sábado, 5 de octubre de 2013

Tiendas chatarras


¿Se ha preguntado alguna vez por qué la gente compra en las tiendas de autoservicio que vinieron al estado de Colima a apoderarse de las esquinas de las calles, equipadas con aire acondicionado?, o ¿qué es lo que más compran los clientes a determinada hora del día?

Habrá quienes jamás se hacen esas cuestiones, sólo suelen visitar los establecimientos, sin fijarse en otra cosa que no sean los productos que llevarán; sin embargo, existen personas que no tienen nada productivo qué hacer y se la pasan observando todo lo que pueden. Este es el caso de Misael, un hombre de 40 años, criado en un rancho de Jalisco, se ejercita en un gimnasio cercano a su casa. Él tiene la costumbre de estar siempre observando a la gente. Cuando se ejercita, ve con disimulo a los compañeros. Mira cómo visten, qué platican y cómo se comportan. Al parecer, nadie se percata de eso, o tal vez si lo hacen, no les incomoda.

El lunes, 20 minutos antes de las 7 de la mañana, Misael va a la tienda de la esquina con la intención de adquirir un relleno de café –antes de entrar a dar clases–; ve el número de clientes haciendo fila frente a la dependiente que se encuentra cobrando.

El tiempo perdido que imagina por ser atendido, lo hace cambiar de opinión. Aparte, de antemano sabe que el café de ahí, aunque tenga buen sabor, no es tan rico como el de casa, además no es nada recomendable tomarlo en ayunas. Opta por sentarse en una silla metálica de la tienda, donde los compradores pueden ingerir sus alimentos de manera cómoda.

En la tranquilidad, fija su atención en la niña de a lado, que al parecer la acompaña su madre, una mujer de tez blanca, rostro con facciones bonitas y de cuerpo rollizo. La niña conversa con ella de cosas importantes, pues la postura de la hija es de suma seriedad. La señora cuestiona si le gustó el desayuno del viernes –hamburguesa–, mientras la segunda absorbe el líquido café con un popote; no hay ruido en el envase tetrapack. La niña deja su bebida y coge un paquete de galletas. La plática continúa entre las dos. En la tienda, los anuncios “Empuja y jale” de la puerta son tocados por muchas manos. A unos cuantos metros del local hay una secundaria, la 3, para ser exactos, mejor conocida como La Pesquera. Decenas de adolescentes entran y salen de la tienda en busca de golosinas, galletas, cafés fríos, raspados, refrescos y botanas.

Misael pensó en la excelente ubicación de la tienda. Dedujo que ésta arrojaría grandes ganancias monetarias. También se dio cuenta de la gran cantidad de productos chatarra que están adquiriendo las nuevas generaciones, esto gracias al fomento permitido por los Gobiernos Federal y Estatal de la comida basura.

En cuanto el reloj, avanzaba las manecillas del minutero para dar las 7 y el negocio se convirtió en un parque de diversiones. Aunado al ser el punto estratégico para los peatones: parada de camiones, jóvenes y adultos entraban y salían para comprar cigarros, chicles o cualquier cosa que pudieran faltarles.

La madre y la hija se marcharon. La menor se dirigió a la escuela, y la otra caminó rumbo a su trabajo.

Misael sacó del portafolio que cargaba papeles inservibles, comprobantes de pago y un bolígrafo a punto de acabársele la tinta. Los juntó con sus manos y se dirigió al cesto de basura. El bote de aproximadamente un metro de altura era el único para todos los clientes. El hombre se cuestionó por qué no colocaban recipientes con clasificación para desechos: plásticos, latas, vidrios y diversos. No supo la respuesta. Delante del cesto, abrió la palma de sus manos en la ranura del bote, dejando caer los papeles. Regresó a su lugar, surgiendo de nuevo la inquietud de beber café. Mientras decidía, recordó lo que maneja la competencia en la ciudad de Guadalajara, cuyo nombre es el número siete en inglés. Oferta: tés de distintos sabores en sobres, la promoción de adquirir un vaso térmico o de plástico para el relleno del líquido, en lugar de utilizar un desechable, llevándote de regalo siete rellenos gratis.

A Misael se le hacía tarde. Cinco minutos antes de la hora de clase, toca el rótulo “empuje”, sale del establecimiento y al mismo tiempo persigna en silencio a todos los clientes que desconocen lo que en verdad están comiendo: volumen.





Elsa I. Gonzalez Cardenas
Publicado en el Diario de Colima
El 03 de octubre de 2013
Manzanillo, Colima, Mexico

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