jueves, 15 de septiembre de 2011

Detrás

HABÍA leído la nota hace días en el periódico, sobre que se transmitiría una videoconferencia del Dalai Lama en un lugar que no recuerdo.

El sábado 10 de septiembre fui a la ciudad de Colima a un curso de cine con la intención de aprender un poco lo que hay detrás de la pantalla grande. Por no organizar bien mis tiempos perdí la clase de grabado en Manzanillo.

Le pedí posada a Raymundo, quien renta una casa en Villa Izcalli, en Villa de Álvarez. Ya en casa intenté dormir a media noche, pero no lo logré sino hasta las 4 de la madrugada porque los vecinos de enfrente de la calle Coyotlán convivían de una manera muy peculiar.

Una decena de jóvenes estaban “divirtiéndose” entre alcoholes, sandeces, vagancias, juegos de manotazos, preguntas necias y gritos. El escándalo era inminente. Con mucha lástima escuchaba el lenguaje tan vulgar que manejaba el líder del grupo –no sé si era un tal Muñoz–.

Quise levantarme de la cama y callarlos, también tuve la idea de grabarlos en un video para denunciarlos con sus padres al día siguiente. Cuestionaba en silencio por qué los demás vecinos o Raymundo no hacían algo para correrlos. Ganas no faltaron de salir a ponerlos en su lugar, no lo hice por estrategia, sería poco inteligente de mi parte retar a una pandilla de chicos que no sólo el alcohol pudiera estar en su organismo, sino una sustancia tóxica.

Lo único que hice fue buscar –en la oscuridad y sin lentes– en internet del teléfono móvil la página web de Villa de Álvarez; llamé tres veces a la policía local. La primera vez fue como a las dos de la madrugada, la segunda fue 20 minutos más tarde, y la tercera a las 3:10 de la mañana. Quien descolgó el auricular del otro lado del teléfono tomó las llamadas con amabilidad, pero el reporte que le pasó a la patrulla B50 nunca llegó.

En la última llamada que hice le di las gracias por la nula respuesta que tuve y puntualicé que la sociedad deja de confiar en ellos por la misma razón. El hombre, sin olvidar su amabilidad, argumentó que él cumplía con su trabajo, de pasar los reportes a las patrullas en turno, pero desafortunadamente sólo contaban con cuatro unidades para todo el municipio y que sus compañeros toman prioridades, pues hacía un rato que habían recibido una llamada de auxilio, pues la gente había escuchado unos disparos, pero que de todos modos le pasaría la queja al comandante Martínez. Antes de despedirme, agradecí la atención telefónica, y al cortar, la bendición.

Después surgieron dudas en saber cuántos habitantes existen en el municipio, con cuántas patrullas debería contar Seguridad Pública para poder movilizarse sin contratiempo, cuál es el sueldo de los policías si el director de Seguridad Pública gana 14 mil 109.08 pesos –periodo mensual–; luego recordé a la adolescente sociable con espinillas en el rostro y frenos en los dientes que solía comer a la salida de la escuela secundaria Mariano Miranda Fonseca, en Manzanillo, si aún conservaba esa chispa de estar enterada de los asuntos personales de sus amigos, ahora convertida en presidenta municipal, Brenda Gutiérrez.

No es que desee que sepa la vida de sus amigos o conocidos, pero es importante saber cómo está trabajando el personal a su cargo con tales carencias y, peor aún, por qué lo permite.

Ya iban a dar las 4 de la mañana cuando el cansancio del día anterior empezaba a vencerme. Dormí.

El domingo desperté más tarde de lo cotidiano. Al mediodía fui a escuchar una videoconferencia que transmitieron en vivo del Dalai Lama en el auditorio del profesor Crispín Ríos Rivera, de la Sección 39 en la capital. La cita era a las 13 horas.

En lo particular, se me hizo extraño que este tipo de eventos lo gestionara el Sindicato Nacional de Trabajadores para la Educación (SNTE), sin embargo, fue un gusto saber que podría sembrarse en los profesores la inquie-tud de una nueva forma de educar a los niños y jóvenes del país. Detrás de las máscaras suele haber sorpresas.

Al llegar al lugar, los instructores imaginaron que sólo duraría una hora la teleconferencia. Les aclaré que serían mínimo 2 horas, no creyeron. Antes de iniciar el enlace vía satelital desde la Ciudad de México, los anfitriones ofrecieron un delicioso almuerzo. Ocho platillos mexicanos y pan casero para los visitantes. Por supuesto, era mucho esperar que no utilizaran platos desechables y no dieran refrescos. En las cazuelas de barro la verdura al vapor no figuraba en el platillo favorito. Estaba casi intacto, contrario a los guisos de carnes rojas. Se podía comer y recomer sin limitación.

La proyección se inició en el auditorio pequeño sin butacas y con sillas acojinadas de metal, en el momento que el Dalai Lama bajó de una camioneta acompañado de su equipo, y el guapísimo actor Richard Gere. Pronto se oyó entre el público de apenas setenta personas, suspiros, voces y risas: “Ay, papacito”.

A media conferencia podía verse que la mitad de personas que se encontraban en el auditorio habían desaparecido. Una de las personas organizadoras del evento durante toda la transmisión estuvo inquieta, iba y venía a su asiento; los demás intentaban entender el mensaje del Dalai Lama; algunos movían la cabeza para decir que estaban de acuerdo con él.

Cuando terminó, la mujer inquieta dijo unas palabras al auditorio: “Muchas gracias por asistir a la teleconferencia del Lalay Dama”. Así le dio el nuevo nombre al líder espiritual del pueblo tibetano en más de dos ocasiones.



Elsa I. Gonzalez Cardenas
Publicado en El Diario de Colima
El 15 de septiembre de 2011
Manzanillo, Colima

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