domingo, 6 de junio de 2010

Insulina

Cada viernes primero de mes, Isla despierta a las siete de la mañana. Toma una ducha, se viste, arregla su fleco de cabello ondulado, lo alacia con el peine hasta permanecer quieto; maquilla el rostro de siete décadas, dibuja unas cejas semicurvas en ausencia del vello que depiló en la juventud; agranda los labios con color escarlata, y aunque las líneas no le queden simétricas, luce una boca espectacular. Sí, debió ser artista de cine en la lozanía de su piel, porque fue tan bella como Libertad Lamarque.

La cita es a las ocho de la mañana en las instalaciones del Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado (ISSSTE). Personal de la dependencia gubernamental imparte pláticas a los enfermos diabéticos e hipertensos sobre el cuidado de la salud. Asisten treinta y cinco personas de los cuales cinco son hombres. La edad promedio es de 58 a 80 años. Bety es la enfermera que los asiste.

La rutina es tomar la presión, pinchar un dedo de la mano para el examen del azúcar, pesarlos y medir la cintura de cada paciente; algunas veces pasan a la sala audiovisual a recibir pláticas en voz del médico Obedo, quien los instruye a comer sano, cuidar el organismo, convivir con la enfermedad, no sufrir depresión y asilamiento de la sociedad. Después ponen un video referente al tema en una pantalla grande; otras veces las llevan al patio donde estacionan las ambulancias para hacer treinta minutos de ejercicio. Al término de las pláticas, la cinta o el ejercicio, les dan un refrigerio que consiste en trozos de fruta, un huevo o un emparedado, una rebanada de pan y café. Por último hay una consulta colectiva. Si los pacientes necesitan medicina, el médico prepara la receta para que vayan a la farmacia interior a surtirla.

Isla dice que va a las reuniones porque padece hipertensión, pero la realidad es que le gusta ir por distracción y para aprender todo lo que tenga que ver con la diabetes, pues Fidel, su esposo de ochenta años la padece.
De acuerdo a Diabetes and Hormone Center of the Pacific, “la diabetes es un desorden del metabolismo, el proceso que convierte el alimento que ingerimos en energía. La insulina es el factor más importante en este proceso. Durante la digestión se descomponen los alimentos para crear glucosa, la mayor fuente de combustible para el cuerpo. Esta glucosa pasa a la sangre, donde la insulina le permite entrar en las células”.

La insulina es una hormona “anabólica” que permite disponer a las células del aporte necesario de glucosa para los procesos de síntesis con gasto de energía.
Frederick Grant Banting, Charles Best, James Collip y J.J.R. Macleod, de la Universidad de Toronto, Canadá, descubrieron la insulina en 1922. El doctor Banting recibió el Premio Nobel de Fisiología o Medicina por descubrir esta hormona.

Llevar un control de los niveles de azúcar requiere tomar ciertas medidas como una buena dieta, actividad física, medicación y chequeos frecuentes del nivel de azúcar en la sangre, pues ayudan a mantener al diabético controlado y vivir con la enfermedad el resto de su vida.

Sucede que en algunos casos los enfermos no aceptan ser diabéticos, quizá por miedo a la muerte, a sufrir las consecuencias que conlleva padecerla o porque creen que pueden continuar con su vida como cualquier jovenzuelo al que nada le duele, y eso en lugar de favorecer lo perjudica. Una de las principales causas de la enfermedad es la falta de cicatrización en la piel, es decir, cualquier golpecito que pudiera sufrir en el pie –comúnmente sucede– o cualquier parte del cuerpo, la circulación de la sangre es lenta; la herida, si es que cierra, lo hace en falso o puede quedar abierta sin la más mínima prisa en sanar; con el tiempo adquiere un color morado oscuro y la piel es tan delgada como la de un bebé. El mal carácter del enfermo se agudiza, sube o baja la presión y en consecuencia mareos repentinos; ansias de ingerir alimentos altos en azúcar, la pérdida paulatina de la vista e insuficiencia renal.

Uno de los síntomas que se presentan las personas diabéticas son: orina frecuente, sed constante, hambre excesiva, pérdida de peso inexplicable, aumento de fatiga y debilidad, irritabilidad y visión borrosa.
Algunas enfermedades pueden ser controladas por los mismos enfermos, si tienen voluntad de hacerlo. Aunque suelan decir “de algo nos vamos a morir”, no se vale el egoísmo de abusar de la atención de los familiares, quien de alguna forma también padecen la enfermedad.

Isla, contenta regresa a casa a mediodía. Fidel, ese viernes no recibe el piquete de inyección con la dosis de insulina, pues la hija Agatha, quien podría aplicársela, cree que si lo hiciera sería festejar el descuido que tuvo y tiene su padre en la salud durante toda su vida, que hasta la fecha, sonriente pide refresco de cola, consume harinas y no acepta ser diabético.



Elsa I.González Cárdenas
Publicado en el Diario de Colima
03 de junio de 2010

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