta glucosa pasa a la sangre, donde la insulina le permite entrar en las células”.

La insulina es una hormona “anabólica” que permite disponer a las células del aporte necesario de glucosa para los procesos de síntesis con gasto de energía.
Frederick Grant Banting, Charles Best, James Collip y J.J.R. Macleod, de la Universidad de Toronto, Canadá, descubrieron la insulina en 1922. El doctor Banting recibió el Premio Nobel de Fisiología o Medicina por descubrir esta hormona.

Llevar un control de los niveles de azúcar requiere tomar ciertas medidas como una buena dieta, actividad física, medicación y chequeos frecuentes del nivel de azúcar en la sangre, pues ayudan a mantener al diabético controlado y vivir con la enfermedad el resto de su vida.

Sucede que en algunos casos los enfermos no aceptan ser diabéticos, quizá por miedo a la muerte, a sufrir las consecuencias que conlleva padecerla o porque creen que pueden continuar con su vida como cualquier jovenzuelo al que nada le duele, y eso en lugar de favorecer lo perjudica. Una de las principales causas de la enfermedad es la falta de cicatrización en la piel, es decir, cualquier golpecito que pudiera sufrir en el pie –comúnmente sucede– o cualquier parte del cuerpo, la circulación de la sangre es lenta; la herida, si es que cierra, lo hace en falso o puede quedar abierta sin la más mínima prisa en sanar; con el tiempo adquiere un color morado oscuro y la piel es tan delgada como la de un bebé. El mal carácter del enfermo se agudiza, sube o baja la presión y en consecuencia mareos repentinos; ansias de ingerir alimentos altos en azúcar, la pérdida paulatina de la vista e insuficiencia renal.

Uno de los síntomas que se presentan las personas diabéticas son: orina frecuente, sed constante, hambre excesiva, pérdida de peso inexplicable, aumento de fatiga y debilidad, irritabilidad y visión borrosa.
Algunas enfermedades pueden ser controladas por los mismos enfermos, si tienen voluntad de hacerlo. Aunque suelan decir “de algo nos vamos a morir”, no se vale el egoísmo de abusar de la atención de los familiares, quien de alguna forma también padecen la enfermedad.

Isla, contenta regresa a casa a mediodía. Fidel, ese viernes no recibe el piquete de inyección con la dosis de insulina, pues la hija Agatha, quien podría aplicársela, cree que si lo hiciera sería festejar el descuido que tuvo y tiene su padre en la salud durante toda su vida, que hasta la fecha, sonriente pide refresco de cola, consume harinas y no acepta ser diabético.



Elsa I.González Cárdenas
Publicado en el Diario de Colima
03 de junio de 2010