domingo, 15 de diciembre de 2013

Saber comer


Las piernas de Rogelio nunca crecieron en la misma proporción de su cuerpo. En su madurez, época cuando tenía el estómago abultado, unido por dos hilos delgados al tronco, pesaba cerca de 80 kilogramos y medía 1.72 metros, él solía jactarse de saber comer bien. Tan bien que nunca le puso peros a los gusanos de maguey, chapulines, berros, verdolagas, alfalfa y los platillos tan ricos de doña Lupita, su esposa.



Rogelio siempre le dio prioridad a la comida, bebida y parranda. De soltero, era común verlo vestido de traje y corbata en algún cabaret de la Ciudad de México, acompañado de hermosas mujeres y hombres guapos en los años 50. Al casarse, disminuyó la frecuencia de sus diversiones; al paso de los años, dejó poco a poco la parranda y la bebida, más que por convicción, por salud.

El hombre fumó durante 30 años. De un día a otro abandonó la dependencia a la nicotina porque empezaba a tener problemas respiratorios. El único ejercicio que hacía era la caminata. Caminaba largos kilómetros bajo los rayos del sol para desplazarse de un lugar a otro. Nunca aprendió a conducir un vehículo, tal vez por el trauma de haber chocado años atrás.

En casa, la esposa sabía consentirlo. Siempre le preparaba, como primer tiempo, caldos, sopas aguadas o cremas; en el segundo, los guisados, y en algunas ocasiones, postre. El agua fresca –de frutas– era un requisito primordial.

A Rogelio podrían etiquetarlo de avaro por guardar ciertos límites en la vestimenta de sus hijas y mujer, pero nunca de mal proveedor de los alimentos para ellas.

Con el aceite de caguama curó a la primogénita de sufrir asma por el resto de su vida; a la mediana, gracias al buen hábito de consumir agua de coco, la dotó de buenas plaquetas para poder donar sangre cada vez que se requerían; y a la grande, gracias al consumo de chía hasta en la sopa, sus huesos fortalecidos le ayudaron a no quebrarse, luego de haber tenido una caída.

Rogelio siempre decía: “Hay que alimentarse bien para crecer y estar sano”, pero nunca inculcó de lleno el hábito del ejercicio. A lo mucho que llegaba era la caminata. Eso bastó para tener el gusto por la actividad física, aunque no de todos los integrantes de la familia.

La menor de sus hijas, luego de bajar varios kilos de más en la pubertad, tras enamorarse y adquirir la buena decisión de ejercitarse, comenzó a cuidar su alimentación.

Aprendió el concepto de la palabra “caloría vacía”, es decir, caloría sin nutrientes, hueca, que con regularidad encontramos en los productos chatarra. Un ejemplo de ello es la equivalencia de nueve papas fritas, cuyo contenido calorífico es de 100 calorías, mientras que en la tortilla, grupo de alimento perteneciente a los cereales, representa un 68. También se hizo consciente que el ser humano debe de comer 3 horas antes de hacer ejercicio y que no es posible forzar el movimiento de las articulaciones en el sentido contrario a sus funciones.

En la actualidad existe una ilustración didáctica distribuida en los sectores de salud, instituciones y por internet que plasma, en tres secciones, de colores verde, amarillo y rojo, los alimentos benéficos para la salud; al mismo tiempo, marca la frecuencia de cuándo consumirlos.

El color verde indica: frutas y verduras. Si se compara a un semáforo, diría: “Siga, continúe”. Es parecido en la nutrición. La persona debe de consumirlas lo más que pueda, y de preferencia crudas y con cáscara; el amarillo expresa la sección de cereales, es importante comerlos en cantidades moderadas, ahí entra el pan, lo ideal sería optar por los integrales, evitando las harinas blancas refinadas; por último el color rojo aparece, constituido por leguminosas y alimentos de origen animal, su valor principal nutricional es la proteína. Éstas gozan de mala fama en la actualidad, “comer carne roja es mala”. En realidad, no es tan cierto, el daño en sí es la forma en que es alimentado el ganado. Aun así, si se desea prescindir de ello, es importante sustituir bien la proteína con otro nutriente, en este caso, 100 gramos de carne roja equivale a dos huevos.

La ingesta promedio del ser humano es de mil 800 calorías diarias. En el mercado de la comida mal sana, el refresco de cola de 600 mililitros contiene 150 calorías. El punto importante no sólo es saber combinar los alimentos para comerlos, pues es primordial hacer ejercicio todos los días.

Rogelio cuenta con 80 años de edad y como es normal, padece de enfermedades como cualquier otro anciano. Hasta la fecha, el gusto por el buen comer lo hace despertar a su esposa a las 2 de la mañana para desayunar; en cambio, su primogénita procura comer cada 4 horas del día.




Elsa I. Gonzalez Cardenas
Publicado en el Diario de Colima
El 31 de octubre de 2013
Manzanillo, Colima, Mexico

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