jueves, 30 de agosto de 2012

Entre vecinos


I

las 7 de la mañana inicia el tun tun de los mangos. El sonido es distinto al que se produce al caer un fruto desde 5 metros de altura. El responsable es el vecino que tengo a espaldas de la casa donde vivo, un hombre canoso, de barriga abundante, con 60 y tantos años de edad, y tiene el afán de arrojarlos tras la barda alta de concreto que nos limita. Lo malo es que se magullan, la cáscara abierta entra en contacto con la tierra y así no es muy conveniente comerlos. Lo bueno es contar con la presencia de abejas, hormigas y caracoles ansiosos por disfrutarlos.
Mientras él se toma la molestia de agacharse para tomar mangos, aventarlos al aire para que caigan en mi territorio, suelo juntar los que tienen la cáscara abierta para pelarlos, casi en su totalidad, y ofrecérselos a las abejas.

II

En la esquina de la casa, hace varios años, durante mi infancia, doña Rosa tenía una tienda de abarrotes: “Miscelánea Tita”. Ahí solíamos comprar alimentos y dulces. Debí estar demasiado pequeña para no recordar la fecha de su muerte. La tienda desapareció. Años más tarde, una de sus hijas construyó la segunda planta, convirtiéndola en una agencia de seguros de vida. Por cuestiones del destino, mandó a hacer donde era la tienda –planta baja– un altar a la Virgen María en la pared. Vino un escultor a realizar el trabajo que ella misma vio de su último viaje a Roma –según cuentan–.
Cada día festivo religioso, el de la madre, los primeros días de diciembre o novenario por la muerte de algún vecino, era celebrado frente al altar, en la capilla de la colonia Burócrata, pero por circunstancias desconocidas, a los pocos años, la hija de doña Tita se convierte en protestante. 
La obra bien lograda del escultor tuvo que ser destruida. Las misas oficiadas por los padres católicos jamás fueron reanudadas.

III

Chico Malo fue el personaje más famoso del puerto, al menos en la zona centro. Éste era un hombre delgado, de piel canela y alcohólico. 
Cuando un infante se portaba mal o no obedecía las órdenes de su madre, la costumbre no era decir “el Coco te llevará”, sino, “te va a llevar el Chico Malo”.
Chico Malo rodaba por las calles del puerto ahogado en alcohol. Vivía en una de las aceras de la colonia. Nunca se le acusó de hacer daño a alguien. Su vicio lo adelantó a la muerte. 

IV

Después de su fallecimiento supe su apodo: Juana Patos. Para mí era la “loca”. La mujer solía apedrear a su hija para regañarla. Su hija era mi amiga de la infancia, con quien jugaba a andar en bicicleta o a las canicas. Cuando su madre la llamaba a las 9 de la noche para cerrar la casa e irse a dormir, ésta no hacía caso, entonces la mujer descargaba su furia o infelicidad cogiendo piedras, las aventaba a la cabeza y en la espalda de la chiquilla, mientras ésta gritaba llorando: “No me pegues”.
Desconozco quién la bautizó con el alias Patos, lo único que sé es que cada temporada de lluvias nacían charcos enormes en la cuadra, entonces los pequeños aprovechábamos para bañarnos en ellos sin importar que al día siguiente tuviésemos ronchas en la piel; también hacían lo mismo los patos de la señora mala. Las aves blancas salían enfiladas con sus críos a refrescarse en el agua sucia.

V

Rueda, Sosa y Zepeda son políticos que vivieron en la colonia por algún tiempo o gran parte de su vida. 
Sólo me tocó ver al último en su casa. He sabido de él y de los otros a través de la propaganda, pero ninguno de ellos ha regresado como ciudadano común a cuestionar si las pocas familias que siguen habitando la manzana requieren gestión para mejorar el aspecto de la misma, o necesitan algo, mas sí acostumbran arribar en ciclos electorales y argumentar que ahí vivieron, para contar con votos a su favor.

VI

Doña Micaela, una mujer de rancho, estatura baja y sentimientos bellos, pese a que su marido, al llegar a casa borracho, la golpeaba –cuenta mi madre– cada vez que horneaba unas galletas, empanadas o preparaba un platillo que le quedaba delicioso, lo compartía con mamá y ella con nosotros para probarlas. 
Micaela fue la mujer que plantó dos almendros y un tabachín bajo la banqueta de la casa que rentaba, y en el patio una palmera, limón, mango, tés, especias y hasta crió pollos y patos en una casa con terreno promedio de 240 metros cuadrados. Por cierto, los árboles viven y sobre sus ramas aves con frutos.
La eché de menos después de su partida, pues con ella aprendí a jugar barajas, a saber que algunas mujeres se sacan las canas con unas pinzas, a ver cómo matan a las gallinas, pero, sobre todo, me instruyó a que la convivencia entre vecinos debe fomentarse. 





Elsa I. Gonzalez Cardenas
Publicado en el Diario de Colima
El 30 de agosto de 2012 

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