jueves, 21 de julio de 2011

El placer de comer

A”, en ayunas, suele comer polen en una cucharada pequeña con agua; “B” sale temprano de casa para ir a la escuela a estudiar sin haber desayunado; “C” le pedirá a un tramitador de la oficina que le traiga tacos tuxpeños para almorzar; “D” trata de cuidar su peso, un biónico es suficiente para comer y empezar el día; en cambio “E” no tiene problema con la comida siempre que tenga buen sabor, y “F”, que arribó del D.F. al puerto para presentar su libro de poemas, tenía muchas ganas de comer chilayo, ir a Comala a conocer el Pueblo Mágico y comprar ponche.

A” se sorprendió al saber que “F” quiere comer chilayo –caldo de cerdo con chile guajillo, picante, especias, hueso con tuétano y se sirve con arroz blanco–, desconocía que fuera un platillo típico de la región. Tenía la idea de que sólo son el pozole blanco, cebiche de pescado, la tuba y el tejuino que venden en la avenida México. “A” y “E” llevaron a “F” al “Camarón feliz” a comer mariscos. “F” estuvo dispuesta a probar lo que fuera, presumió de tener buen diente.

Para iniciar a degustar los platillos, pidió tacos de camarón, dedos de pescado y salpicón; “A” prefirió coctel de gorros con callo, y “F” comió camarones a la media diabla, sin faltar para cada uno cerveza oscura. Para “A” y “F” compartir alimentos ayuda a que los comensales se conozcan, intercambien diálogos, conversaciones profundas, o sólo por el simple acto de sugerir qué platillo comer lleva cierta complicidad en el deleite del paladar.

En los primeros minutos de la comida se entró en confianza. Poco a poco los temas de conversación fueron desnudando a la persona de “F”. Antes de concluir el postre, dos Carlotas y flan casero napolitano, se conocieron. Los estómagos de las letras estaban más que satisfechos, hartos. Al salir del restaurante, “A” se persignó en silencio para que el coctel no le cayera mal.

A las 8:30 de la noche, en el inicio de luna llena, “F” presentó con éxito su libro Tesauro, frente a un auditorio de abecedario y vocales. Ahí sólo bebió agua natural para refrescar la garganta. Al terminar de leer y contestar las preguntas de los asistentes, siguió la venta de libros que llevó a “F” a autografiarlos. “A” y “E” estaban contentos por la reacción favorable del alfabeto y las vocales. De antemano sabían que la lectura de los poemas no sería fácil por emplear significados de las palabras en un verso, sin embargo, el público la aceptó con facilidad.

Para agradecer y cerrar la noche, “A”, “E”, “F” y otras letras que se unieron fueron a cenar a la Pizzeria Napoly. Aunque el restaurante sigue con el aspecto tétrico, es el lugar favorito de “E”.

Quince minutos fueron suficientes para ponerse de acuerdo en decidir qué ordenar: pizza de anchoas, ensalada napoly –requesón, lechuga, jitomate, cebolla, piña en almíbar y aceite de olivo–, cerveza, vino tinto y espagueti a la bolognesa.

Antes de llegar los platillos fuertes, la botana que consistía en cacahuates, habas, garbanzos y frutas en vinagre junto con las bebidas alcohólicas, los entretuvieron por un rato. Cuando sirvieron la cena, una mezcla de olores se quedó en la mesa: el aroma del queso derretido, el puré de jitomate, la tostadura de la tortilla de pizza, la anchoa-pescado-, la carne molida sobre la pasta, el suave aroma del requesón perdido entre la lechuga, la uva y la cebada fermentada. La cena estuvo deliciosa.

El plan para el día siguiente de “A” y “F” consistía en visitar el Pueblo Mágico; desayunarían tal vez en Suchitlán y comerían en Comala, pero algo pasó en el estómago de “F” que le impidió estar dispuesta a partir. “A” se hizo muchas preguntas respecto a qué le había caído mal, supuso que el exceso de grasa en el queso de la pizza o los mariscos que por la tarde consumió debieron ser los culpables. “F” no le dio importancia al malestar estomacal. Juntos se fueron a desayunar fruta con yogurth en Cocolandia. Quien sabe comer bien tiene conocimiento que el yogurth y la papaya son alimentos laxantes, pero “F” a pesar de tener complexión rolliza, lo ignoraba. Las secuelas de mal comer fueron mantenerla en la cama más de 20 horas con retorcijones en el estómago. “F” al día siguiente se marchó al D.F., ya mejor de salud y sin probar chilayo ni llevar ponche de cacahuate.

“A” se encarga de decirles a “B”, “C” y “D” que cuiden su alimentacion porque las enfermedades entran por la boca; mientras “E” experimenta jugar con el melón en las líneas de la “H”.


Elsa I. Gonzalez Cardenas
Publicado en el Diario de Colima
El 22 de julio de 2011
Manzanillo, Colima, Mexico

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