lunes, 13 de octubre de 2014

Duele vivir en México

El martes, Esperanza toma un camión colectivo rumbo al trabajo, escuchando por la radio las noticias de Carmen Aristegui; al mismo tiempo, se preguntaba qué día sería el eclipse lunar.

Días atrás tuvo conocimiento, a través de las noticias sobre la desaparición en Iguala, Guerrero, de 43 estudiantes normalistas de una escuela rural de Ayotzinapa, tras un tiroteo contra los tres autobuses que los jóvenes abordaban. El saldo fue de seis personas muertas, tres estudiantes y el resto civiles; esto ocurrió los días 26 y 27 de septiembre.

Al principio no podía creerlo. Era inverosímil ocultar a decenas de jóvenes sin que nadie supiera su paradero. El segundo fin de semana siguiente, los medios de comunicación informaban el hallazgo de seis fosas clandestinas con 28 cuerpos calcinados y mutilados en la misma comunidad de los asesinatos. Para identificar los cuerpos, las autoridades requerirán 2 semanas.

La voz de la periodista inicia a dar lectura a una publicación de Jacobo G. García, del periódico El Mundo: “Fue una masacre. A mi compañero le pegaron un tiro en la cabeza y se debate entre la vida y la muerte. Yo tengo un disparo en la pierna, y al Chilango le arrancaron los ojos y la piel de la cara. Faltan además 43 compañeros de esta escuela y no pararemos hasta que los entreguen, explica Juan, un alumno que la noche del 26 de septiembre se libró por poco de estar en una de las seis fosas que conmocionan a México”.

Dos gotas de sal nacen en los ojos de Esperanza. Imagina a los chicos de 17 a 20 años corriendo, temerosos, llorando, suplicando les perdonen la vida sin haber cometido delito; ve la tierra colorearse de sangre, hombres poseídos por demonios, cargando armas de fuego, disparando a todos sin piedad; ve a las almas inocentes, inquietas, deseosas de participar en la marcha de conmemoración por la matanza de estudiantes, en Tlatelolco, el 2 de octubre del 68, en la Ciudad de México, y recrea los rostros felices de los normalistas con la ideología de cambiar la situación del país.

A Esperanza le duele el corazón. No busca nombres de los asesinos, tampoco el castigo o la farsa que el gobierno y partidos políticos inventarán a la sociedad. La imagen de los familiares desaparecidos y muertos se detiene en su mente. Trata de evitar el nacimiento de otras lágrimas; no puede. Llora a discreción, porque no es bueno ser tan sensible ante los horrores que se viven.

“Al Chilango le arrancaron los ojos y la piel de la cara”, vuelve a oír la voz por la radio. Esta vez se le viene a la memoria los internos del Centro de Rehabilitación Social, con quienes tuvo contacto en un taller que impartió. No quiere reflexionar en sus historias delictivas, trata de evitarlo sin éxito. Se acuerda de El Cantante, que comenzó a delinquir desde pequeño, y a los 18 años, cuando se relacionó con una prostituta, lo encarcelaron por robo. Salió en libertad y volvió a cometer otros delitos; regresó a la prisión. Él tiene más de 16 años en cautiverio, y apenas alcanza los 40 años de edad. El Tierno, de 23 años, ha sido encarcelado en varias ocasiones. En la adolescencia lo canalizaban al Ceresito –Centro de Rehabilitación Social para menores. Su padre lo golpeaba y era alcohólico, desquitaba sus frustraciones con la mamá del joven y, por supuesto, también con él.

A Esperanza le duele México. La tierra que tanto ama. En silencio, solloza por las muertes de los inocentes, de los malos hombres que horrorizan el país. Piensa en la crianza de los delincuentes, cómo fue su niñez, si hubo amor en su hogar. En el pensamiento surge una serie de cuestionamientos. Quiere justificar las acciones. Encuentra que las palabras: responsabilidad y corresponsabilidad son perfectas. Cree que los gobiernos municipales, estatales, federales, padres de familia y la sociedad poseen cierta corresponsabilidad de la violencia e inseguridad que aqueja a México. Al ciudadano le son indiferentes los problemas ajenos, realiza mal su voto electoral al elegir a hombres enfermos de poder, en no levantar la voz para hacerla valer; los tres niveles de gobierno se corrompen con la facilidad de ir a la tienda a comprar leche y, lo peor, mujeres que sólo engendran hijos por equivocaciones, adornos, o por el simple hecho de experimentar ser madre, sin tener la paciencia, dedicación, amor y tiempo para cuidar y formar a su hijo.

Tranquila, se dice Esperanza, mientras limpia su rostro. Desciende del vehículo. Mira el cielo para ver la luna de octubre al amanecer. Triste, consternada e indignada inicia el día. Espera que en el transcurso de las horas mejore su estado de ánimo.


Elsa I. González Cárdenas
Publicado en el Diario de Colima
El 09 de octubre de 2014
Manzanillo, Colima, México 

No hay comentarios:

Publicar un comentario