jueves, 10 de enero de 2013

Morir y vivir

                                                                                    Para quienes han perdido un ser querido. 


Brosla bajó la bolsa del mandado de la mano izquierda, al escuchar el timbre del teléfono móvil. Un mensaje de texto había llegado. Sacó el celular del pantalón, leyó en la pantalla: “nuevo mensaje”, revisó el nombre del remitente, era de Sergio, su amigo. Contenta, se apresuró para darle lectura; una mala noticia: la madre de él había fallecido, por lo que pedía hacer oración para su eterno descanso. En ese momento, no pudo contestar, el hecho la sorprendió.



Hacía menos de 10 días que la señora se encontraba mejor de salud, para después recaer. Ya había recobrado los ánimos de contestar las llamadas telefónicas o  marcarles a sus familiares y conversar.



Pronto se le vino a la mente la imagen de la mujer viva, sentada en una silla de ruedas y a los costados, sus dos hijos, cargándola  bajando del cerro para llevarla a una cita médica o a urgencias a la clínica del ISSSTE. 



Cuando solía cuestionarle al amigo sobre el estado de salud de su madre, él con disimulo aminoraba la gravedad; en cambio, el rostro, expresaba la realidad. El fin de año, el amigo la pasó en el hospital, cuidándola. 


Ayer, Brosla recibe una llamada telefónica de su pareja. Nota su tono de voz, pausado y triste. Al cuestionarle la razón, él justifica la ausencia que habrá entre ellos por un tiempo, no se siente bien, falleció una compañera de trabajo. Quería ser breve en su conversación, no pudo, no con ella, porque antes que todo, son amigos. Explicó que fue por un accidente automovilístico cuando se dirigía al trabajo, debió ser por la demora, recalcó. Llegó al hospital consciente, a las pocas horas partió. Brosla lo escuchó en silencio, deseó abrazarlo muy fuerte, pero la distancia y el momento no fueron oportunos, no cuando la otra persona prefiere la soledad. Ella lo entiende. Qué podría decirle a un hombre que perdió a su padre y hermano.




Dulce es una joven con descendencia oaxaqueña, amiga de Brosla. Se conocieron en el trabajo. Es una chica especial, sabe manejar sus energías de una manera sobrenatural. Bruja, al fin de cuentas. Ésta solía decir que jamás se casaría, no después de haber vivido una mala experiencia con su prometido, y que tampoco tendría hijos. Lo segundo llegó más pronto, aunque nunca estuvo embarazada, se hizo cargo de sus tres sobrinos luego de haber muerto su hermana. Tres en paquete, bromeaba Brosla.
Ahora, ella cuenta que la difunta no deja de visitar la casa de sus padres. Lo sabe porque la ha visto sentada en su cama. 



Hace más de 6 años, Óscar, el padre de Brosla, ha estado a punto de morir. La buena madera de que está hecho, las ganas de vivir, los cuidados de la esposa y la voluntad de las deidades lo mantienen vivo, vivo con enfermedades relativas de la vejez y los abusos en la juventud. A la hija le da risa el ver los rostros de sorpresa del desconocido al verlo quieto sobre una silla rodante. Hacen gestos de pena; lo irónico es que ellos abandonan el cuerpo, antes que Óscar. 



La vida y la muerte son amigas inseparables, están ahí, jugando a retarse. A veces gana una y pierde la otra. 

Al momento en que nace un ser humano, está sentenciado a morir. Entonces, ¿por qué lloramos? ¿Por qué queremos seguir vivos sin trascender? ¿Quién más se da cuenta, aparte de la catrina, de que el alma ha dejado el cuerpo? Habemos tantos en la tierra. Uno menos; no importa al desconocido; sí a la familia y a los seres queridos. Se dice que existen tres tipos de personas: quien nace para formar una familia, quien lucha por sí para salir adelante, y quien vive para servir a la sociedad. 



Anwar, amigo de Brosla, tiene la teoría de que cada individuo elige la forma en que morirá. No es una verdad absoluta. La madre de él vivía de prisa, estaba de un lugar a otro, no se quedaba quieta. Una tarde, salió en su automóvil a la carretera, y en cuestión de segundos, se accidentó en su país natal. El poeta César Vallejo profetizó su muerte en un poema: “Me moriré en París con aguacero,/ un día del cual tengo ya el recuerdo./ Me moriré en París/ -y no me corro-/ tal vez un jueves, como hoy,/ de otoño”. Y así sucedió. Jaime Sabines en un poema expresa: “Morir es retirarse,/ hacerse a un lado,/ ocultarse un momento,/ estarse quieto,/ pasar el aire de una orilla a nado,/ y estar en todas partes en secreto./ Morir es olvidar y ser olvidado!”.


Muramos, pues, cuando estemos lo suficientemente vivos. 


Elsa I. Gonzalez Cardenas
Publicado en el Diario de Colima
El 10 de enero de 2013
Este texto pudo sufrir algunas modificaciones
Manzanillo, Colima,Mex. 

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