jueves, 23 de agosto de 2012

Entre once y una treinta


MI amiga Ale dice que no me convendrá dar clases en la ciudad de Colima porque sacrificaría parte de la paga en el costo del pasaje –93 pesos en autobús, viaje sencillo.
El anuncio de la vacante fue difundido por internet: “Se solicitan profesores de Comercio Exterior con estudios en licenciatura o maestría; sueldo por hora”.

Le comenté a la amiga que la institución educativa tiene filial en Manzanillo, y quizá sería una buena oportunidad de que conocieran mi trabajo en la capital y después en el puerto.
 
La propuesta de entrevista por parte de la encargada de recursos humanos era al día siguiente. Acepté sin problema. Lo curioso fue saber en qué consistía. La dinámica indicada era hablar sobre el tema “Conceptos básicos de comercio exterior”, en el cual debía dar una introducción, desarrollo y conclusión. 

Sentí nervios por la instrucción de dar una clase muestra, también causó asombro al saber que se realizan ese tipo de exámenes a una persona que pretende instruir a estudiantes en algunas materias específicas, y en silencio no pude dejar de cuestionar si esta práctica es común en otras instituciones, aunque ya sabía la respuesta: no. 

Llegué al lugar convenido. Fui recibida con amabilidad por una licenciada, quien se presentó y me guió con otra. Las tres entramos a un salón vacío.



En el aula, el cañón no funcionaba con rapidez. Aproveché el tiempo para cuestionar las profesiones de las dos mujeres: una estudió pedagogía y la segunda administración turística. El fin era darme cuenta de sus perfiles e indagar qué tanto sabían de la materia a explicar.



La clase muestra duró 10 minutos. Recibí críticas de las entrevistadoras, comentarios muy buenos que ayudarán a futuro a mejorar las cátedras que deseo impartir. 



Confieso que nadie me instruyó a enseñar. Lo poco que sé lo he aprendido gracias a la observación hecha hacia mis maestros, profesores o tallerista, aunque para ser sinceros, los mejores maestros son los mismos estudiantes. 

Satisfecha, concluí el encuentro. Estaba tan contenta que surgieron unas inmensas ganas de ir a la Casa del Pintor a comprar macocel para retomar el grabado. Lo hice. Estaba alegre por el resultado de la evaluación.



A la una de la tarde, hice la parada a un conductor de taxi. El chofer resultó ser una mujer de cuarenta y tantos años. Según comentó que fue la primera chica taxista de la ciudad de Colima. Ella traía a bordo a un pasajero, a quien aproveché para hacerle plática.


Foto:  http://www.photaki.es/foto-persona-que-tenga-un-arandano_506735.htm 




La compañera de viaje se dirigía a la Central de los Rojos y yo a la foránea. Al cuestionarle a qué parte viajaría, contestó titubeante: “A Pueblo Juárez, Coquimatlán”. Continuamos intercambiando palabras hasta que se me ocurrió interrogar qué cosechan ahí. En seguida, cambió su semblante y respondió segura: “Arándanos. Hay una empresa chilena que cuenta con más o menos unas 30 hectáreas donde se cultivan arándanos. Antes, cuando estaba en el área de campo, comía a diario, pero ahora hago el aseo en las oficinas”. Fue maravilloso saber que ese fruto delicioso lo produzcan tierras colimenses. 



Minutos después, arribamos al parador de la Central de los Rojos. Ella bajó del taxi y nos despedimos, deseándonos buen camino. 



Durante el viaje, la taxista y yo conversábamos sobre altas temperaturas atmosféricas de todo el país, cuando el conductor de adelante, de repente detuvo su automóvil. La prestadora del servicio público me advirtió que lo hizo por la presencia de un perro acostado en plena calle. En efecto, se trataba de un cachorro, pero no acostado por placer, sino por estar lastimado. El hocico del animal sangraba, el cuerpo temblaba, sus ojos reflejaban tristeza y pedían auxilio. El conductor de adelante resultó ser una señora que descendió acompañada de una adolescente. La mujer tomó al animal con sumo cuidado, lo trasladó a una orilla, cerca a una banqueta. Desde el taxi la vi, pero no pude resistir que lo dejara ahí. Le propuse que no lo abandonara, que sería mejor llevarlo a una veterinaria, pues yo estaba dispuesta a cooperar con el gasto –cosa que no hice–. Algo pasó, porque accedió. Abrió la cajuela, saco periódico para colocarlo en el asiento trasero de su automóvil y se llevó al cachorro. 



Entre once y una treinta de la tarde pasan cosas interesantes, pero, sobre todo, lecciones de vida.

Regresé a casa feliz de mi visita express a la capital. 




Elsa I. Gonzalez Cardenas
Publicado en el Diario de Colima 
El 23 de agosto de 2012
Manzanillo, Colima, Mexico

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