lunes, 30 de mayo de 2011

Conciencine




























Mio es de Corea, y dice que es la primera vez que come mango; en cambio Josephine ya lo conocía; Ayaka, quien es japonesa, consume el fruto en silencio; Elizenda y Sophie no paran de saborearlo, en Cataluña y Francia son caros; María, la rusa, les da la razón, a 20 dólares cada uno se vende en Moscú; Ann, quien es alemana, se encuentra frente a la bandeja de barro donde está el picogallo, escucha la conversación y coge trozos hasta llevarlos a su boca.

Julio, Salvador, Liz y yo cedemos nuestra ración a los compañeros de Nataté, “Voluntariado Internacional A.C.”, en San Cristóbal de las Casas, luego les presumo que en casa tengo un árbol de mango.

El lunes iniciamos Conciencine, “Muestra de Cine y Documental Mayo 2011”, en el museo Centro de Medicina Maya en Chiapas. A las 11 del día proyectamos el cortometraje argentino, Las siete alcantarillas, de la cinta El mundo a cada rato, del cual los temas son la pobreza y la violencia familiar. El martes visitamos la escuela primaria bilingüe “Ignacio Manuel Altamirano”, en Teje de Oro, a 15 minutos de San Cristóbal. Al llegar, pudimos apreciar el paisaje boscoso desde la cima del pueblo: casas de madera y unas cuantas de material –cemento, techos de lámina de asbesto y teja–. La sociedad parecía organizada y lucía limpia. En el camino saludamos a los pobladores, quienes nos respondían con amabilidad.
Después de caminar 200 metros de distancia entre la entrada De Oro a la escuela, una vieja construcción de 5 metros de altura y cuerpo de adobe asomó su cabeza de teja, ésta era el antiguo espacio educativo.

Ya en las instalaciones del plantel, los niños nos encontraron en el patio sobre las montañas de tierra y pasto. Ahí los esperábamos mientras terminaban de hacer un examen. En la presentación ante el grupo de estudiantes, los integrantes del voluntariado señalamos en un mapamundo hecho por nosotros mismos en el reverso de una lona plástica, el país de origen: Alemania, Corea, España, Francia, Holanda, Japón, México, República Checa y Rusia. Quienes les causó gran admiración fueron las mujeres asiáticas, Akaya, Josephine y Mio, así que las cuestiones de rigor surgieron: “¿Cómo se dice ‘hola’ en japonés y coreano?”.
La proyección del documental estuvo a punto de ser cancelada. Por fortuna, las palabras mágicas: “Venimos desde muy lejos para estar con los chicos, déjenos compartir”, le bastó al director para dar su aprobación.

La cinta Kirokou y las bestias salvajes –documental de caricaturas– se exhibió en un aula con paredes de madera, palabras en castellano, escritas en hojas de colores colgadas alrededor del inmueble; láminas con las multiplicaciones, el cuerpo humano y otras imágenes llamativas. En el suelo, con bancas y mesas vimos el largometraje de dibujos animados. Los rostros de los niños de preescolar y primaria estuvieron muy atentos. Algunos pequeños portaron trajes típicos de Chiapas, aunque la mayoría vestía atuendos modestos; no faltó el infante moderno de cabello tieso, lleno de gel, short y camisa de Spiderman. Promedio de sesenta infantes disfrutaron el documental.

Fue increíble percatarnos del impacto que causó el largometraje durante la transmisión, pues cuatro niños dibujaron personajes de Kirokou, jirafas, el bebé llorón, árboles, casas y una sirena. Contentos nos mostraban las imágenes, también al maestro Luis, quien orgulloso los calificaba. Los demás espectadores reían a carcajadas en situaciones cómicas. Al concluir nos dirigimos a la cancha de baloncesto. La profesora Rosario, de 27 años de edad, apoyó en las actividades al aire libre. Jugamos y cantamos en tzotzil, trepamos un árbol, tomamos fotografías, las féminas locales tejieron cabelleras de las compañeras coreanas, japonesa y rusa; también hubo lectura de cuentos.

Las madres de los infantes siempre estuvieron cerca de sus hijos, no por desconfianza, sino porque la junta de mujeres que hicieron se prolongó muchas horas.
Teje de Oro tiene encanto. Es seguro que es la inocencia y entrega de su gente, también los responsables de difundir la enseñanza educativa y formación de vida. Abrir el corazón para instruir con amor, sembrar la semilla de igualdad y paz entre todos los ciudadanos es una labor incansable.
“¿Cuándo vuelven?”, preguntaron los estudiantes. Sólo nos limitamos a contestar: “Otro día, no lo sabemos”. Yo prometí regresar entre semana, antes de partir a Manzanillo, sólo para obsequiarles fotografías impresas y las conserven por años.

Los voluntarios comeremos mangos durante 2 semanas porque para los europeos es un lujo, en cambio los mexicanos podemos adquirirlos a 10 pesos la cubeta diminuta en el mercado y calles de San Cristóbal.
Valorar y preservar la riqueza natural de México, incluyendo su gente, es algo que todos los mexicanos deberíamos de aprender a hacer, pero a veces estamos tan ciegos, que ignoramos que compartir un poco de tu tiempo construye grandes cimientos en otros corazones.




Elsa I. González Cárdenas



Publicado En El Diario De Colima



El 26 de mayo de 2011














Manzanillo, Colima, México


















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