lunes, 17 de marzo de 2014

El amor no es apego


HOY me desperté tarde. A las 7 de la mañana sonó la alarma. No le hice caso. Seguí dormida, acostada bajo el edredón, estando en contacto conmigo misma. Sí, la cama no es un simple mueble acolchonado que sirve para descansar o hacer el amor. Para mí es un abrazo largo o una caricia suave, y más en este clima de frente frío.

Pasé una hora cubierta con el cobertor. Abrí los ojos, vi el reloj, imaginé que Agosto estaría desayunando en el restaurante para cerrar una venta. Desde ahí le envié suerte.

Al levantarme, hice la dinámica de siempre: estirar los brazos, las piernas las llevé al pecho, separé los muslos, giré el cuerpo de lado a lado, miré a través de la ventana la quietud del árbol de limón; puse el pie derecho sobre la cerámica gris vieja de casa, después el otro. Aunque llevó años con esta rutina, esta vez fue diferente, pues no sentí la ligereza ni la alegría que suelo tener al comenzar el día y menos tras haber hecho el amor horas antes.

No había justificación del descontento. Nadie debe permitir que interfieran en la tranquilidad de tu vida, ni en lo sentimental y mental. Claro, no es nada fácil lograr ese nivel de autoconocimiento, aunque intentarlo conduce a alcanzarlo.

Era un nuevo día para corregir los errores o mejorar la actitud, pero la discusión de la madrugada que tuve con Agosto, por desgracia me hizo tener apego a un sentimiento de tristeza.

Transcurrió el tiempo, y a mediodía él llamó por teléfono. Su tono de voz era pausado y comprensivo; argumentó que no le hiciéramos mucho caso al mal rato vivido, que mejor lo tomáramos como experiencia. Eso alentó a reponerme. A mediodía, caminé por la acera que conduce a mi trabajo. Detuve los pasos frente al puesto de cocos para comprar uno. Platiqué con la pareja vendedora, saludé a sus hijas que estrenaban un juego de té. Después de pagar, dije hasta pronto. Retorné el andar mirando la atmósfera. El cielo estaba azul, el sol radiante, podía sentirlo en mis brazos desnudos.

De la tarde hasta el anochecer, el día, o mejor dicho, yo cambié de actitud. La gente que atendí en el trabajo, saludó y platicó episodios de su vida con la confianza del amigo.

Analicé el caso de la discusión con Agosto para encontrarle consecuencia. La encontré, pero eso no importaba tanto como la reacción producida en mí por el simple ego lastimado. Recordé una relación amorosa pasada, donde solía reaccionar de manera caprichosa. Por fortuna, él actuó con madurez y, por supuesto, lo valoré más.

Ahora pienso en los rompimientos amorosos, en las malas enseñanzas que uno aprende con el tiempo, gracias a los novios. Nadie, o al menos poca gente, educa a los hijos en cuestiones de parejas. Sólo corrigen o prejuician a la chica o chico que sale con el hijo. Eso pareciera ser la función de la madre, porque las hermanas sólo dan un visto bueno de manera superflua, con el mero propósito de que no se metan en su vida; en cambio los hermanos creen ser los autorizados para aprobar o desaprobar el noviazgo.

El amor de pareja no es tan verdadero cuando ambos pierden su individualidad. Lo que prevalece en sí es el apego. Ese estúpido hábito adquirido desde la primera relación entre un hombre y mujer, o depender del ser amado o pensar que la afición es amor.

“A todos nos toca la época del pendejismo, a todos nos pasa”, dijo el amigo Julio, quien ahora vive feliz con su pareja y está consciente que no durará para siempre.

Es cierto que el primer amor nunca se olvida, si éste fue agradable, pero tampoco se olvidan los siguientes, porque es de suponer que las experiencias vividas conllevan a mejorar las futuras relaciones, al menos en teoría eso debiera ser.

Hace unos días, una sobrina de 18 años de edad confesó que los jóvenes de su edad no querían tener un noviazgo y lo deseado por los hombres es tener una relación sin compromiso, salir de vez en cuando, sólo para saciar las ganas de acostarse con alguien; argumentó que tuvo una propuesta de ese tipo. Ella no aceptó porque no busca lo mismo. Lo único que se me ocurrió decirle fue que el joven había sido muy sincero con ella y eso era algo que debía agradecer.

La sobrina conoce a la tía de pensamiento libre, sabe que está abierta a escuchar a la gente, que actúa de acuerdo a como cree puede ser feliz. De todos los pedazos de historia y vivencias propias, llego a la conclusión de que el amor no es el que profesa la Iglesia para toda la vida, ni las reglas de la sociedad. Éste cambia, crece, madura y muere a corto o largo plazo; lo demás es apego del ego.




Elsa I. González Cárdenas
Publicado en el Diario de Colima
El 9 de enero de 2014
Manzanillo, Colima, México

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