jueves, 21 de agosto de 2014

Tía Chavela


                                                                                                                    Hasta pronto, tía Chavela

Tía Chavela, horas antes de enterarme de tu muerte, había salido a pasear bajo la lluvia, hice al amor con Agosto.
 
A las 8 de la noche del día anterior, las calles de Manzanillo estaban inundadas. El arroyo de Santiago paseaba por sus caminos de antaño, los automovilistas transitaban con precaución, los peatones cruzaban cautelosos las aceras llenas de agua, y los comerciantes esperaban tregua de la lluvia.
Me hubiese gustado verla antes de partir. No estuvo en mis manos, aunque sí está en mi corazón. Estoy segura que usted me conoció bien, tanto que se atrevió a aconsejar en asuntos del amor.
Isabel, en su juventud, era una mujer alta, robusta, de cara bonita, alegre y muy trabajadora. Ella junto con su esposo, sacaron adelante a siete hijos, entre ellos dos cuates.
 
El tío, un hombre dedicado y responsable, tenía la labor de ser agente de ventas. Vendía muebles en los alrededores de Jalisco y Colima. Antes poseía una tapicería que con los años convirtieron sus hijos en estacionamiento céntrico en la ciudad de Guadalajara. Cada año era común que la familia González recibiera visitas familiares, a veces el fin de año y otras en verano.
La barranca Huentitán y el planetario eran lugares comunes para los visitantes de Manzanillo, México y Monterrey, incluso el marido de la tía compró un terreno contiguo a los acantilados para construir su casa. Por eso, en la madrugada, en el segundo piso puede escucharse el rugir de los leones.
Fue una señora dedicada al hogar, esposo e hijos. En los tiempos de austeridad, pintaba casas ajenas y hacía pasteles para vender. Tenía buen gusto por la decoración de interiores, gusto que heredó uno de sus hijos que se convirtió en ingeniero civil y los cuates en arquitectos.
 
La tía Chavela contaba que en su niñez era muy pobre, porque provenía de una familia numerosa, y sus padres no tenían dinero para comprarles juguetes, mucho menos muñecas a las niñas. Cuando creció, tuvo la oportunidad de trabajar mucho, formar un hogar, educar a los hijos; éstos crecieron y uno emigró a Estados Unidos, tiempo que aprovechó para ir a visitarlo.
En sus viajes, adquirió poco a poco todo tipo de muñecas. Muñecas de porcelana, de plástico, adornos de Navidad, juguetes electrónicos de aparador y un sinfín de curiosidades lindas que suelen verse en las tiendas de las plazas comerciales. Cada año, la casa de los González se vestía de Navidad, y todos los días, la sala mostraba, a través del cristal de las vitrinas, nuevas novedades: teléfono de Mickey Mouse y Santa Claus haciendo tal cosa; hadas, manteles, cubiertos, toallas, cosas inimaginables.
 
Cuando su cuñado y esposa iban a visitarlos en compañía de sus hijos, eran bien recibidos. Por supuesto, el hermano, el compadre era consciente y de alguna forma compensaba el gasto de la casa por tenerlos de inquilinos. En los desayunos, comidas y cenas nunca faltó alimento en la mesa. Eso a los González les agrada en absoluto. Aunque al paso de los años, los hijos de la tía no aprendieron del todo bien la lección, porque prefirieron lucir a comer bien.
Gracias a la tía Chavela, la E conoció la secadora de ropa, utensilios de cocina que usan en el país del norte, a apreciar las lindas casas con muebles finos, observar cómo una mujer fuma un cigarrillo, escuchar pláticas de grandes sin opinar; sobre todo, aprendió a quererla en silencio.
Por eso, ahora, a un día de su fallecimiento, ella sigue viva. E no podrá hacerse a la idea de su muerte, menos que padeció la enfermedad que se llevó a su primo, hijo de la tía: cáncer en el páncreas.

En la familia González hay mujeres fuertes, guerreras, que salen adelante pese a todo. Madres directoras de sus hogares, incansables. El apellido paterno de la tía fue Cásares, pero era una González. Ojalá el tío pueda resistir la ausencia, espero que sus hijos, nietos y bisnietos la sigan honrando a través de los años.

La tía Chavela, al igual que las madres de antes, están hechas de madera especial. Dejan de existir cuando la muerte ya no quiere compartirlas. Se las lleva para que animen a las señoras que están en el cielo.

“Comadre, nosotras ya estamos trabajadas. Son 80 años los que voy a cumplir”, dijo la tía de la E.


Elsa I. González Cárdenas 
Publicado en el Diario de Colima
El 14 de agosto de 2014
Manzanillo, Colima, México

No hay comentarios:

Publicar un comentario