viernes, 8 de febrero de 2013

Secuestro virtual (1/2)

Un viernes por la tarde, sonó el teléfono de casa. Micaela contestó. Le dijeron quién era, algo así como la PGR (Procuraduría General de la República); preguntaron por mí. Quise responder, pero ya habían colgado. Por segunda ocasión, el timbre del teléfono avisó la llamada entrante, Micaela responde. Unos segundos más tarde contesta las preguntas de su interlocutor con plena confianza. Su expresión era de miedo. Pregunta quién es; ella argumentó con voz temerosa: “Los Zetas, los Zetas”. 



Le quité la bocina a Micaela. Escuché al interlocutor que aseguró que alguien había hecho una denuncia telefónica de ese número. Segundos después hablaba con otra voz masculina. Ellos cuestionaron cuántas personas estaban en casa. Di la información. Me ordenaron salir, interrogaron con cuánto dinero contaba en ese momento, comenté que mil pesos; no creyeron. Sus palabras retumbaron en mi alma: “Hija de tal por cual, si vamos a tu casa y descubrimos que tienes más, te vamos a masacrar”. Tenía 2 mil pesos. “Agarra el dinero que tengas porque afuera están mis hombres”. Amenazaron con hacerle daño a mi familia. En seguida, un listado de groserías salió a través del auricular. 

Cuestionaron cuántos números de teléfonos celulares había en casa y mi número de teléfono celular; se los di. Salí como lo ordenaron, siguiendo al pie de la letra las instrucciones. Los interlocutores estaban en comunicación conmigo, debía dirigirme hacia ellos con un “mi amor”. Les iba diciendo en dónde iba: “Por la gasolinera, boulevard…; al argumentar que pasando por una tienda de autoservicios, instruyeron regresar, entrar ahí, comprar un teléfono celular y depositarles 500 pesos a un número de cuenta que mencionaron”. 



Tome un taxi. Fui hasta Tecomán. El taxista preguntó si nos iríamos por la caseta o por la libre. Ordenaron por la caseta. Cuando los interlocutores inquirieron cuánto tiempo se hacía de tránsito de Manzanillo hasta Tecomán, lo averigüé con el conductor. Indicaron que llegara a la Catedral. Nunca pensé que ellos pudieran no ser de aquí. El chofer desconocía dónde se encontraba la Catedral, entonces dejé el vehículo para abordar otro. El costo del viaje fue de 400 más los 108 pesos de la caseta, 508 pesos y el celular de 270, adicionando los 500 depositados; restaban 722 pesos. 



El primer taxi que tomé era del sitio de Santiago, pero el servidor de transporte nunca dio aviso de haber sido su pasaje cuando estuve desaparecida. El segundo del municipio de Tecomán. La comunicación el interlocutor la cortaba en ratos, pero nunca dejamos de hablar. La siguiente indicación fue arribar al Hotel Catalina. Lo hice sin involucrar al taxista irrespetuoso, que indagó si me urgía llegar, al momento que le pregunté si estábamos lejos del lugar. 


Pedí una habitación a otro nombre. Al no mostrar mi identificación, tuve un poco de problemas por no tenerla, sin embargo, pude pernoctar. La empleada me asignó un número de cuarto. En cuanto entré, instruyeron encender el televisor. 

(Continuará)



Elsa I. Gonzalez Cardenas
Publicado en el Diario de Colima
El 07 de febrero de 2013
Este texto pudo haber sufrido algunas modificaciones 
Manzanillo, Colima

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