domingo, 15 de diciembre de 2013

Al norte, sin sueño 1 de 2


El tablero de la aeronave indicaba mil 600 pies sobre el nivel del mar. Rufino intentaba tomar el tiempo de tránsito de su ciudad natal, Manzanillo, hasta el país vecino, Estados Unidos. La hora exacta la desconocía. Apagó el teléfono celular antes del despegue. Luego le fue imposible encenderlo por seguridad. Él estuvo de copiloto por 2 horas de camino.


Los números blancos y rojos permanecían en aparatos digitales, el motor funcionaba a la perfección; el piloto se comunicaba en inglés a la base del aeropuerto cercano. Rufino leía con dificultad los nombres de lugares que aparecían en el display: San Patricio, La Huerta, Barra de Navidad, Tomatlán, Puerto Vallarta, Mazatlán, Puerto Peñasco, Guasave, Ciudad Obregón; después olvidó los siguientes.



El paisaje lucía fantástico. Las nubes blancas los acompañaron en el vuelo. Cerros verdes y nacimientos de agua dulce y salada estuvieron siempre presentes hasta el territorio mexicano. El cielo en los estados de Colima y Jalisco mostraba una ligera capa café. En 2 horas, la tonalidad cambió a un azul hermoso. Volaban sobre Mazatlán. Rufino estaba fascinado por la limpieza de la atmósfera; luego entristeció al recordar que en ese mar los cruceros norteamericanos no regresarán por un tiempo, debido a la alta inseguridad que se vive en toda la República Mexicana.



En Ciudad Obregón, Sonora, frontera de México con Estados Unidos de Norteamérica, descendieron para ser revisados por la Aduana, aunque en realidad no se hizo la supervisión del equipaje, sólo la documentación: visa, pasaporte y pago de impuestos.



A partir de Sonora, el escenario cambió. No hubo más trópico, sólo montañas, mar en algunas orillas. Apreció el Mar de Cortés o Mar Bermejo, a su derecha. Conoció todo el Océano Pacífico desde las alturas. Al volar cerca de Arizona, vio montones de arena diminutas, vistas desde el cielo –era el desierto. El piloto le dijo que eran dunas, aunque en realidad no eran nada pequeñas.



Rufino veía, a través de la ventanilla, pasar muchas nubes blancas. A veces pensaba que el avión no se movía, que en realidad eran ellas quienes jugaban carreras unas con otras; pero en cuanto veía abajo, en tierra firme, los lugares fijados los iba dejando atrás.



Perdió por completo el conteo de horas que llevaban de vuelo. Desde el cielo, el tiempo no es el mismo que el de tierra. Vio el bello atardecer, rodeado de algodones blancos, un cielo coloreado de tonos naranjas y rosas. Apenas el reloj de su compañero marcaba las 4 de la tarde. A las 5, estaban en completa oscuridad.



Rufino no tenía sueño ni hambre, pues había dormido como una hora al estar en la cabina. El panorama lo relajó tanto, que recordó el conteo de los mil borregos cuando la gente no puede conciliar el sueño. Lo que sí tenía de sobra era la inquietud de llegar a su destino. Estirarse, comer algo y descansar, ya que sus malos cálculos le indicaban cerca de 7 horas de vuelo.



Descendieron en Caléxico, la frontera norteamericana. Ahí no fueron los únicos en arribar. También iba una pareja de gringos setenteros; ellos regresaban de visitar a unos amigos en Puerto Escondido, Oaxaca.



En Caléxico, Rufino fue interrogado por dos agentes migrantes. Un moreno con rasgos latinos y rostro marcado por el acné mal cuidado en su adolescencia, y una mujer joven, obesa, con cara de pocos amigos, le cuestionó en español si con frecuencia visitaba el país.



Él respondió que esa era su primera vez; la gorda quedó conforme con la respuesta y se marchó junto con el hombre, quien enseguida regresó con el pasaporte de el viajante e indicó que hasta mayo del siguiente año podía permanecer en Norteamérica; éste agradeció, pensando que con una semana era suficiente.



En la pista revisaron las alas de la aeronave con unos artefactos de mano, parecidos a los que se usan para medir los límites de velocidad en los automovilistas.



Al terminar ese episodio, todos abordaron el avión. El frío estaba presente y más para un manzanillense acostumbrado a estar bajo sombra a más de 30 grados centígrados.



Por fin, arribaron a Riverside, su destino final. Esa vez no hubo más aduanas ni interrupción alguna. El descenso estuvo perfecto. Todos bajaron de la aeronave, después guardada en una depot grande. (Continuará),




Elsa I. Gonzalez Cardenas
Publicado en el Diarioi de Colima
El 28 de noviembre de 2013
Manzanillo, Colima, Mexico

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