jueves, 23 de junio de 2011

La radio

El lunes por la mañana el reloj marcó las 7. China va a la cocina, busca la tetera, la encuentra, coloca agua de la llave dentro, enciende la estufa eléctrica y espera la ebullución para que el líquido mate por completo los bichos que pudiera tener. Al recipiente no le agrega eucalipto ni yerbabuena, esta vez preparará café soluble. La boquilla de la tetera empieza a chiflar. Ella apaga el fuego de la parrilla, vacía el agua en su taza de color mostaza, abre el frasco de café, agrega una cucharada pequeña y otras dos y media de azúcar morena. Deja la cocina, camina rumbo al comedor de ocho sillas con la taza en la mano izquierda; toma el lugar del rincón donde la espera su computadora vieja con ventilador en la base, presiona el círculo “on”, enciende. Revisa las tres cuentas de correos electrónicos, ve que no hay cartas por responder. En la pared sale el pájaro coqueto de la casa de madera a decir “cucu” ocho veces, después se escucha un sonido musical para afirmar la hora.


China conecta el cable del estéreo, sintoniza la radio, tiene la intención de escuchar las noticias locales. Se oye la voz del locutor contento, ríe mientras pronuncia alguna ironía. Una voz femenina y ecoluente interrumpe la conversación, es una locutora; la voz masculina en tono fuerte empieza a hablar sobre las quejas de los padres de familia con el tema de la nueva forma de inscripción en las escuelas públicas a través de internet: “No todos los padres de familia saben usar la computadora, además no tienen tiempo de ir a un cibercafé para hacerlo, y si lo tienen, el programa de inscripción no da respuesta inmediata; a quién se le ocurre esta modalidad. Por favor, señores, no es justo”.

La inconformidad, en apariencia, es por parte del auditorio hecha a través de la voz masculina del noticiero matutino, pero él, sin percibirlo, cambia su tono por falta de aire en repetición del mismo discurso: “Por favor, señores”.

China da sorbos a su café para distraerse un poco del posible problema expuesto en el programa y piensa en la indígena descalza que vio caminar a la orilla de la carretera, en los sencillos planteles educativos que conoció, donde los baños con espacio de metro por metro cuadrado, y los salones con piso pulido son suficientes para que los niños aprendan el nivel primaria en el sur del país.

La voz irónica es cada vez más aguda por falta de aire. El locutor sigue la misma queja sin sugerir soluciones, al contrario, hace un llamado a las autoridades educativas para pedir explicaciones. El reloj no marca el cuarto de hora aún y a China le comienza a dar flojera seguir con la misma cantaleta en el noticiero. No quiere, tendrá que hacerlo. Apagará la radio si el locutor no toma aire y cambia el tema de discusión.

Ella se irrita un poco, lamenta no poder sintonizar alguna buena señal de radio como las que existen en la capital del estado, o una estación FM con locutores que no sólo se dediquen a criticar, sino que propongan, gestionen las inquietudes colectivas, ejecuten las acciones como muestra de que todo tiene solución.

China, la primera vez que visitó la radio, debió ser antes de terminar tercer grado de primaria, cuando la maestra llevó al grupo a XECS. Estaba contigua a la avenida México, arriba de un banco comercial. Era un cuarto cerrado con alfombra y micrófonos en una mesa frente a un señor que traía en sus orejas unos audífonos grandes.

Se escuchaban música de moda, y al terminar la melodía ponían anuncios publicitarios o el hombre dialogaba como monólogo. Hace años que fue a radio XEAL para acompañar al amigo poeta a una entrevista que pasarían al aire. En aquel entonces la radiodifusora tenía su espacio en la misma avenida México, frente al jardin municipal Álvaro Obregón.

Los radioescuchas necesitan comunicadores con buen intelecto, donde puedan escuchar pláticas amenas, inteligentes, voces que contagien el entusiasmo para unificar esfuerzos con la sociedad; requieren verdadera música –arte–, no nada más la que está en boga.

Antes de apagar la radio, con tristeza recuerda lo que le dijo el gerente de la radio cuando China llamó hace más de 5 años : “Entiendo su petición, la tomamos en cuenta, pero al público es lo que le gusta, no podemos cambiar, eso es lo que vende”.

Mientras el puerto sigue, en la recepción hay grandes empresarios; los comunicadores creen poco en el intelecto de la sociedad porque piensan que poco importa la cultura.
China cambia a la opción “cd”, presiona play y la melodía de Guitarras de la costa vibra en toda la casa.




Elsa I. Gonzalez Cardenas
Publicado en El Diario de Colima
el 23 de junio de 2011
Manzanillo, Colima, Mexico

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