viernes, 8 de agosto de 2014

Descuido


Diana voltea la muñeca derecha de su mano, mira la callosidad amarillenta bajo sus dedos. Sonriente recuerda haber desmontado a las 11 de la noche, la semana anterior, con un azadón, el patio externo de su casa. Cree haberse ahorrado por lo menos 300 pesos, contando el patio interior. También hace el esfuerzo por recordar comprar una lámpara pequeña para aluzar su andar, al salir de trabajar. “Uno nunca sabe. Las mujeres debemos de tener cuidado, no vaya a ser que suceda algo inesperado”, agregó Diana.

En la avenida Manzanillo, un poco después del fraccionamiento La Joya I, y antes de Valle Alto, en Santiago, Colima, existe un área de lotes baldíos, pertenecientes a la Marina de México. Los terrenos están descuidados, tienen maleza larga que impide transitar con seguridad al peatón. Su escasa y ligera banqueta apenas se alcanza a ver al paso de los automóviles, cuando los faros iluminan el asfalto. Mujeres con ropa deportiva caminan por ahí, antes de las 7 de la mañana.

El andén está oscuro y sin continuidad. La tierra y plantas silvestres se adueñan del gran pasillo, a orillas de la carretera. Enfrente, el camino está alumbrado con una luz tenue que sale de las casas. Más adelante, casi al llegar a una plaza comercial en construcción, aparece la hierba con un metro de altura. Es hasta arribar a la gasolinera o una tienda de autoservicios cuando los ojos del caminante pueden ver sin problema.

Algo parecido ocurre en la avenida Teniente Azueta, de la colonia Burócrata, en plena obra de construcción del distribuidor vial. A las 6 de la mañana, trabajadores del puerto pasan por la calle, vestidos de jornaleros; en su mayoría, hombres y unas cuantas mujeres. Las pocas luminarias están al principio, al otro extremo del ex camellón, pero en medio, entre el inmueble de lo que antes fue el Centro de Salud y un súper, la soledad y dos murciélagos están presentes.

Diana no sólo tiene que apresurar sus pasos para llegar al parador de San Pedrito, antes de que el tren pase a las 6 de la mañana, sino no alcanzará a llegar a tiempo al trabajo. El lunes no alcanzó a llegar al parabús, en la espera de que el tren pasara, se quedó platicando con un empleado de Ferrocarriles Mexicanos.

“Si al menos Ferromex pusiera una programación de horarios donde indique a qué hora pasará el tren, seguro los ciudadanos no tendríamos tanto problema en perder muchos minutos de nuestras vidas, esperando su tránsito”, argumentó Diana.

“Existe una ventanilla de información. Nosotros la tenemos. De hecho, el tren no estaba programado para pasar hoy a las 6 de la mañana. Muchas veces el carro metálico con sus vagones se regresa como ahora, porque los rayos gamma no leyeron bien los contenedores”, vociferó la voz masculina.

“¿Cómo es eso?”, cuestionó ella. “Sí, suele suceder debido a la gran rotación que existe en el personal de la caseta. Algo les falla. No sé, pero los contenedores no leen bien los rayos gamma. Es común cuando los dependientes son nuevos”. “Entonces quiere decir que no sólo nos roba tiempo a nosotros, los peatones, sino a ustedes, combustible y doble trabajo”. “Exacto”, contestó. “Eso está mal”.

Al concluir el movimiento del tren, decenas de personas pisaban la graba y tierra del crucero. Una mujer se resbaló, cayó al suelo. Las piedras y la arena son un peligro bajo las suelas de los zapatos. Sus compañeras la levantaron en seguida.

Es verdad que cada empleado tiene su función, tanto el que trabaja en oficina como el que labora en las aceras coordinando el tráfico de vehículos; sin embargo, es usual ver a cuatro integrantes del Tránsito y Vialidad, trabajadores de la constructora, guiando a los automovilistas y caminantes en el tramo de San Pedrito. En algunas ocasiones podrían mostrar la sencillez, desempeñar una labora extra sin percepción de sueldo: barrer las calles.

Es irónico que en esa zona aún se encuentre el DIF de Manzanillo, espacio donde los ancianos, personas con capacidades diferentes lo frecuentan para pedir algún apoyo, realización de terapias o trámites; ciudadanos que requieren mayor atención. Es lamentable que sus condiciones físicas no sean suficientes para concientizar a quienes dieron el banderazo para hacer posible el proyecto del túnel ferroviario.

Las manos de Diana sudan. Va al baño, las moja y seca con una toalla mediana. Se pone sus guantes y empieza a hacer calentamientos de espalda; hará ejercicio. A ella no le importa tener las manos callosas, siempre y cuando sean rastros de ser manos trabajadoras.




Elsa I.González Cárdenas
Publicado el 7 de agosto de 2014
En el Diario de Colima
Manzanillo,  Colima, México

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