jueves, 28 de junio de 2012

Curiosidades en el Mercado 5 de mayo


En el Mercado 5 de mayo, la mayoría de los trabajadores que atienden las carnicerías, pescaderías y pollerías suelen ser las mismas encargadas de cobrar a los clientes, lo malo es que éstas no se lavan las manos después de haber fileteado las carnes ni tampoco antes de reanudar su labor. El mal hábito es tan común que lo hicieron costumbre, incluso teniendo a una persona en caja.



Casi todas las frutas y verduras que posan en los aparadores de las locales son traídas de la central de abastos de Guadalajara. Los productos que no están en las preferencias de los consumidores son las acelgas, espinacas, verdolagas, champiñones y berro. 



Es casi imposible conseguir estropajos de fibras naturales, y cuando los hay, son traídos de Guerrero, cuyo precio es de 40 pesos. 

Nico Santana




El señor que vende gelatinas de colores en la esquina en un triciclo de vitrina de vidrio, cuyo producto es hecho en envases de metal y se sirve en la palma de la mano sobre un trozo de papel, dice que tiene 44 años vendiendo, desde cuando existía el Mercado Reforma, ubicado en aquel entonces en la plaza comercial. 



A diario, a mediodía, pasa el recaudador del ayuntamiento municipal a cobrarles a los vendedores ambulantes el derecho de piso. La tarifa depende de los metros cuadrados utilizados y el giro del negocio, varía de 10 a 30 pesos; sin embargo, dicho cobro no funciona de manera equitativa para todos, bien puede pagar menos el vendedor de camarón que el que vende sandalias y calcetines chinos. En algún lugar del mercado, de manera clandestina se venden pericos.



Los domingos, un hombre viene de Armería sólo para comerciar escobas de palma y de varas, estas últimas no las venden en el mercado local.



La forma eficaz y rápida de comprar naranjas u otra fruta por parte del personal de comidas del segundo piso es mediante la ayuda de una cubeta plástica sujetada con un cordón. Desde arriba se le grita a la locataria: “Deme un kilo de naranjas”, y es arrojada con cuidado al proveedor; una vez hecho el pedido, concluye la compraventa.

No existe ningún otro acceso al segundo piso –área de comidas– para los ancianos y personas con capacidades especiales, a menos que sea por el elevador. Un comentario de un hombre postrado en silla de ruedas argumentó: “El elevador sigue descompuesto”; después, resignado, caminó hacia el edificio. El elevador lleva casi un año sin funcionar. El responsable de ponerlo en marcha es el oficial Mayor, Mario Morán, argumentó personal de la administración del inmueble. 



Don Jesús es la persona encargada de mantener limpio los pisos del mercado. A partir de las 6 de la mañana inicia su labor. Barre varias veces el frente de los locales de frutas y verduras con el fin de evitar que los clientes se resbalen, trapea sólo una vez al día y concluye a las 2 de la tarde. No tiene sueldo, su ganancia viene del pago que recibe de los comerciantes, puede ser de 10 a 30 pesos. A veces, al día se lleva a su casa 300 pesos y los domingos le va mejor.



El primer día de la semana un dúo de cantantes o más deleitan al público interpretando canciones y tocando un órgano en la segunda planta; los demás días, los discos compactos de todo género musical son escuchados a través de las bocinas. 



Más del 95 por ciento de clientes que realizan sus compras no llevan bolsas para el mandado, éstas utilizan bolsas plásticas que el mismo vendedor les da. Tanto jóvenes como adultos mayores creen que ellos tienen la obligación de darlas al momento de comprar.



Casi todos los taxistas que están en el sitio del mercado no tienen actitud de servicio. Cuando recogen pasaje afuera del mercado no se levantan de sus asientos para abrir la cajuela del automóvil o ayudar al cliente con su mandado.



En una de las entradas del inmueble, el escenario es parecido al de un jardín. Hombres y mujeres en senectud descansan en las bancas mirando pasar a la gente; una señora de piel blanca, rolliza, sin discreción vende números para el próximo sorteo de la bolita –juego de azar ilegal–; personajes que parecen indigentes no lo son; la joven cacahuatera cuida a su hija de 3 años de edad que juega a ser madre, paseando su muñeca en una carriola; el cerrajero siempre observa a la gente; el huarachero no logra hacer una venta antes del medio día; el cafetalero sabe que es redituable venderles café preparado a 10 pesos en una taza de unicel, mientras el grano puede esperar unas horas más, y el juego mecánico que está afuera la dulcería es muy solicitado por los infantes que acompañan a sus padres a las compras.


El Mercado 5 de mayo tiene un ambiente de cordialidad. Comprar ahí es ayudar al crecimiento económico de los locatarios, proveedores, productores, campesinos, transportistas, pero, sobre todo, ayudarnos a nosotros mismos, tratando de comer alimentos lo más frescos posibles. 





Elsa I. Gonzalez Cardenas
Publicado en el Diario de Colima
El 28 de junio de 2012
Manzanillo, Colima, Mexico 

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