jueves, 7 de julio de 2011

Se inunda la ciudad

Cid salió el viernes a las 9 de la noche del trabajo. Ella tenía la intención de ver a su novio. Para lograrlo debía trasladarse desde Miramar hasta la zona centro de Manzanillo, después ir a la central camionera, abordar un autobús y viajar 95 kilómetros por carretera.

Antes de partir llamó por teléfono a la estación de taxis. Un hombre del otro lado del auricular cuestionó hasta dónde la llevaría para saber si valdría la pena dar el servicio, y al conocer el destino de inmediato mandó la unidad 255 por la mujer.


En el día el cielo se pintó de gris y hubo lluvias moderadas e intensas. Nada de que preocuparse por el mal tiempo, además, Protección Civil no dio la alarma de peligro, bueno, al menos lo imaginaba porque no escuchó la radio, pero creyó en el aprendizaje nato que una porteña presume tener sobre el pronóstico del tiempo de que no pudiera pasar algo grave.

Diez minutos después el auto amarillo con franja negra se paró frente a la puerta. Cid ya lo esperaba en la calle, cubriéndola el paraguas; subió al carro, dio las buenas noches, el taxista le respondió el saludo. De ahí en adelante el hombre inició una conversación sin dejar hablar y decir frases en el nombre de Jesús. El conductor no parecía malo, tampoco se le percibía buena vibra. Ella no dudó en que fuera un nuevo cristiano de alguna religión protestante a punto de convertirse en buena persona.


“Señorita, nos vamos a ir por la autopista”, argumentó, en realidad no es autopista, pero por alguna razón nos atercamos a llamarle así.
“No hay problema, usted sabe el camino”, respondió.

A la misma distancia del Valle de las Garzas, en pleno camino, un aguacero cayó sobre ellos. Los automovilistas bajaron la velocidad de sus carros. Apenas había poca visibilidad para avanzar, no existía la forma para retroceder o hacerse a un lado mientras dejara de llover. El taxista decidió abandonar el asfalto y tomó el camino hacia la delegación del Valle: “Va a ser mejor por acá, señorita, más vale estar seguros que arriesgarnos”, dijo.

Sin embargo, la decisión fue errónea. En el Barrio 3, cerca de la llantera, el agua bajaba de las calles como río, se estancaba en la avenida principal Elías Zamora Verduzco; algunos coches que transitaban por ahí permanecieron quietos, otros marchaban con lentitud para evitar que el agua se metiera en los motores. Las aceras tenían más de 30 centímetros de profundidad, la lluvia no cesaba. El hombre paró la plática aburrida y sus frases en el nombre de Jesús para pronunciar lamentos sobre el aguacero: “Es que la tengo que dejar en su casa, ya me eché el compromiso y debo cumplirlo, si no ya estuviera de regreso”.

Tomó el radio negro con cordón de teléfono que colgaba cerca del estéreo y preguntó: “Compañeros, alguien sabe cómo está el Barrio 1 del Valle, tengo que pasar por ahí”. Una voz chillante, media burlesca, se escuchó: “Camarada, está un poco menos feo como suele ponerse”. Entonces el chofer optó por ir a la gasolinera cercana a esperar 10 minutos para que el río bajara su intensidad de fluidez. El tiempo transcurrió y el taxista cambió de parecer : “Nos vamos a ir por la autopista”.

En la autopista el carro transitó sin problema, bajó por el libramiento colindante a Tapeixtles rumbo al centro. Frente a la colonia Bellavista varios automóviles estaban parados en pleno boulevard. La lluvia arreciaba y se calmaba. El taxista retornó y vociferó : “Hasta aquí llego, no puedo avanzar, no me pague si quiere”.

Cid lamentó que el taxista la bajara del auto y recordó que la frase repetitiva que pronunciaba no era tan real en él, también comprendía que no tenía la culpa de las inundaciones de las calles de la ciudad.

Descendió del taxi y sólo le pagó 50 pesos, pues no tenía cambio. Por fortuna, la mujer se encontraba frente a una tienda de autoservicios donde encontró refugio y llamó a su cuñado para que fuera por ella.

Cid en todo el trayecto que hizo desde Miramar no vio a ningún personal de Tránsito y Vialidad, ni a funcionarios públicos auxiliando a una camioneta blanca que cayó a un hoyo por las inundaciones, sólo observó a ciudadanos preocupados por llegar a casa dentro de sus automoviles, a trabajadores caminar en sandalias o zapatos de vestir con impermeables y paraguas.

Una hora después, el cuñado y los sobrinos llegaron por ella en una camioneta Frontier.
Cid entristecio por no haber podido ir a ver al novio, pues considera que el verano es la mejor época del año, sólo que aquí, la ciudad se inunda.



Elsa I. Gonzalez Cardenas
Publicado en El Diario De Colima

El 07 de julio de 2011

Esta colaboracion pudiera tener algun cambio en alguna palabra.
Manzanillo, Colima, Mexico

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