lunes, 17 de marzo de 2014

No a la minería en Zacualpan (II)

SÁBADO 14 de diciembre de 2013.- Ollín abordó el autobús de Manzanillo a la ciudad de Colima. Hora y media más tarde, descendió y tomó un taxi para llegar a un lugar cercano a la escultura El Torito, en Villa de Álvarez; ahí pasaría el camión que la conduciría a la comunidad de Zacualpan. Fue la primera en arribar, sólo los puestos de lámina y los vendedores la acompañaban. En ese momento se sintió diferente, algo parecido cuando va a lugares marginados. Iba preparada a ver, pero no con los ojos, sino con el alma.

Durante la espera, observó la grandeza de las jóvenes parotas, cuyas ramas abarcan la mitad de la acera. Antes de las 6 de la tarde, el clima era agradable. No hacía frío ni calor. Sin darse cuenta, la gente se aglutinó en la banqueta. En seguida, apareció un transporte público viejo de fierros duros, con simetría chata, el mismo modelo de los camiones que antes transitaban en el puerto, hace más de 25 años. Todos se subieron por la puerta de atrás, ya que es una forma de controlar el pago del pasaje, supongo porque la bajada es por delante y el costo es de 14 pesos por persona.


Dentro del móvil colectivo observó a los pasajeros; se sintió turista. Ellos cargaban bolsas de mandado, de mano, mochilas; vestían ropa de trabajo, o al menos la de diario. Los hombres con sombreros, gorras, pantalones de mezclilla o de otro material, camisas y playeras polvorientas; algunos con huaraches, mostrando sus dedos cenizos; también había uno que otro con vestimenta casual. Las mujeres jóvenes lucían más pretensiosas; sus rostros alegraban el viaje. Las mayores, no más de 60 años, mostraban resignación y podía percibirse el amor.

Ollín experimentó con gratitud pertenecer al grupo. Para ella, no hubo más diferencia que la ropa puesta. En esos momentos le llegaron a la mente las cuestiones internas: ¿Qué estoy haciendo por los demás? ¿Por qué esa gente de escasos recursos económicos no tiene las mismas oportunidades que todos los colimenses? ¿Por qué la sociedad de Zacualpan nos da el ejemplo a los citadinos en amar y defender a su tierra, cuando a nosotros no nos importa destruir cerros para sacar mineral y vendérselos a los chinos, contaminar el aire y enfermar de cáncer en la garganta, gracias a la termoeléctrica de Manzanillo, o realizar torneos internacionales de pez vela cuando pocos de esa especie sobreviven?

Esa gente va y viene diario a Colima o a Villa de Álvarez a trabajar, vive con menos dinero y tal vez muchos, sin saberlo, poseen mejor calidad de vida que tantos en el mundo.

En el camino, observó el majestuoso paisaje. El volcán de Colima estaba frente a sus ojos, más allá de unas barrancas enormes, preciosas; parecían montañas de arena desquebrajadas. En el precipicio había un silencio seductor, una vegetación impresionante, gracias a que días atrás había llovido. Al acercarse a la comunidad, la entrada le hizo recordar al poblado de Pancho Villa, contiguo a Jalipa y después a Santa María, en San Luis Potosí. Por fortuna, el capitalismo se quedó atrás. Las casas de cemento con techos de tejas armonizaron el ambiente. En la plaza, el móvil urbano paró y el conductor avisó que su última salida sería a las 7 de la noche, por si se les ofrecía regresar.

Ollín descendió. Arribó al jardín, frente a la iglesia, donde había música, piñatas, proyector de imágenes, voluntarios, activistas, muchísimos niños, personas de todas las edades y una armonía inigualable.

La mujer dejó de sentirse turista, ya era parte de ellos. Fue a saludar a Gabo con un abrazo, le dijo que Zacualpan era bello. Ambos voltearon a ver el mirador. Él la animó a subir, antes de que el sol se ocultara. No lo dijo dos veces, fue en seguida. Contó 188 escalones hasta llegar a la cima. Desde ahí, Ollín recordó su pequeñez, disfrutó con placer la belleza de la Madre Tierra. Todo el derredor estaba vestido de verde. Grandes cerros o tal vez montañas sigilosas cuidaban a los habitantes; en medio, el pueblo nacía.

A los pocos minutos, un hombre tocó el caracol. El canto de éste hizo brillar a la luna llena. La paz era inmensa. Mientras en la ciudad la gente se encontraba frente al televisor viendo alguna telenovela, allá las personas defendían su tierra de los empresarios chinos que desean explotar la mina, destruir lo que nos pertenece: la Madre Tierra.

Al descender del mirador, Ollín saboreó los ricos guisos que con amabilidad los lugareños ofrecieron sin costo: mole con pollo, arroz, tortillas de maíz negro, pozole de camarón y agua de carambolo. Los voluntarios cantaron y tocaron canciones de nuestros ancestros. Hubo piñatas, hojas para colorear, música contemporánea, pero sobró todo, mucha convivencia y armonía.

Antes de las 8 de la noche, Ollín volvió a ser otra. Regresó al puerto con gratitud hacia la sociedad de Zacualpan, las asociaciones civiles, activistas y voluntarios que luchan y dicen: “No a la minería”.

Una Navidad sin minería en Zacualpan fue el mejor regalo que Colima ha tenido, aunque los colimenses no desean darse cuenta.


Elsa I. González Cárdenas
Publicado en el Diario de Colima
El 2 de enero de 2014
Manzanillo, Colima, México

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