jueves, 12 de agosto de 2010

La tía en Colima

EL sábado pasado le comenté a la hermana, misma que me dejaría a su hija adolescente bajo mi cuidado por tres días en Colima, el plan de ir al teatro Hidalgo a ver una obra para sordomudos de nombre Uga. Su reacción fue decir: “No la lleves, no entenderá”; le contesté: “Pues que vea la obra y se dará cuenta de qué se trata”, ella volvió a argumentar: “No le impongas nada, en dado caso pregunta si quiere ir”. De cualquier forma llevaría a mi sobrina, además tenía la sospecha que no conocía ningún teatro.
Por la tarde la llevé al Museo Universitario de Artes populares “Ma. Teresa Pomar”. Las vitrinas que guardan las artesanías las vio en menos de cinco minutos. Con enfado se sentó en los equipales a jugar el videojuego de mano que cargaba. Por supuesto renegué la falta de educación no inculcada por los padres. Terminé de ver las piezas de la parte baja del edificio. Llamé a la sobrina para subir a la segunda planta. En el pasillo el mural llamó nuestra atención. Aproveché el colorido para tomarle una fotografía con la adolescente en pose. La sección de juguetería, textiles y artículos tejidos con fibras naturales como el ixtle y acapán nos sorprendieron. Por último, bajamos al costado de la entrada, el espacio de fotografía a blanco y negro y los títeres hicieron recordar mi niñez.
La noche de la función arribamos al teatro Hidalgo. En efecto, era la primera vez que esta muchachita asistía a uno. Cautelosa observó el lugar, luego pronunció: “Está nice”. Minutos después anunciaron la tercera llamada y la obra inició. Puesta en escena, el equipo actoral desempeñó un excelente papel, el guión fue muy bueno y los efectos de luces junto con el vestuario también. Los espectadores, entre ellos sordomudos y otros hablantes, aprendieron a decir algunas palabras con señas. Todos nos fuimos del lugar felices.
Las cosas que no se dicen es ver de nuevo la falta de cultura por parte de los colimenses en asistir al teatro gratis. En la función de la obra Uga, la capacidad de asistentes apenas llegó a la media y el museo de artes contemporáneas estaba desértico. El único ruido que podía escuchar eran las goteras de lluvia sobre el piso.
El domingo estuvimos en el Parque Regional Metropolitano “Griselda Álvarez”. Nos recibió con imágenes verdes y la flora hermosa; el simio enjaulado de ojos tristes se rascaba la cabeza; la plaza de los suspiros esperó a los enamorados; los leones no durmieron por el ruido de los espectadores; los centenares de tortugas de agua y de tierra esperaron su alimento; las serpientes reposaron en casas artificiales y la tranquilidad hicieron olvidar que estás dentro de la ciudad. Lo único que considero que falta es colocar botes de basura con indicadores de clasificación de desperdicios para tener conciencia ecológica y proteger el parque.
El lunes, sin darme cuenta estaba frente a la Hemeroteca. Entré para conocerla. Al menos saber cuál es la forma de investigar sobre un tema. El guardia de seguridad suspendió la lectura de un libro que traía en las manos. Dio la instrucción de apuntar mi nombre en el libro de visitas: “La hemeroteca está al fondo a la derecha”, comentó. Entré, a los pocos segundos regresé, luego de leer una placa informativa donde indicaba el área de archivo histórico. “¿Dónde está el Archivo Histórico?”, cuestioné. El señor repetía con voz molesta, como si yo fuera analfabeta: “Usted me dijo primero hemeroteca. El Archivo Histórico está en el centro”. En dos ocasiones afirmé que la pregunta se debía a la información expresa en la placa informativa recién leída. Él seguía en su postura incómoda. Amablemente le agradecí para callarlo. Entré, de nuevo detuve el paso frente a la plaquita, saqué la libreta de apuntes de mi bolso y anoté datos. El vigilante vio. Caminé, abrí la puerta de la hemeroteca, dos señoritas estaban ahí. Me indicaron que sólo desde el año 2000 en adelante cuentan con información digitalizada, los años anteriores se busca físicamente en los periódicos prestados por ellos.
La estancia fue muy breve, no llevaba el año específico para la investigación ni tampoco quería dedicar muchas horas del día en hacerlo. Salí de la sección, me dirigí a la entrada, y el guardia de seguridad cambió su tono de voz por uno amable. Justificó la mala recepción. Acepté el discurso con gratitud.
El mismo lunes por la tarde, retorné a Manzanillo con posibilidad de volver a finales del mes.

Elsa I.González Cárdenas
Publicado en el Diario de Colima
12 de agosto de 2010

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