viernes, 16 de abril de 2010

El Faro de Campos




Para finalizar la Semana de Pascua. La tarde del sábado, Ámbar fue a conocer el Faro de Campos. Antes de llegar a la secundaria federal No. 2, y después de los lotes baldíos se dobla a la derecha dos veces, y unas huellas de cemento guían a la colina.



El andén empezó a cobrar vida: el cerro desnudo mostró su arcilla; los arbustos verde cenizo, la tierra liviana, un cielo azul claro que compartió espacio con el humo contaminante de las chimeneas de la termoeléctrica; el único carril para transitar en vehículo apenas dejó unos metros de vereda sin pavimento, como en las casas de interés social donde los dueños mandan cubrir los patios traseros para evitar crecer la maleza o anidar alacranes.


El Faro de Campos es un mirador con altura de 220 metros sobre el nivel del mar, de aspecto sencillo, no impone como los faros pintados al óleo de algún artista desconocido, tampoco el imaginario de la novela Amor en tiempos de Cólera. La pintura descuidada de la barda anuncia “El Faro de Campos”, con el logotipo de la empresa que lo administra, y una cerca limítrofe advierte “Prohibido el paso, sólo personal autorizado”; a poca distancia de la entrada, restos de carbón en el suelo que algunos visitantes dejan, luego de festejar su arribo a la punta. La vista es fabulosa, el mar bajo las faldas de piedra, riscos salpicados de agua, y un árbol de tronco tallado con letras amorosas dan una bienvenida civilizada.


Ámbar no comparte la idea de llevar un cartón de cervezas, comida para asar, ni autos con música a altos decibeles. Prefiere subir a pie, sudar por el esfuerzo que le causa ejercitarse, cargar una mochila sobre la espalda, proveedora de agua y fruta; los ojos bien abiertos para captar el paisaje y los oídos sensibles para escuchar los extraños sonidos de la fauna silvestre.


En el sismo del 13 de junio de 1932, El Faro de Campos cayó. Después fue reconstruido, y en 1939 reinaugurado. El diseño original dista mucho del actual, que sólo es funcional, por lo que carece de una rica arquitectura artística. No hay acceso ni museo dentro, aunque conserva piezas antiguas.


Uno de los faros más antiguos de la historia fue el Faro de Alejandría, en Egipto, en el año 238-246 a.C., considerado como una de las maravillas del mundo, tenía unos 134 metros. El edificio, sobre una plataforma de base cuadrada, de forma octogonal y construido con bloques de mármol ensamblados con plomo fundido y uno de los faros más famosos gracias a Julio Verne, por hacer referencia en su novela, Faro San Juan del Salvamento, en la Isla de los Estados, Argentina.


Anteriormente, los guardafaros vivían en los faros para darles mantenimiento y ocuparse de la limpieza, ahora están digitalizados, operados y observados a distancia. Sin embargo, es considerable pensar en darle un poco de estética visual al Faro de Campos, por ser Manzanillo un puerto importante.


La historia se guarda para los privilegiados que dedican su tiempo a investigar sobre el tema. Poco interés existe de saber lo que hay detrás de una estructura desangelada.


Los destellos de luz en la lente del faro por la noche, girar a los trescientos sesenta grados, permite a los buques ver la proximidad de una costa. Así como también es admirada la iluminación desde otro punto de la ciudad, por los enamorados que les gusta disfrutar el mar.


Ámbar tomó fotografías del atardecer para llevárselas a sus alumnos en Celaya, Guanajuato. Se marchó con la intención de regresar las próximas vacaciones de verano y esperanzada en que algún día el perro que habita en el faro, mueva la cola cuando alguien haga realidad el proyecto de museo y la historia de su hogar sea revelada a todo público a puerta abierta, antes de morir.




Elsa I. González Cárdenas
Publicado en el Diario de Colima
16 de abril de 2010

1 comentario:

  1. Describes tan antojableee còmo quisiera ir...

    No cabe duda! aprendì algo nuevo de El faro de Alejandrìa.

    Felicidades! me encanto tu narrativa

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