viernes, 8 de agosto de 2014

En la clínica


“NO se preocupe, es un pinche dedo. Si tienen que cortar, que lo corten”. “Salgan de aquí. Tienen 5 minutos. Por favor, llámenle al administrador”. “No, papá, estás hospitalizado, y las personas que hablan son familiares del paciente vecino”.


Llega el guardia de seguridad al cuarto de las camas 12 a la 14: “No se permite comer aquí, además, sólo puede permanecer una persona. ¿Usted se va a quedar?”; “No, porque hasta mañana lo operan”.



Vine a la clínica a realizar la guardia de mi padre, pues relevo a mi hermana que hoy cumple 47 años de edad. Cuando llegué, la encontré sentada en la silla de metal, abrigada con una sudadera verde, leyendo la Biblia; a papá, postrado en la camilla número 13, su mano derecha permanecía amarrada de una venda junto al barandal de acero.



La demencia senil lo pone agresivo. Dice sandeces, ordena a quien se le ponga en frente, inventa historias fantasiosas, corre a la gente, come poco y no quiere tomarse las pastillas, pues cree que tratan de envenenarlo.



Ring, ring, suena el teléfono celular. El vecino de la cama 12 contesta; pasan varios minutos. Al otro lado del auricular alguien le cuestiona su estado de salud, él responde no pasar nada y cuelga. No para de hablar con los tres visitantes nocturnos; al extremo de la clínica se escuchan voces de los enfermeros, contiguo a la ventana del cuarto, unas gotas de agua caen.



Del hombre convaleciente que ahora se pellizca la mejilla heredé la inteligencia, el mal carácter, la firmeza de tener palabra y la honestidad.



Los últimos 10 años hemos visitado hospitales en Manzanillo, Colima y Guadalajara, para tratar los padecimientos de mi padre. Primero inició convaleciente por el rompimiento de una úlcera gástrica; siguió la tuberculosis que le dejó vértebras destrozadas; luego su operación para colocarle soporte en la espalda; después las cataratas, leucoma, demencia senil y diabetes; las últimas dos enfermedades son las más desgastantes para la familia y pesadas para él, supongo.



Papá es un anciano muy fuerte, no sólo de carácter, también de cuerpo. Basta saber que entre tres hombres vestidos de blanco no pueden tranquilizarlo dentro del área de Urgencias, en la clínica del ISSSTE; avienta patadas y manotazos, pese a su ceguera.



La primera vez me tocó ver la imagen poniendo resistencia a la atención médica, los enfermeros tuvieron que atarlo de las extremidades. Fue horrible.



Así es esto. La vida da, y también quita. Hay abundancia, escasez, movimiento, inmovilidad, alegría, tristeza. La paradoja de la bendita vida.



Se marchó la visita del paciente 12. Los familiares algunas veces descuidan a sus enfermos, pues los internan y desaparecen antes de medianoche, como si no supieran que la gravedad de la salud sucede después de las 11.



Comienzo a tener sueño. Doce horas de trabajo, haber hecho ejercicio y dormir un promedio de 5 horas diarias, cansa. Aproveché la camilla 14 que estaba vacía para dormitar, aunque el aire acondicionado enfrió mis pantorrillas. Realicé la misma táctica que hago cuando estoy de guardia en el nosocomio. Con la pena, me paré sobre la silla, tomé papel para secar las manos y tapé las rendijas de la ventilación.



Se escuchan fuertes ronquidos:



-¿Quién anda ahí, quién es?



-Papá, es el paciente de lado, está roncando. Ya duérmete, son las 11 de la noche.



-No tengo sueño. Duérmete tú.



A la una de la mañana, despierto. Miro al hombre que me crió, tiene los ojos abiertos. Permanece en vigilia. Cuida el espacio que cree ser de su responsabilidad. Años atrás vestía de policía, era celador de la Aduana marítima.



A las 3:06 de la mañana busqué el rostro de mi padre. Seguía despierto. El diazepam sólo le hizo efecto 30 minutos, tiempo en que aprovechó la enfermera y yo en medicarlo sin problema, ella vía intravenosa, y yo poniéndole la pastilla efervescente bajo la lengua.



Papá es de buena madera, sólo que no la cuidó como debiese. Él y muchos enfermos que están en los hospitales padecen de diabetes.



En la clínica del ISSSTE, Delegación Manzanillo, la atención de todo el personal es muy buena, aun así es importante cuidar la salud para evitar estar postrado en una camilla.



-Papá, ya me voy, descansa bien, coopera para que pronto nos vayamos a casa.



El domingo por la mañana, arribó mi relevo. Salí de la clínica detestando más a los refrescos de cola que la mayoría de los mexicanos beben, así como a los productos chatarra y al mal gobierno que poco le importa la salud de su pueblo, permitiendo la venta de infinidad de cosas dañinas para el cuerpo.



Elsa I. González Cárdenas
Publicado en el Diario de Colima
El 24 de julio de 2014
Manzanillo, Colima, México 

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