jueves, 5 de enero de 2012

El negocio de la comida (primera parte)


DURANTE 9 años escuché a Laura llegar, gritar, pelear, reír y la miré cocinar. Se percibía el aroma de los chiles secos al asar, luego el run run de la licuadora cuando eran molidos para preparar salsa; la fragancia de la manteca de cerdo en el fuego para añadir más tarde los frijoles de la olla; ah, pero cuando hacía el chicharrón en salsa roja, una fragancia de animal muerto se expandía por todo el negocio; en cambio, la del pozole, era agradable, tan sólo imaginar al maíz blanco cociéndose dentro de la vasija de metal, mezclado con la carne y agua, hasta la vecina de la casa se asomaba para confirmar que ese día se vendería pozole. Los viernes se cocinaba cualquier platillo que incluyera pescado, ya sea cebiche acapulqueño o el colimote; filete empanizado, a la plancha o frito; salpicón u otras formas de preparación; de bebidas siempre se ofrecía agua fresca de frutas naturales, aunque a veces tenía que usar algún saborizante artificial y refresco de cola.El buen sazón de Laura lo percibió el tío Alfonso cuando él venía de Guadalajara en plan de trabajo. Se quedaba en su casa cuando ella aún vivía con sus padres. Para cenar, la sobrina hacía tortas y le quedaban tan bien que él siempre argumentaba: “Deberías dedicarte a la cocina”.La oportunidad de tener un negocio de comida se dio cuando los papás de Laura le prestaron la cochera de su casa para que hiciera del lugar un comedor, con el fin de que dejara de vender tacos en la esquina de una calle, pues lo hacía en compañía de sus hijos pequeños. Al garaje tenía que invertírsele dinero para acondicionarlo, y así se hizo con la ayuda de su hermana mayor; en ese tiempo se hicieron socias.Empezaron con sillas y mesas de plástico, utilizando el equipo de cocina de la mamá: estufa, utensilios para cocinar, refrigerador, servicio de agua, electricidad, teléfono y sistema de televisión por cable. Los clientes apenas se contaban con los dedos de la mano derecha. En la colonia Burócrata ya existía competencia con mejor ubicación, la cocina “Chiquillos” de una exempleada de la Aduana y otra más en la calle Constitución, a espaldas de la avenida Tte Azueta, sin contar con los negocios de fuera que le surten a la mayoría de agencias aduanales, API y empresas de gobierno.Laura y su hermana rompieron relaciones en menos de un año. La primera siguió con el trabajo, utilizando las mismas herramientas de trabajo, pero ya con más clientes. La publicidad que alguna vez se repartió a través de volantes no sirvió tanto como la que los mismos comensales hicieron de boca en boca.El negocio de la comida es tan noble, que de lo mismo que preparan para la venta pueden comer los dueños y empleados del establecimiento.La cochera nunca tuvo rótulo en la fachada del comedor, sólo le colgaba una placa de fierro con un anuncio de una compañía de refresco que aún permanece. En el interior, las paredes fueron pintadas en distintas ocasiones de colores blanco, azul, verde y naranja, con cenefas de flores. El dinero entró a manos llenas. Se contrató a dos ayudantes, luego nada más a una. Contadas eran las empleadas eficaces, pero tampoco podía exigírseles demasiado porque en esta área es de lamentar que de manera ilegal no se les dan las prestaciones de ley. Desfilaron varias mujeres, ayudantes de cocina, la mayor de todas con casi 60 años de edad; al concluir su día laboral, sin decir ni una palabra, no regresaba al siguiente, sino hasta unos meses posteriores, así lo hizo en tres ocasiones; otra fue muy puntual en su horario de entrada como de salida; no faltó aquella que renegaba por todo o la mujer que le gustaba calzar tacones altos por 7 horas. Laura abrió cuenta bancaria para que sus clientes empresas pudieran hacerle depósitos después de 15 días de financiamiento. Los hijos de la microempresaria asistieron a colegios. Después de varios años compró una mesa y parrillas de acero inoxidable, ollas, cazuelas, cucharas, vajillas, vasos, y además remodeló el garaje. Por fin se independizó de la cocina de su madre.A pesar de que el comedor no estaba a simple vista de la gente, los empleados de gobierno identificaron el lugar. Ellos pagaban en efectivo, ayudando a solventar las compras del menú que se prepararía para toda la semana. (Continuará)
Elsa I.Gonzalez Cardenas
Publicado en El Diario de Colima
El 05.01.12
Manzanillo, Colima, Mexico

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