viernes, 15 de febrero de 2013

Secuestro virtual 2/2


“Prende la luz, conecta el cargador nuevo al teléfono, saca el chip del viejo y rómpelo”, ordena uno de los interlocutores. Dijeron que iban a respetar, se portarían bien conmigo, sólo investigarían quién había hecho la denuncia telefónica. 

A las 19:00 horas de ese viernes, ellos se comunicaron con mi hijo, después me ponen en comunicación con él. La conferencia telefónica era malísima, a veces se cortaba la llamada. Le instruí qué hacer: “Haz lo que te pidan”. El tono de voz bajó, al mismo tiempo que anunció que ese viernes no dormiría porque estarían llamando toda la noche, y así fue.



Para mi mala suerte, la batería del aparato se agotó, tuve unos nervios tremendos, casi entro en pánico cuando de repente se escucharon unos golpeteos en la puerta de la habitación. Cuestioné quién era, una voz femenina argumento: “Le llama por teléfono su primo”, era él, uno de los secuestradores virtuales. Respondí a su llamado. Me hizo saber que habría cambio de turno, otro compañero cubriría su ausencia. Esa noche me la pasé con el auricular pegado a la oreja. Para evitar que durmiera, el relevo charló conmigo. Hablamos del lugar donde nací, de cosas intrascendentes. Aunque quería dormir, no podía, debía estar alerta. Así estuve  hasta el sábado. La bocina del teléfono ya me quemaba. Les dije a los hombres que la renta del cuarto vencía a las doce del día; ellos indicaron que pagara y encargara comida, pero ni hambre te da. De cualquier manera, pedí fruta. Por la noche, argumentaron los interlocutores que ya iba a descansar. El domingo, los tipos se empezaron a desesperar. La negociación con mi hijo no estaba resultando como lo esperaban; para recuperar mi libertad pedían 250 mil pesos, cantidad que ambos, ni juntando el dinero, la tenemos. 



Las amenazas hacia mi hijo de hacerme daño fueron aumentando al saber que todavía no conseguía el dinero. Cada ocasión le inquirían si ya había logrado juntarlo. En ese momento ya no eran 250 mil, sino 150 mil pesos: “Si no consigues ese dinero a las 8 de la mañana, vamos a meter a tu madre en un tambo con ácido”.



Ya me imagino la angustia que sufrió mi hijo. Qué horror. Pero no fue tonto, se movió entre sus amistades y contactos, también pudo investigar en internet en qué consiste el secuestro virtual, hasta aparece un número de teléfono celular de larga distancia, de Altamira, Tamaulipas. Por eso decidió hacer una denuncia ante el Ministerio Público. Por fortuna, recibió apoyo de la autoridad. Pudieron tranquilizarlo y orientarlo sobre ese tipo de casos. Ahora lo lamento. ¿Por qué hice caso a esa primera llamada?, ¿por qué reaccione como tonta? No quiero hacerme más preguntas sin resolver. 



El domingo por la noche, los delincuentes virtuales dejaron de marcar mi número de teléfono. El lunes por la mañana siguió así. Por fortuna, una luz iluminó la razón y olvidé el miedo, encendí el aparato viejo y le llamé a mi hijo dándole las referencias donde me encontraba. A los pocos minutos, arribó la policía para rescatarme, librarme de un secuestro que nunca fue físico, sino virtual, pero el pánico y trauma que causó en la familia y en mí fue horrible.


Por favor, pasen la voz para que no les suceda lo mismo.





Elsa I. González Cárdenas
Publicado en el Diario de Colima
El 14 de febrero de 2013
Manzanillo, Colima, Mex.

No hay comentarios:

Publicar un comentario