jueves, 6 de enero de 2011

Crucero Carnival


A las 7 de la noche se escuchan tres pitidos gruesos, tres agudos, del Carnival Spirit. La nave vira su popa a la derecha, la proa quieta espera en el muelle mientras el gigantesco cuerpo de acero se alinea. Lento avanza hacia el canal de San Pedrito, los pasajeros en cubierta alzan sus brazos, gritan, chiflan, eufóricos adioses, las señas son correspondidas por los espectadores en tierra.




Valeria sueña navegar en un crucero de solteros; el hombre con over all y cintas fosforescentes imagina regalarse la luna de miel que no tuvo; el niño desea ser capitán cuando sea grande; el abuelo recuerda su juventud de marino; la pareja de enamorados no para de besarse. Lento desaparece del mar. El Carnival Spirit deja sueños en las orillas de la ciudad.

A Juan se le hizo raro no ver ningún crucero en el muelle el último día del año. Le cuestionó a Karina el por qué, ésta argumentó que las naves regularmente zarpan a las 7 de la noche, quizá arribó uno e ignoraron el zarpe. Él no quedó tan convencido con la respuesta.

Al día siguiente revisa el periódico por internet, lee una nota del 5 de diciembre, Alfredo Quiles, corresponsal de El Universal: “Arriba el último crucero Carnival a Manzanillo: es posible que la empresa Carnival deje de contemplar al puerto de Manzanillo entre sus rutas para el próximo año, una vez que ha anunciado la reestructuración de las mismas. El secretario de Turismo, Fernando Morán Rodríguez, dio a conocer que entre el 80 y 85 por ciento de los cruceristas visitan la ciudad de Manzanillo, dejan una derrama económica de 15 mil dólares aproximadamente por navío”.

Juan empieza a hacer cuentas: si la derrama económica, según menciona la nota periodística, es de 15 mil dólares por navío y este último traía a 2 mil 385 cruceristas, quiere decir que cada uno gastó promedio de 6.29 dólares, en pesos mexicanos serían más o menos 81 pesos con 76 centavos, cantidad poco considerada de lo que suele gastar el turista mexicano.

Según la lógica, no es loable ver esos números reflejados en las cuentas bancarias de los comerciantes o tal vez exista otra explicación en la cifra de la derrama económica. También lamentó lo que el municipio pudo mejorar en su imagen y no lo hizo: pintar y mantener limpios los pasillos de los portales, lavar el andén hasta quitar los malos olores del Paseo Espíritu Santo y el malecón de San Pedrito, mismo espacio podría ser utilizado para el uso de bicitaxis; impartir previamente talleres artesanales a los porteños con el fin de ofrecer sus productos en un tianguis colindante al muelle y permanecer sólo el día del arribo del barco o venderlos en locales; descongestionar el tránsito de la zona centro para que el turista pudiera caminar o pasear en silla de ruedas, despreocupadamente; aprovechar a los músicos, cantantes, bailarines, cirqueros del Instituto de Cultura, para recibir al turista con espectáculos; retomar dar la bienvenida con mariachi o batucada, fomentar las actividades donde el crucerista pueda conocer el puerto y al mismo tiempo divertirse. Subir el Cerro de La Cruz, Del Toro, ir a las playas a pasear, nadar, instruirlos a hacer esculturas de arena, darles a degustar platillos y bebidas típicas del estado –tuba, tejuino y tepache–; mostrarles el iguanario en la Unidad Padre Hidalgo –cuando el canal esté desazolvado–, o darles a conocer la existencia del museo de La Perversidad.

Juan piensa que las personas dedicadas al turismo, público en general, sin olvidar a los estudiantes de escuelas especialistas en el área, tienen ideas interesantes por compartir con la Secretaría de Turismo, cuyo único propósito debería ser “aspirar a ser buenos anfitriones” para el visitante extranjero y nacional. Sólo es cuestión de voluntad y trabajo conjunto.

En cambio Karina tiene la idea de que Manzanillo es un lugar feo y sucio, sin actitud de servicio, cree que no basta traer al puerto turismo internacional si no existen cambios dentro. El extranjero que tiene dinero consume en restaurantes, sale de la ciudad, renta villas o cuartos de hotel de cinco estrellas, quiere tranquilidad y no escatima en gastar, lo único que desea es un buen trato para regresar.

Juan cierra la página del periódico y recuerda las clases que le impartía su catedrático, el arquitecto Morán, en la preparatoria No. 8, quien siempre le inculcó estética en los trabajos de escuela, sólo que con los años ha olvidado empezar desde casa.


Elsa I.González Cárdenas
Publicado en el Diario de Colima
Manzanillo, Colima
06 de enero de 2010

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