sábado, 6 de agosto de 2011

Los moyos y el churupete

En El Naranjo, en tiempo de lluvias, he visto familias enteras ir tras ellos. Unos estacionan sus vehículos en el carril derecho de la carretera sin importarles que sea de un solo sentido, y quienes suelen caminar, transitan en medio de los dos. La gente va con sus lanzas caseras hechas de palos y cuchillos amarrados en un extremo. Niños, mujeres y hombres bajan a los matorrales a buscarlos. Los moyos salen, atraviesan el asfalto para ir al otro lado del cerro. Algunos suelen correr rápido al sentir la presencia de intrusos; los valientes se enfrentan al atacante con sus tenazas y los más lentos son presa fácil.

Cientos de cadáveres uno sobre otro pasaban frente a mí en cubetas de plástico cargadas por los aniquiladores. Por desgracia, no todos perecen pronto. Los moribundos sufren, luchan contra lo imposible por escapar, pero no tienen éxito.




Por el camino que conduce a Vida del Mar, los cangrejos, moros o moyos luchan por sobrevivir ante el acecho del asesino. Desde el amanecer hasta después de que el cielo se pinta de azul, naranja o rosa, los crustáceos no paran de huir. Si las lanzas no atraviesan sus caparazones, el peso de las llantas de un automóvil los matan o son devorados por los animales nocturnos.

Miles de moyos de colores: rojo, morado, beige y gris viven entre el barro del cerro, la tierra, las plantas y los jardines de las casas de playa. Aparecen en las terrazas, paredes ásperas de una sala –cuando hay quietud–, muertos en el fondo de las albercas y restos de sus cuerpos en el césped.



Los visitantes y dueños de los inmuebles cercanos a Vida del Mar prefieren ir a jugar golf, disfrutar la vista de la playa que cazar moyos; en cambio, los porteños optan por matarlos para comer gratis el manjar del Pacífico, sin hacer ningún aporte a favor de su hábitat y reproducción.

Al principio pensé que él aluzaba el pasillo del hogar para cerciorarse que todo estaba en orden. A los pocos minutos una luz verde fosforescente caminaba en el piso. Entonces creí que se trataba de una luciérnaga. Sonreí feliz para verla cerca. No era una luciérnaga. Lo supe cuando el insecto luminoso de aspecto raro voló hacia la cabecera de la cama. Éste tenía patas negras, grandes y flacas como vara, cuerpo alargado al igual que los ojos, pero éstos brillaban. Pese a su rareza, el animal no dormiría conmigo, menos si desconocía de quién se trataba. Pues sólo tenía dos opciones: dejarlo ahí a corta distancia de las almohadas estorbosas o intentar sacarlo a uno de los dos balcones que dan a la terraza o al jardín lateral. Temerosa tomé la segunda alternativa. En ese momento la cuestión fue saber cómo atrapar sin dañar.

El animal luminoso y cuerpo de tres centímetros carecía de atractivo, pero sus ojos tipo avispón llamaron mi atención. Para no lastimarlo, cogí una hoja del periódico con recetas de cocina que rondaba desde hace semanas en la mesa del televisor, hice dobleces, dejé dos orificios al inicio y final de la página, tapé un agujero con la mano, por el otro debía lograr que el extraño insecto entrara. Cuando estuve frente a él, lo arrinconé en el cuadro de mosaico con imágenes de una boda mexicana, empujé sus patas sin lastimarlo, pronto cayó al papel, dirigí mis pasos a la puerta del balcón de la terraza y lo arrojé por debajo.

Al día siguiente indagué el nombre del insecto por internet. Lo único que pude encontrar después de tanta polémica en un foro para discernir, que no se trataba de una luciérnaga, fue una grabación de baja calidad cuyo protagonista era un insecto parecido a quien le llaman en las costas de Guerrero “churupete”.



La noche siguiente, el churupete se asomó por el ventanal de vidrio. Tuve la idea de tomarle una fotografía, pero no lo hice. Ahora, cada medianoche, antes de dormir, tengo la esperanza de que vuelva, por eso recorro las cortinas blancas de la habitación y espero su llegada.


NOTA
Los moyos y el churupete despertaron en mí la curiosidad de conocer y observar el comportamiento de la fauna silvestre que hay en El Naranjo.



Más adelante escribiré textos sobre la experiencia que vivo con los animales y subiré fotografías en el blog de esta columna para darlas a conocer. El único afán que persigo es concientizar a los lectores de preservar las especies, cuidar el ecosistema y que tengan conocimiento de lo maravilloso que es aprender de ellos.


Link
http://www.youtube.com/watch?v=9E_tnPUSjjU

Elsa I. González Cárdenas
Publicado el 04.08.2011
En El Diario De Colima
Manzanillo, Colima

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