jueves, 7 de junio de 2012

Buggy, la cachorra


La cuellera simula ser una isabeliana, es para que el animal no se muerda la pata.

 
El último día del mes, el termómetro marcó 32 grados centígrados, día en que Mariela salió de casa.
Ella lucía contenta, reflexiva, con pasos firmes al andar. En la travesía, el viento besó su mejilla y le susurró secretos; el cielo le dio un espectáculo de imágenes porteñas, estaba agradecida con la vida, quizá más ese día, 31 de mayo, por ser su cumpleaños.
Al arribar al crucero de San Pedrito escuchó un aullido largo, un llanto de queja y dolor. La mujer buscó con la mirada de dónde provenía el sonido, y a lo lejos vio, en la acera de enfrente, una fila de autos transitar, entre ellos un taxi. En pocos segundos se detuvieron sólo porque la luz roja del semáforo lo indicó. La temperatura había aumentado, el calor estaba intenso; bajo el metal amarillo, el cuerpo de una perra giraba lento; el ambiente en el crucero se tornó en una resignación hacia la muerte; el duelo apenas lo percibió la gente; una complicidad de asesinato invadió las conciencias de los transeúntes y automovilistas. Cuando el semáforo cambió a luz verde, la indiferencia permaneció, acababan de atropellar a una perra.

A Mariela la invadió un sentimiento de coraje y tristeza, sintió lástima al ver el reflejo de una sociedad fría e indiferente. Pensó en los hombres atropellados, abandonados en la carretera, se preguntó quiénes están ahí para auxiliarlos; después, imaginó al animal destripado en el asfalto. El can se levantó, corrió hasta subir medio cerro de San Pedrito para regresar a casa con sus dueños.
Mariela les preguntó a los vecinos del lugar si habían visto pasar a una perra blanca con manchas negras; ellos le dijeron dónde vivía; uno, muy amable, la acompañó a la dirección, y ahí la encontraron temblorosa, acostada en una escalera de cemento, esperando a los amos con el hueso expuesto de la pata izquierda, sangrando.

La familia de Buggy, el can, es una pareja muy joven, la chica de 15 y el hombre de 21 años. El esposo es guardia de seguridad; la mujer, ama de casa. El matrimonio no tenía dinero para solventar la atención médica de su mascota, por lo que Mariela se ofreció a pagarlos.

El vecino quien la acompañó, la dueña y la cumpleañera llevaron al cachorro de 5 meses de edad a la veterinaria. El médico la atendió de inmediato. Instruyó dejarla para darle atención; al principio creyó que era suficiente ponerle dos clavos, después se cercioró que no era posible recuperarle la pata, por lo que procedió a la amputación.

Por fortuna, el veterinario, Manolo Lau, al saber que Mariela no era la dueña de la perra, también quiso contribuir a la labor social, así que no cobró sus honorarios, sólo el material de curación y las varias bolsas de suero que le dio a Buggy durante 3 días de hospitalización.

El veterinario no sólo apoyó la acción de Mariela, sino a otro perro chihuahueño que había corrido con la misma suerte: ser atropellado en el boulevard sin contar con el auxilio del victimario. Por fortuna, una señora dio aviso a Silvia, una mujer que ama a los perros y tiene en su casa un refugio con más de 15 animales bajo su cuidado.

Cuando el veterinario estaba haciendo la receta con el nombre del antibiótico, Buggy se paró sobre la mesa de acero con sus tres patas, esa reacción fue buen augurio. Después se marcharon  agradecidos.
Al llegar a San Pedrito, antes de subir el cerro, la perra peló sus ojos negros y estiró las orejas, reconoció el territorio. En ningún momento lloró, al contrario, sabía que estaba enferma y que todo el dolor había sido parte de una curación.

Mariela creyó que era lo menos que podía hacer por la perra, sabía de antemano que si no actuaba el animal podría haber sufrido una infección, incluso ser expulsada de casa por enferma.
Contenta se despidió del matrimonio. Prometió regresar al día siguiente por la tarde con el medicamento. Así lo hizo, buscó en varias farmacias la solución inyectable, dicloxacilina, hasta encontrarla a buen precio, compró gasas, mertiolate, agua oxigenada, jeringas, cinta adhesiva y un polvo blanco para la herida en la espalda.


El cumpleaños de Mariela fue diferente, distinto al de otros años, no sólo sintió gratitud por tener un año más de vida, sino se dio cuenta de que tiene la dicha de dar un poco más de lo que tiene.


Elsa I. Gonzalez Cardenas
Publicado en el Diario de Colima
El 07 de junio de 2012
Manzanillo, Colima, Mexico

No hay comentarios:

Publicar un comentario