viernes, 16 de noviembre de 2012

El sabor de Welcome to Manzanillo





Con anticipación, Mar sabía la fecha en que la hermana junto con sus hijos pequeños iría a Manzanillo desde Estados Unidos. Por lo que compró un cántaro de barro, papel china, y se aseguró de tener en casa periódico y harina para hacer engrudo. Tres semanas antes de que arribaran, hizo otros pendientes: estancó los planes y estuvo enojada consigo misma por no tener tiempo suficiente para elaborarla. En los ratos de descanso, pegaba con el engrudo los recortes de periódico sobre la vasija, hacía los picos para la estrella, doblaba el papel china, lo cortaba en barbas, las volteaba, untaba el pegamento casero y lo añadía en la cartulina sobre los conos; los colores amarillo, azul, naranja, rosa y verde le darían vida a la diminuta piñata. Sería la primera para los sobrinos. 



La concluyó días después de la llegada de los familiares. Los niños, felices, golpeaban el barro con un palo, y en pocos minutos la rompieron. Durante la estancia de sus familiares, era común que salieran a visitar los restaurantes de la ciudad: desayunaban, comían o cenaban en la calle. 



Al transitar en vehículo de la zona centro hacia el boulevard Miguel de la Madrid, Mar guiaba a la hermana por dónde pasar. En Fondeport, la conductora lamentó la escasa o nula –en algunos tramos– señalización para los automovilistas. Un letrero pobre indicaba: Valle de las Garzas, derecho; otro boulevard, con una flecha indicando desviación.


Antes del atardecer, fueron a cenar a un restaurante contiguo a la Zona Militar. Vio el desierto frente al mar. Le dio un poco de pena, también pensó que apenas eran las 6 de la tarde. En el restaurante, el mesero tomó la orden de las bebidas, luego la de los platillos. Eligieron camarones al coco y filete de pescado en salsa de cilantro; de postre un helado de vainilla, congelado por más de 2 días. Antes de iniciar a cenar, los niños, recorriendo los pasillos, conocieron los baños, observaron los cuatro barcos incrustados en la pared, el reloj, un pez vela de yeso, y el mural con buques anclados. Comer frente al mar es fabuloso; las olas cuchichean el oído, al mismo tiempo la sal se impregna en la piel y el viento no deja de abrazar.



El piso del restaurante estaba húmedo por la brisa del mar. El mosaico grisáceo no era el adecuado para un comedor, demasiado resbaloso para la costa. El peligro acechó a los clientes. Ninguna persona del restaurante sugirió precaución; un letrero insertado en los primeros escalones de la entrada del inmueble decía: “Cuidado, piso resbaloso”, mientras el agua de una fuente caía directo a la cerámica oscura. Mar comía en pausas, la sobrina quiso conocer el baño, el sobrino pedía ser acompañado a ver el pez y los barcos para repetir docena de veces las palabras: boat y fish. 



Los comensales ordenaron de entremés para apaciguar el hambre: pan de ajo. Mar creyó que estaría delicioso, mejor que el que prepara ella, pero se desilusionó pronto. El ajo se perdía con la sal. Sal molida con ajo de botella, debió tener de nombre.



La comida estuvo buena, mas no deliciosa. El servicio del joven mesero fue cortés. El vaivén de los infantes tenía turnos; en unas ocasiones, le tocaba a Mar; en otras a la madre. Sólo que al primer descuido, un sobrino cayó al suelo, pegó en la cabeza y el concierto del llanto inició. El golpe fue ligero; el piso amenazante no causó daños mayores. Terminaron de cenar, se marcharon evadiendo el charco de agua en los escalones. 

Un restaurante que goza de buena fama, ubicado frente a la colonia del ISSSTE, la atención del personal de trabajo es excelente. Hay meseras de 50 y 60 años de edad que tienen mucho tiempo trabajando en ese lugar. Los camarones al coco que Mar insistía en consumir, no eran rayados ni capeados como el anterior negocio; sabían deliciosos. Ese día, el oleaje del mar estaba picado, así que la vista era hermosa. El tentempié en esa ocasión fueron quesos y telera fría, no del día, con mantequilla. 



Otro restaurante, cercano a Villas del Mar, en El Naranjo, ofrece al turista –que en su mayoría es extranjero, por ser la temporada de frío en el norte del país– cordialidad, comida rica, un ambiente acogedor, junto con panes fríos, comprados en las tiendas de autoservicio.



Mar es exagerada para todo, más para la comida, prefiere comer lo menos que pueda alimentos procesados, pero no le es posible cuando sale a comer a la calle. Si pide naranjada para beber, suelen darle jugo envasado o limonada, concentrado de limón que a la mayoría de los clientes no les importa eso. De cualquier manera, sabe que ese es el precio que debe pagar por estar con los sobrinos.


Ella sabe que todo es percepción y distintos paladares. Al final, lo importante es conocer, disfrutar el placer de comer. Por esa razón, Welcome to Manzanillo debe ser una fiesta para todos los porteños, pues es increíble ver los rostros contentos de los turistas canadienses, estadounidenses, en las playas, bares, restaurantes, calles, antros comerciales y en el mercado de Santiago. Unos vienen a quedarse por 6 meses; algunos por días, pero al final siempre regresan y recomiendan visitar al puerto.



Elsa I. Gonzalez Cardenas
Publicado en el Diario de Colima
El 15 de noviembre de 2012
Manzanillo, Colima 



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