lunes, 17 de marzo de 2014

Hacia el Valle de las Garzas


EL miércoles 5 de marzo abordé el camión para ir a la escuela donde intento dar clases. En el crucero de San Pedrito pude percibir el perfecto orden que tenían dos hombres, autoridades de tránsito y vialidad. Guapos, vestidos de azul con su camisa blanca y de semblante amable, dirigían el vaivén de los carros metálicos y transeúntes. Era extraño verlos ahí, porque en días anteriores estaban ausentes. Hice caso omiso de las instrucciones de uno de ellos; fijé con atención los ojos hacia el semáforo, luego a los automóviles. Pasé en cuanto la luz verde apareció. Agradecí en silencio su presencia, no por mí, más bien para los jóvenes de preparatoria que transitan diariamente desde las 6 de la mañana.

Todo crucero es peligroso, ahora principalmente ese se ha convertido en uno de los más riesgosos, debido a los trabajos de construcción del túnel ferroviario. Un carril funge de doble sentido, así que al atravesar la acera debes voltear a dos lados, quedarte al límite de la frontera y esperar el paso del conductor.

En la colonia Burócrata, las banquetas tienen aperturas por doquier. Gracias al trabajo que hace el hombre, encargado de la limpieza, la avenida Teniente Azueta está limpia, ya que desde muy temprano comienza a barrerlas, aunque hay arena que sale donde años atrás fue manglar, invitando al paseante a patinar sin avisar, así que no faltan las caídas al piso.

El antes Centro de Salud, en el jardín que sobrevive, abundan desechos de envolturas plásticas y papel celofán. Ahí era el comedor de los trabajadores de la obra. Se les podía ver acostados en el cemento, disfrutando la sombra del techo y el aire de los árboles.

Atravesé el crucero de San Pedrito, abordé un camión urbano que, por fortuna, venía semivacío. El horario de entrada de la mayoría de la comunidad estudiantil había sido 30 minutos antes. La sorpresa fue al llegar a Tapeixtles. Dos camionetas de la policía del estado recién llegaban. Más adelante en las afueras de la central camionera y sucedió lo mismo. Al principio creí que había pasado algo, pues no era común ver tanta seguridad en el puerto. Imaginé que atraparían a un narcotraficante, razón justificada para revisar automóviles. Después recordé la llegada del presidente de la República, Enrique Peña Nieto. No pude evitar decir en voz baja: “Antes no se hacía esto”.

Pese a la inseguridad que se vive en el país, Manzanillo podría decirse para el ciudadano común es tranquilo, con sus debidas precauciones, frecuentando lugares tranquilos y a buena hora, aunque por otro lado, hace tiempo un militar, proveniente de Acapulco, en confianza me contó que han aparecido muertos en las calles, pero que las autoridades no lo hacen público, mucho menos mandan comunicados a los periodistas. Siempre hay cosas ocultas que se guardan en cuatro paredes o en perfecto secreto.

Al arribar al Valle de las Garzas me encontré con otro crucero, el de la avenida Elías Zamora Verduzco. Justo cerca de una institución educativa, antes de las 8 de la mañana van y vienen los conductores de los coches, a prisa. La mayoría, carros de modelo reciente y pocos austeros, pero ninguno entre medio centenar, ceden el paso al peatón. Así que no es de extrañar leer más adelante en los periódicos: un joven murió atropellado.

Una hora después, antes de las 9 de la mañana, cientos de pasajeros abordan los camiones urbanos. Los conductores de la ruta que entra al Valle de las Garzas hacen paradas en las esquinas de las calles, donde no hay parabuses, pero los porteños las dibujan en el aire.

No hay autoridad de Tránsito y Vialidad a la vista. Bastan los semáforos para que cada cual realice su deber: manejar y caminar con precaución, mientras que el miércoles 5 de marzo de 2014 hay un desplegado de policías vigilando la llegada y estancia del presidente de México.




Elsa I. González Cárdenas
Publicado en el Diario de Colima
El 6 de marzo de 2014
Manzanillo, Colima, México 

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