domingo, 15 de diciembre de 2013

Raya amarilla para los ambulantes


El martes por la mañana, antes de mediodía, Luna hizo su recorrido rutinario. Salir de la escuela del Valle de las Garzas e ir al centro, caminar por la Avenida México, observar a su paso, por unos segundos, a las mamás ver a sus hijos frente al jardín de niños, al personal de una tienda de jugos, licuados y lonches; el hilo de negocios de bisutería, accesorios para dama, cosméticos y lencería; a las empleadas barrer y trapear los pisos, limpiar los ventanales, el local de una casa de empeños, al indigente de un pie pidiendo dinero en la banqueta con la frase estremecedora: “Amiga, caridad, por favor, una ayudadita”, que ni aún así, ella y los demás transeúntes arrojan una moneda al vaso vacío que porta en sus manos.

Más adelante, al retornar en la esquina a la izquierda, yendo hacia el mercado, se detiene para ordenar sus pensamientos: decidir si compra o no la película pirata que el Kruper le recomendó ver: Amour. No lo hace. Transita por el andén lleno de ofertas de comida china, pollos rostizados, aguas frescas, ferretería, agua de coco, zapatería, colchas, miel, hierbas y productos derivados de la miel. Enfrente, en un puesto de la calle, un señor oferta plátanos, a 10 pesos la bolsa. A Luna le encantan las bananas porque le proporcionan energía cuando está ejercitándose, evitan la aparición de calambres. Junto a ella, cuatro personas del ayuntamiento conversan con el vendedor; los ignora y coge la porción del fruto.

El hombre uniformado interrumpe, instruyen que atienda al cliente. La mujer paga, se alinea con ellos y espera atenta escuchar la conversación. Los demás hombres la miran a detalle. El burócrata sigue con la charla. Pronuncia: “Tienen 3 días para acomodar sus puestos, deben acoplarse a la raya amarilla, marcada en el piso; este es el espacio de ustedes, si no hacen caso, los vamos a quitar”.

Luna escucha, baja la mirada a la raya amarilla que amaneció el martes 15 en el suelo. La línea delimita áreas. Unas son más largas, quizá 2 metros, otras uno con 80 centímetros. Termina la plática, los cuatro dependientes de gobierno se marchan.

Ella espera a que estén un poco lejos para cuestionarle al bananero: “¿Qué pasa?”; él le responde junto con otro comerciante contiguo: “Quieren que sólo utilicemos el espacio rayado, ¿pero cómo le vamos a hacer si mi puesto está más grande? Que si no le hacemos caso, nos van a desalojar. Esta pintura debió haberse hecho por la noche o la madrugada, no estaba ayer”. La clienta interroga: “¿No les avisaron que harían esto?”, a lo que responde: “No, apenas vinieron hoy y ya vio con qué actitud”. Luna, con la naturaleza de creerse defensora de la gente, comenta: “Imagino que ustedes no se niegan a pagar su espacio; 15 pesos me dijo que es la tarifa. Es conveniente que les hubieran avisado antes o preguntado si en realidad son los metros que necesitan”. Los comerciantes asistieron. Después argumentaron tener más de 10 años ahí y jamás los habían molestados.

Concluyó con la propuesta de ir al Departamento de Licencias municipal a pedir más territorio para ellos; después se fue.

Varios puestos ambulantes adelante, volvió a ver a los trabajadores. Se acercó al que parecía ser el jefe de todos, el mismo que utilizó las palabras de advertencia con el bananero. “Disculpe, oiga, quiero repórtale un negocio donde los dueños están invadiendo la calle, pues utilizan la vía pública para mostrar los productos que comercializan. Está frente a la dulcería, contra esquina de Comisión Federal de Electricidad, ah, y también el del bulevar Miguel de la Madrid, La Sonrisa. Mire, los peatones tienen que caminar entre las mesas y sillas porque éstas invaden la banqueta. Eso no es correcto. Digo, si está inspeccionando, vaya”.

El uniformado asintió con la cabeza, mostrando una imagen del primer negocio denunciado, del segundo exclamó: “El del bulevar no puedo hacer nada, ahí ya está comprada la vía pública. Si gusta puede ir con el director de licencias, Tapia. A él puede encontrarlo de 8 de la mañana a 3 de la tarde en la Presidencia”.

Luna, sorprendida, agradeció la información. Ambos dijeron adiós. Sólo que ella se alejó repitiendo el nombre del director para tratar de grabárselo e ir a la Presidencia, antes de concluir la semana.

Minutos más tarde, la mujer ya estaba en el mercado, comprando los alimentos para la semana. Al finalizar, tomó un taxi para regresar a casa.



Elsa I. Gonzalez Cardenas
Publicada en el Diario de Colima
El 17 de octubre de 2013
Manzanillo, Colima

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