jueves, 20 de septiembre de 2012

Mosaicos septembrinos


HUELGA EN CENDI


TEA, en la antepasada campaña electoral, incursionó en el ámbito político de manera temporal, apoyando a un partido en la campaña que creía llevaría al triunfo al candidato en las elecciones de la presidencia municipal. 
A ella no le gustaba estar en esos menesteres, al menos eso decía, sin embargo, deseaba poder hacer contactos bien relacionados durante el proceso que suponía, ya que la ayudarían a poder inscribir a su hijo, de 3 años de edad, al Centro de Desarrollo Infantil (Cendi), debido a las buenas instalaciones con las que contaba y la fama que gozaba entre las madres de familia. Lo malo fue no haber elegido al candidato ganador. Tras la pérdida de la candidatura, tuvo que inscribir a su primogénito a un jardín de niños particular. 
El martes, 18 de septiembre, Tea pasó por la presidencia municipal y con gusto saludó a una conocida. La mujer, recién había conseguido trabajo en el Cendi, ejerciendo su profesión: Educadora. 
Mamá Cendi –como suelen nombrarse entre los compañeros de trabajo de ese centro– le contó que apenas ese día, a la una de la mañana, culminaron la huelga de hambre iniciada el jueves pasado: “Cinco fueron las personas que aguantamos hasta el final. Los chequeos médicos fueron realizados por un papá Cendi, médico del centro infantil, quien nos revisaba nuestro estado de salud, tomaba la presión y medía la glucosa. A miel y agua se nos mantuvieron por varios días”, argumentó la conocida. 
Sin maquillaje, cansada y preocupada por no saber de dónde sacará dinero para mantener a sus dos hijos, continuaría la huelga con sus compañeros laborales, luego de tener cuatro quincenas sin recibir sueldo. 
“La SEP le echa la culpa a SHCP, y así están. Nosotros queremos hacer todas las manifestaciones por la vía pacífica, pero no acceden. Ahora, iremos a hacer la guardia afuera del SAT”, vociferó mamá Cendi. 
Tea recordó cuando el Centro de Desarrollo Infantil contaba con una digna reputación; después de lo contado por su conocida y leído un poco en la prensa sobre el caso, cambió su percepción. Antes de despedirse, le dio ánimos a la mujer para seguir adelante, aunque la huelga haya sido la única manera de presionar.



ANDADOR CONSTITUCIÓN



Mientras Tea adquiría medio kilo de café de El Naranjal, Colima, en una tienda, bajo los portales de la ciudad, un oriental regordete entró a comprar el último cigarrillo que le quedaba a la caja rojiblanca. La dependienta se lo dio muy alegre, comentando que se lo estaba apartando. El asiático asomó sus diminutos ojos al cartón bicolor, soltó una carcajada, agradeció a la vendedora y se marchó. Tea y él se toparon a la salida, ambos sin saber iban al mismo lugar, al Andador Constitución. 
El asiático caminó pocos metros, pasó frente al pintor de retratos a lápiz y se detuvo a un costado del local de la lotería. Afuera lo esperaba un señor regordete, sentado en una banca, quien más tarde conversaría, y una mesa que apenas rebasaba los cien centímetros de largo, sobre ésta una reja plástica con recipientes de unicel conteniendo guisados chinos. 
El hombre de piel amarilla, sonriente vendía comida china para llevar. Tea por un momento imaginó ver a un grupo de asiáticos adueñándose de ese pequeño andén. Pensó en que ojalá el andador Constitución no albergara comerciantes extranjeros, pues son de los pocos lugares públicos con ambiente bohemio en la ciudad de Colima.



EL GRITO



“No hay nada que celebrar el 15 de septiembre. A un país que se le impone un presidente de la República, el pueblo no tiene ni voz ni voto”, pronunciaba Tea con sus amigos. Por eso no fue a escuchar el grito de la Independencia. Al parecer, no fue la única; según le contaron sus hermanos, no hubo tanta afluencia en el puerto como en otras ocasiones. Lo mismo sucedió en el Distrito Federal, cuando las cámaras de una televisora mostraron con rapidez una mancha de concreto en el horizonte, un espacio vacío en pleno Zócalo.



SIMULACRO



Tea estaba a punto de abordar un taxi para irse a la central camionera, cuando vio fuera de casa, a las 10 de la mañana, una decena de burócratas mirando el edificio de enfrente, donde trabajan. Minutos antes, escuchó el ulular de unas sirenas en el puerto interior. Era un simulacro contra temblores. 
Se le vino a la mente el día 19 de septiembre de 85, cuando ocurrió el terremoto en la Ciudad de México, donde hubo muchos muertos, una tragedia nacional que jamás olvidaremos. 
Al ascender al automóvil, observó a los rostros, alegres, pero lamentó que los simulacros sigan realizándose de forma esporádica o nula de parte de las instituciones gubernamentales y privadas. 






Elsa I. González Cárdenas
Publicado en el Diario de Colima
Este texto tiene una modificación.

Manzanillo, Colima, México

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